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Conciertos 2016: lo que se viene pierna arriba

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No se trata de satanizar a los empresarios, y ni siquiera de minimizar un esfuerzo que hacen y en el que bien se sabe corren riesgos y ponen mucho en juego, siendo un juego en donde el objetivo es sacar un rédito económico en función de traer a un artista con todas las exigencias técnicas y logísticas que eso conlleva; tratando de lograr que las marcas aporten un dinero para que el retorno de la inversión no dependa únicamente del flujo de personas y generando una convocatoria que tenga un efecto real y no una expectativa ilusoria. 

Por: @chuckygarcia // Foto: Daniel Álvarez.

Pero la temporada de conciertos 2016 no solo pinta como la más importante de todos los tiempos en Colombia; sino como una en la que hay demasiadas cosas en juego como para tomársela a la ligera y empujar al público a que compre las entradas sin chistar y sin pensar en lo que se viene pierna arriba.

Jamás nos habríamos imaginado que algún día (o un jueves 10 de marzo), la gente se iba a debatir entre ir a ver a los Rolling Stones (ver reacción en redes) o asistir al festival Estéreo Picnic (ver bandas confirmadas), una disyuntiva que hasta hace poco era prácticamente utópica y que reúne no solo a generaciones distintas de espectadores sino de empresarios y hasta de historias de ascenso en la música: no es igual la forma en que Sus Majestades Satánicas saltaron al éxito a como lo hicieron Die Antwoord o Tame Impala. 

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Si se le mira en conjunto y no por separado, es una oferta de primer orden o de “primer mundo”, como quieran llamarlo, y si a eso le suman que pocas semanas antes y pocas después también se estarán presentando Maroon 5 (3 de marzo) y Coldplay (13 de abril) (ver detalles) estamos hablando de que Bogotá tendrá en solo 40 días un cartel de tanto peso como el que llegó a reunir a lo largo de 15 años con las presentaciones de Guns N’ Roses (1992), Metallica (1999) y Roger Waters (2007), así estilísticamente sean harinas de distintos costales.

Y ese cartel, a su vez, representa una inversión económica que supera con creces las sumas que en materia de conciertos privados y públicos se llegaron a gastar durante algunas décadas completas en el país; y sin ninguna promesa de continuidad.

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Pero es justamente en lograr que estas arremetidas sucesivas de grandes conciertos sean sostenibles y que no maten la gallina de los huevos de oro en donde radica el primer gran reto de la temporada 2016; porque si bien son una oferta de primer orden o “primer mundo”, como ya le dijo, el bolsillo del comprador promedio de entradas y aún el de nicho no lo es. Los empresarios pueden alegar que los márgenes de ganancia a su favor en un concierto como el de los Rolling son bajos y la prensa publicar en primera plana que los colombianos van a pagar menos que los peruanos por ver a la mítica banda (lo segundo es cierto y lo primero no se descarta considerando que es una agrupación costosísima y con un nivel de control y explotación casi total sobre su marca); pero al final de cuentas tienen los huevos puestos en una misma canasta. 

Si alguien quiere ir a ver a Mick Jagger y compañía, a Maroon 5 y a Coldplay en primera fila, por ejemplo, deberá desembolsar cerca de $2.063.000 pesos, una cifra que en este cascarón de economía en que vivimos viene siendo más de tres salarios mínimos. Lo que a una señora le pagan tres meses por trapear, barrer, lavar baños y servir tintos en una oficina; uno se lo puede gastar en tres noches de tres días si decide ir y darse el lujo de ver a estas tres bandas.

“Al que le gusta, le sabe”, reza el proverbio, y si le sabe le cuesta. Si se pueden dar el gustico, por el contrario, no hay nada de malo, lo que sí no aguanta es que la aspiración de los fans se esté volviendo una oportunidad de negocio para una serie de terceros; y que su deseo de ver a sus ídolos lo lleve a convertirse en un “tarjetahabiente” y no en un mejor consumidor de música.

Caso concreto, lo del grupo AVAL y la preventa de entradas para el concierto del 10 de marzo de los Rolling Stones, en donde lo que primó fue la fidelización de clientes del grupo bancario que patrocina el concierto. Así suene y sea un concepto muy romántico, aquí no estuvo de por medio la relación de fidelidad que el público ha construido con la música de la banda durante años, sino la vinculación y lealtad que los clientes y tarjetahabientes tienen con este conglomerado de bancos. El 90% de la boletería quedó en manos del grupo AVAL, y al grupo AVAL no le tomó 50 años esperar por los Rolling Stones. Los directivos de AVAL vieron una oportunidad de negocio y la tomaron, y bien por ellos, pero ellos no han desperdiciado ni un solo minuto de la vida discutiendo sobre qué álbum de los Rolling es mejor, y tampoco se han gastado la quincena comprando vinilos, CD’s o DVD’s de este grupo. En últimas, no se sienten orgullosos –o no sienten envidia de la buena- cuando hablan de que un compañero de la oficina vio a los Stones en Atlanta, en Sao Paulo o en algún lado en Europa; y los empleados no van a trabajar con camisetas estampadas con el famoso logo de la lengua fuera, ni vieron el reciente documental de Keith Richards. No necesitaron nada de eso. Hicieron un trato con los empresarios y se quedaron con un totalitarista porcentaje de la boletería, y mientras los fans aguardaban frente a sus computadores esperando a comprar alguna localidad que no fuera necesariamente la más cara.

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La industria establecida de la música nos hizo creer que el único aporte de la revolución digital de la música fue la piratería en línea, pero una vez cesó el llanto de las plañideras salió a flote que lo que en realidad había logrado era quitar de en medio a una serie de intermediarios que encarecían el producto final y solo fomentaban más distancia entre los artistas y los consumidores de música. Y lo que está pasando en este momento con los grandes conciertos (y no solo en Colombia, es tendencia en todo el continente, desde México a Argentina) es lo contrario: están sumando una serie de intermediarios que antes no existían cuando uno iba a comprar una boleta.

Si hoy usted quiere adquirir una entrada antes que otros, debe sacar una cuenta en un banco o pedirle a alguien que le preste una tarjeta débito o crédito del banco que patrocina el recital. Además debe pagar un dinero adicional para una empresa le imprima la boleta que compró en línea o por teléfono; e incluso en Colombia ya se ofrece un servicio para quienes no quieren hacer la fila pero sí conservar un buen puesto frente al escenario. 

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De seguir así, va a terminar siendo más asequible comprarse un DVD en vivo del grupo en cuestión y quedarse en casa, matando las ganas de no haber ido a vivir una experiencia que no se compara, como la de la música en vivo, y que antes no tenía tramitadores como ahora. El 2016 incluso habrá una especie de sobre oferta de conciertos y festivales, algo que como ya se mencionó era impensable en nuestro medio, que de seguro ubicará a Colombia en un lugar de privilegio dentro del mapa mundial de los grandes espectáculos y que además ayudará a repensar sobre qué hacer o cómo sacar a flote los pequeños y medianos conciertos de empresarios y gestores de iguales tamaños que cada fin de semana se llevan a cabo en bares o espacios independientes; así como cuál deberá ser el rol de los festivales públicos en medio de todo esto y cómo evitar una canibalización de contenidos y una especie de “burbuja inmobiliaria”. 

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