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Sonita: rap libertario con velo islámico

La protesta de una adolescente afgana, la prohibición del burkini, el miedo al islam, y las contradicciones de occidente. Todo a punta de Hip Hop.

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Sonita

Una rapera afgana de 18 años afiló sus letras contra las restricciones a las mujeres en el mundo islámico a pesar de que bajo la ley iraní tenía prohibido cantar. Hoy, cuando media Europa no sabe si prohibir o no la burka, su historia es un recordatorio de los huecos que hay en los “valores occidentales” y lo vano de la corrección política. 

Por Fabián Páez López @Davidchaka

Al poco tiempo de que circulara un video en el que unos policías obligaban a una mujer musulmana a quitarse el burkini en una playa francesa, la gira Ambulante 2016 estrenaba en Colombia Sonita, un documental que cuenta la historia de una joven de 18 años cuyo sueño es convertirse en cantante de Hip Hop. Lo que suena como un filme sobre el sueño trivial de cualquier adolescente, se ensombrece porque Sonita es una joven afgana que vivía refugiada en Irán. Para rematar, mientras rodaban la cinta e intentaba entrar a un estudio de grabación, sus padres querían salir de deudas esposándola a cambio de $9000. Y bueno, sobra recordar que bajo la Ley iraní las mujeres no pueden dedicarse a ciertos oficios; rapear, desde luego, está en esa lista negra.

De todos modos, gracias a la intervención de la documentalista, Sonita grabó y puso a sonar en Youtube una letra mordaz que la hizo ganarse una beca para estudiar en Estados Unidos. La canción se titulaba Brides for sale (Novias en venta); y terminó por convertirse en un símbolo de la lucha a favor de las libertades de las mujeres musulmanas. Su historia reunió todos los ingredientes de los debates globales de hoy: el miedo de occidente a pecar de islamófobo, los derechos de las mujeres, y, de paso, la prohibición del burkini. 

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Después de que Europa recibiera varios de los golpes de terrorismo, el miedo de occidente se tornó en una extraña mezcla de rechazo hacía la religión foránea y al fundamentalismo combinado con una exaltación casi religiosa de los valores liberales. Reacciones que ventilaron su incongruencia con todo el alboroto que despertó la prohibición del uso del velo islámico.

La historia de Sonita es un caso particular. Parece que lo único en lo que uno puede pensar después de verla es en la señalar la terrible represión en medio oriente. Y sí. Ni a las restricciones sociales a los que se ven sometidas mujeres (allá y acá), ni masacres como las de Charlie Hebdo, o la sala Bataclan pueden hablarse con atenuantes. De hecho, hay que reconocer que nada de esto son accidentes pasajeros, sino que son parte de una agenda religiosa y política. Una agenda que molesta más cuando se habla de valores, pero que se silencia cuando viene en forma de patrocinios; como el de Qatar Airways, que seguro habrán visto en una que otra camiseta de fútbol. La represión no es muy ajena a la que vivimos acá más silenciosamente.

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En el Corán está escrito: “…así pues, el que quiera creer, que crea; el que quiera negarse a creer, que no crea” (18, 29). La cosa es que esa no-creencia no se puede manifestar en público: la que se quite el velo, la que rapee o el gay serán tachados como blasfemos. La fácil es rajar de las regulaciones de la vida cotidiana de los musulmanes, pero qué pasa con todos los chistes que pueden ser considerados como racistas, sexistas o, incluso, hasta especitas. Como bien dice el filósofo Slavoj Zizek, la corrección política acá se acerca al fundamentalismo religioso cuando nos enfrentamos a nuestras propias blasfemias de sexismo, racismo, etc. O salgan a la calle diciendo que les gustan los toros para sentir la furia talibán. Y ni qué decir de los radicalismos cristianos.

También, dice Zizek, cuando se pone su traje de psicoanalista, que los terroristas islámicos carecen de un rasgo verdaderamente fundamentalista que sí tienen, por ejemplo, los amish o los budistas tibetanos: la ausencia de resentimiento y envidia, la absoluta indiferencia hacía la forma de vida de los no-creyentes. En resumidas cuentas, es la fascinación tentadora por la vida del otro la que provoca reacciones violentas como las que ya conocemos. ¿No fue igual de violento obligar a desvestir a una mujer que utilizaba burkini? Con este panorama, Sonita se convirtió en un arma de doble filo, en una rimadora subversiva, incluso, sin quitarse el velo; citando el Corán. 

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