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Que en Shock hable de sexo no quiere decir que tenga la cuca en la mano

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S.O.S por atención sexual ¡urgente!

Por: Carmenza Zá @zacarmenza //Foto: iStock

Vamos a hacer un ejercicio:

Primero, recuerde cuántas veces le ha pedido a su amigo, el músico, que “se cante alguito” ¿Bastantes?

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Segundo, recuerde cuántas veces le ha pedido a su amigo, el médico, que “le diagnostique alguito” ¿También muchas?

Tercero, recuerde cuántas veces le ha pedido a su amigo, el abogado, que “le asesore alguito” Más que las del músico y el médico juntos, ¿verdad?

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Por último, recuerde cuántas veces le ha pedido a su amiga, la prepago, que “le mame alguito”  ¿Ninguna? ¿De verdad? Pero, ¡si ese es su oficio!

Probablemente, en alguna ocasión  el músico le ha dicho que no joda, que no tiene ganas o que le duele la garganta y el médico, no pocas veces, le ha recomendado visitar a su EPS. Los abogados son menos gentiles y  muy seguramente le habrán cobrado la consulta o le habrán dicho que esa no es su especialidad, que qué pena no poder ayudar (más parecidos a las prepagos que a los artistas, nuestros queridos juristas).  Pero, en todo caso, ninguno de nuestros cuatro profesionales anda con un letrero en la frente que diga “consúlteme/pídamelo, que es gratis y lo  hago para todos y con todo el mundo; todo bien, mi socio.”

Continuemos.

Cuando acepté escribir esta columna me asustaba la idea de no tener qué opinar sobre temas sexuales cada semana. En esa época, con suerte, me estaba echando un polvo cada mes y, ahí disculparán los que me tienen fe,  pero no soy lo suficientemente creativa para escribir cuatro versiones diferentes de una sola revolcada y tampoco tengo la concentración necesaria; o me lo meten o reflexiono al respecto, pero las dos al tiempo definitivamente no.

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Esta columna ha espantado a varios posibles polvos y ha divertido a otros tantos que se han encontrado en las letras y en las historias (démosle gracias a la vida, que me saqué a vivir al protagonista de varias de ellas) pero, sobre todo, ha levantado una gran  cantidad de lectores que me han ofrecido sus favores sexuales para que “me escriba alguito”.

Mi ego estaba subiendo más rápido que el dólar en el último año, hasta que descubrí que no era la única a la que le ocurría eso sino que, a varias amigas y conocidas que se atrevían a hablar públicamente de sexo y de cómo les gustaba o no, se les aparecían sujetos generosos, ansiosos de satisfacer los deseos y caprichos de las fulanas en cuestión [inserte foto verga aquí]. Lo que no supone ningún problema, en realidad, pues al recibir una propuesta uno sólo tiene tres opciones: aceptar, rechazar o hacerse el marica. No hay drama.

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El problema aparece cuando se cree que estar arrecha o disfrutar del sexo y manifestarlo abiertamente, lo convierte a uno en un objeto disponible que (al igual que nuestro amigo médico, músico o abogado) pareciera tener un letrero en la frente -ojalá de luces neón- que dice “me gusta el sexo, osea que métamelo sin compromiso, siga que atrás hay campo, aquí no se le niega nada a nadie, el cliente siempre tiene la razón. Todo bien, socio, que pa’ eso estamos”  y lo que es más ridículo aún, creer que por negarse, uno  no sólo se hace merecedor de todo tipo de comentarios como “es que es puro tilín tilín”, “calientahuevos”, “falsa” sino que debe recibirlos con la cabeza abajo y hasta con arrepentimiento por tener algún tipo de filtro de selección antes de culearse a alguien.

Animarse a expresar públicamente qué y cómo prefiere uno estar cuando se lo meten o cuando se la chupan, no es un S.O.S en busca de atención sexual urgente, no es una invitación abierta y sin cover. Es una manifestación pública y ya, como cualquier otra ¿por qué no son tan diligentes y se ofrecen a pagar los servicios o el semestre, cada que uno se queja de la falta de plata? Tal vez, de hacerlo, no tendrían que pedir el polvo sino que se lo ofreceríamos, con cartita de invitación personalizada y a manera de agradecimiento. (Leer también¿Seré prepago, maestro?)

Así es que, queridos amigos arrechos y generosos, los invito a relajar el pony y a dejar de creer que uno tiene la cuca en la mano, para dársela a todo el que saluda (y no, no es una propuesta).

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