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Los acuerdos de paz y la melodía más manoseada de la historia de la música

Durante la firma de los acuerdos de paz en Cartagena, una vez más, tocaron la que podría ser la canción más importante en la historia de la humanidad.

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No fueron ni las trompetas ni el himno ni los alabaos de las cantaoras de Bojayá. Durante la firma de los acuerdos de paz en Cartagena, una vez más, tocaron la melodía más manoseada en la historia de la humanidad. Un sonido universal casi tan manoseado como la palabra paz.

Por: Fabián Páez López @Davidchaka _ Ilustración: Los Naked

No es por desvirtuar el acto, -que bien le viene al país-, pero hay que decirlo: la ceremonia en la que se firmaron los acuerdos de paz entre el gobierno y la guerrilla en Cartagena tenía tanto de diplomacia como de espectáculo. Así funciona la política hoy, más cercana al show que a la palabra. Ya no es nada raro. Pasa porque le hemos aprendido mucho al modelo gringo: a convertir cada aparición pública de un mandatario en un evento de la calaña mediática de Miss Universo.

Durante la transmisión en televisión, por ejemplo, a los discursos había que taparlos de vez en cuando con tomas del público feliz y de las celebridades presentes. Como si fuera el Supertazón, o la pelea de Mayweather Vs. Pacquiao, por las gradas desfilaban los Justin Bieber de la política latinoamericana. Los invitados principales, incluso el presidente Santos, hablaban del diseñador de sus vestidos.

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También, como en cualquier show, había música. Y aquí la cosa ya no fue como en el Supertazón. No aparecieron los equivalentes a Beyonce o a Kanye West, que de otra forma estarían, mínimo, robando cámara. Aunque hubo trompetas e intervinieron las cantaoras de alabaos del pacífico, el monopolio de la musicalización en esta área la tiene un compositor alemán del siglo XIX: Ludwig Van Beethoven.

Justo cuando se sellaba el acuerdo, después de la firma, los altavoces reproducían un himno de múltiples usos: Sinfonía No. 9: Oda a la alegría. Esta podría ser, además de la más manoseada, la canción más importante de la historia de la humanidad.

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La Oda a la alegría tiene un largo historial político. Fue reproducida en momentos tan disimiles como los eventos públicos de la Alemania Nazi o las apariciones de los líderes comunistas en la Unión Soviética; era el himno de los líderes de extrema derecha en Rodesia del Sur antes de que se convirtiera en Zimbabue y era la única canción occidental que podía sonar en China bajo el régimen de la prohibición; era la canción favorita del líder de la guerrilla peruana de sendero luminoso, Abimael Guzman; también, en las épocas del muro de Berlín, sonaba en los Juegos Olímpicos cuando un alemán ganaba la competición, en lugar de cualquiera de los otros himnos. Hoy, además de que la usaron como signo del fin de la guerra en Colombia, es también el himno de las Naciones Unidas.

Es un hecho curioso porque, como señala el documental La guía de la ideología para pervertidos, es una melodía que, además de que despierta una sensación un poco cursi, tiene una adaptabilidad universal, funciona como contenedor vacío que se redirige a múltiples fines. En el caso colombiano ese contenedor, ese significante vacío toma otro nombre. Se llama paz. Habrá que ver si cuando se acabe el protocolo nos ponemos de acuerdo en cómo llenar esa palabra vacía de un significado.

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