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Reflexiones femeninas, sobre la venida masculina

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Pertenezco al sector femenino, para el que el semen es algo indescifrable e incomprensible.  Nunca sabré qué es, en todo el sentido de la palabra, un sueño húmedo y tampoco voy a saber de qué se trata eso de tener papel higiénico a la mano, para limpiarse el pajazo.

Por: Carmenza Zá @zacarmenza // Foto: iStock

Mi relación con el semen, como la de todas las mujeres, ha sido siempre la de una espectadora.  Me gustaría decir que su aparición suele tomarme por sorpresa, si no es porque los hombres anuncian la venida como si se tratara del mayor logro -o el peor error- de sus vidas y, aunque, cuando se trata de tirar uno más o menos sabe cómo va a acabar la cosa,  anunciar la llegada es casi un ataque spoiler.

Los hombres, antes de correrse, o piden permiso o piden perdón; todo depende de qué tanto tiempo lleven en la faena y qué tan peligrosa resulte la venida.  Entonces las mujeres, como buenas espectadoras a las que ya les contaron el final de la escena, no podemos sino esperar a ver con qué o, mejor dicho, cómo sale lo anunciado.

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Porque, aunque  el semen resulte indescifrable e incomprensible para el género femenino, dista mucho de ser indescriptible.

Si de textura se trata, las mujeres podemos percibir qué tanto, el tipo, ha aguantado la venida; entre espeso como el arequipe y aguado como una changua mal preparada, podríamos establecer una escala temporal de eyaculaciones. El color, sobra decir, está estrechamente relacionado con la textura: a mayor espesor, el tono se aleja del transparente, para acercarse al blanco más virginal posible. ¡JÁ!

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Podríamos hablar, incluso, de las propiedades medicinales que se le han atribuido al semen y a sus cualidades humectantes, en la lucha contra la resequedad de la piel facial. Pero, mientras nos conseguimos alguna institución que haga un estudio sobre el tema y, aprovechando que ya lo tenemos en la cara, podemos percibir  los sabores y olores de la corrida masculina.

Dicen las que saben, que estos dos factores están íntimamente relacionados con la alimentación del hombre. Yo prefiero confiar en ellas, porque me da pereza nada más la tarea de andar preguntándole al man que me estoy comiendo, qué comió él antes de comerme a mí, para ver si encuentro algún rastro de su desayuno, en el sabor de su leche.

A eso, hay que incluirle la teoría de que el licor también le cambia el sabor al semen. Nuevamente, prefiero dejarles eso a las expertas, porque nunca me he comido a un borracho, sin estarlo yo también y, desde que descubrí las facultades embellecedoras del alcohol, no confío en mi criterio en dicho estado.

Lo que sí puedo asegurar, es que aquello del olor a clorox, no es más que un mito urbano y que, de ser cierto, tendría menos sexo y haría más oficio en mi casa; el olor del semen pasa casi desapercibido, porque aparece cuando ya han entrado en escena otro montón de fluidos de olores fuertes… Como cuando uno hace oficio, pero más aburrido.

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Y, aunque en cuanto a la temperatura, ningún hombre se diferencia de otro porque todos se vienen tibiecito, todos y cada uno de los hombres, deberían reconsiderar la calentura, antes de creer que lo único que las mujeres notamos cuando se vienen, es su cara de emoción al responderles que ok, que en las tetas no, que mejor en la cara.

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