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‘Narcos’: comida rápida, nazis y el narcotraficante mais grande do mundo

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Por: @chuckygarcia. Es lo que las series y películas gringas casi siempre hacen. Tomar un asunto de alguna República bananera y volverlo un tema que principalmente amenaza América, si originalmente no había alguna implicación con su país se la encuentran y aunque se trate de una tribu en guayucos siempre terminará siendo un asunto de seguridad nacional o que desestabiliza su economía.

El turno esta vez le ha tocado a un tema que dejó secuelas irreversibles en Colombia, con sus habitantes recién bañados o no. Un tema no digamos “espinoso”, ni “álgido”, ni “complejo”, llamémoslo simplemente la epidemia endémica que consumió al país, lo dejó en los huesos y hoy por hoy aún lo tiene enfermo, no tanto como antes pero siempre al borde de una recaída. Desde la aparición de Pablo Escobar y los grandes capos nacionales, Colombia sigue sin superarlo del todo, y si no olvidamos que esto pasó es porque además de que el narcotráfico aún existe la literatura, el cine y especialmente la televisión se han encargado de recordarnos que fuimos un país azotado y arrodillado a este fenómeno. 

Y a cada llamado que nos hace la literatura, el cine o la televisión, respondemos a la brevedad con un “sí”, “por supuesto”, “ya mismo voy a comprar el libro” o “me voy a sentar a ver la narco novela del momento” y con la misma expectativa de alguien que quiere ver cómo salió en la foto. “Mija, haga palomitas que ya va empezar el programa donde van a mostrar cómo fue que de pobres nos volvimos ricos y nos compramos tres jirafas que trajimos encaletadas entre un avión fleteado desde África; apúrele que a mi me interpreta un actor nicaragüense que compartió elenco con Rubén Blades en la película “Depredador”, y a usted una señora que antes tenía un programa infantil en Brasil, creo que estuvo casada con Pelé y siempre la ponen a hacer de mala”.

Que el Pablo Escobar de una de las series Netflix del momento, “Narcos”, tenga una caracterización más cercana a la de El Profesor Jirafales y un acento tan paisa como el sombrero vueltiao, en últimas es lo de menos. Eso sí, da risa, y sobretodo es triste, porque más que nada demuestra el sino trágico de los colombianos: cuando Pablo Escobar estaba vivo le temíamos, ahora que está muerto lo defendemos ante las malas caracterizaciones como la del actor brasileño Wagner Moura.

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Cuando Pablo Escobar estaba vivo le temíamos, ahora que está muerto lo defendemos ante las malas caracterizaciones como la del actor brasileño Wagner Moura.

 ¿Pero entonces por qué vemos y estamos hablando de “Narcos”? Ah, sí, pues porque ya está en nuestro ADN ver cómo nos van a retratan en estas narco aventuras, si el Escobar y sus lugartenientes son tan malos como lo eran en la vida real y si a todos los demás nos pintan como debe ser: a los policías corruptibles, a los políticos corruptibles y arrodillados, a los jefes de los políticos un poco menos arrodillado y un poco menos corruptibles pero en general unos inútiles con poco más parlamento que contestar el teléfono; y a los ciudadanos de a pie víctimas o, si por el contrario tienen un revólver y viajan en moto, pues sicarios.

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¿Cómo nos fue entonces en “Narcos”, ahora que ya anuncian una segunda temporada y la primera prácticamente ya es historia? Además del Pablo Escobar con cara de “¡Taaa, taaa, taaa, ta!… ¿Qué dijiste, Chavo?”, en términos generales no nos cambiaron el plató  ni a los villanos pero sí a los héroes. Aquí no es el Bloque de Búsqueda ni la Policía Nacional ni el Presidente de la República el que le va a cortar los bigotes al capo apenas caiga; aquí es la DEA (y en especial un solo agente de la DEA más bueno que el pan) la que le sigue todos sus pasos y vino directamente a cazarlo, en medio de una Torre de Babel y un realismo mágico jamás antes superado: en “Narcos” recrearon Medellín en Bogotá y las sabanas de Cundinamarca son Antioquia; Gacha escucha rancheras pero habla como Don Omar y el “¡Eh, Ave María!” fue reemplazado por “¡Pinche güey!” o en su defecto “¡Qué cabrón!”.

Y aún hay más: Pablo Escobar no hubiera sido nadie si de la noche a la mañana, por allá en el año 1973, un productor de coca chileno que huye de Pinochet y quien viaja en carro hasta Colombia (¿?), se encuentra con él y lo convence de que en vez de seguir siendo contrabandista se vuelva narcotraficante; y la mamá de Pablo es costurera, no profesora, y lo más lindo de todo es que mientras habla con el mismo acento de la abuelita de La Chilindrina le ayuda a coser las chaquetas en donde él y su hermano Gustavo entran los primeros kilos de coca a los Estados Unidos, kilos que una vez aterrizan en Miami van a parar a manos de Carlos Lehder. 

Descrito en la serie como “mitad colombiano, mitad alemán y mujeriego de cuidado”, lo que es aún más loco (pues el mismo Escobar de la serie insiste todo el tiempo en que es “marica”), Lehder tampoco habla muy bien español y tiene tatuada una esvástica, pues en cada escena que sale lo primero que le recuerda a uno el narrador es que es un chocoloco de atar y es tan fanático de John Lennon como de Hitler; y eso que se puede dar por bien servido respecto a la caracterización. No le fue tan mal como a Gacha o a los Rodríguez Orejuela, o como a los muertos que deja la violencia mafiosa en las calles de Miami y que gracias a las magia de “Narcos” y de Netflix los cargan en camiones de la cadena de restaurantes de comida rápida Burguer King.

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