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Por qué amamos crecer con 31 minutos

Tal vez nunca antes había despertado tanto interés entre los adultos un show "para niños" en un festival. Tal vez nunca extrañamos tanto ser niños.

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31 minutos

Para los niños latinoamericanos que crecimos durante las últimas tres décadas, el show chileno 31 minutos fue un hito televisivo que nos educó y nos preparó para el mundo de hoy. Ahora que sus memorables canciones serán aclamadas en Rock al Parque, qué mejor manera de prepararnos que recordando su influencia en nuestra identidad compartida.

Por: Víctor Solano Urrutia

31 minutos, “el noticiero más veraz de la televisión”, en palabras de su presentador Tulio Triviño, sigue siendo noticia a pesar de haber cumplido 16 años desde su primera emisión el pasado 15 de marzo. ¿De qué se trata este programa infantil no tan infantil? ¿Por qué lo recordamos con tanto cariño quienes aún tratamos de entrar a la aparatosa vida de adultos? Nuestra nostalgia y atención vuelven a posarse sobre este elenco de marionetas excéntricas y juguetes viejos ante el inesperado anuncio de su visita a Colombia para finales de junio de este año. 

Aunque su origen se remonta al 2003, el show se dio a conocer internacionalmente un año después, cuando Nickelodeon transmitió para Latinoamérica la primera temporada de este éxito chileno de la productora Aplaplac. Numerosos hits musicales, personajes icónicos y aclamadas secciones del programa hacen parte del imaginario colectivo de miles de niños y niñas colombianos (hoy algunos con barba y deudas con el ICETEX) que crecieron y se educaron en este original formato televisivo. No es poca cosa decir que el show cuenta hoy en día con una audiencia fiel, más de 60 capítulos, y hasta una película.

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El éxito y la fama del programa fueron constantes a lo largo del último par de décadas, y si bien tuvo varias transformaciones a través de sus 4 temporadas, incluyendo canciones cada vez más elaboradas e historias más complejas, quizás todos recordamos con cariño a las estrellas del elenco que dieron forma al show: Tulio Triviño, el más egocéntrico presentador; Juan Carlos Bodoque, el documentalista más serio y coherente de la TV; Policarpo Avendaño, el experto musical más top del momento; y Calcetín con Rombos Man, el superhéroe de bajo presupuesto más pedagógico que jamás conocimos.

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Durante la primera temporada vimos a estos personajes revelar sus facetas, gustos, locuras, hobbies y sus lados oscuros; conocimos de fondo sus vidas y nos dejamos llevar por sus ingeniosos chistes (a veces muy tontos). También despertamos nuestra curiosidad ambientalista con la Nota Verde de Bodoque conociendo Chile, su fauna, su flora, sus juventudes y su rara forma de hablar. Igualmente nos aprendimos con mucha facilidad canciones que no se nos borraron de la memoria: Mi muñeca me habló, Mi Equilibrio Espiritual, Tangananica Tangananá, Me cortaron mal el pelo y Señora devuélvame el balón, por nombrar solo algunas. 

Al alcance de grandes y de chicos

En una entrevista a su genial creador, Álvaro Díaz, éste explica cómo surgió la idea de la estructura de 31 minutos. Fue bastante sencillo, según cuenta: como en la televisión pública chilena no existían realmente programas infantiles, lo único que los niños tenían para ver eran los noticieros y los programas de los adultos. De manera que se combinó ese formato, que ya estaba interiorizado, con temas y preocupaciones genuinas de los niños. Y el resto anduvo por su cuenta.

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Esta enseñanza es valiosa para los realizadores de televisión latinoamericanos, pues la situación actual sigue siendo muy similar a la que había en Chile. La televisión pública puede ser entretenida, atrayente y de calidad siempre y cuando sea, como dice Álvaro Díaz, un “laboratorio de creatividad” y no una fábrica de réplicas. En otras palabras, se puede enseñar y divertir sin la necesidad de copiar estilos importados, sobre todo apuntando a mostrar la vida y la realidad latinoamericanas. Eso hizo 31 minutos.

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La estética chatarrera del programa, jugando con los reportajes callejeros, las parodias sutiles y un humor comprensible para todo público, la hace una obra de arte sensacional. No son necesarios los grandes efectos especiales o la superproducción musical y escenográfica. Una gran idea puede convertir a un montón de títeres sucios o juguetes rotos en un hito generacional exitoso incluso en la actualidad.

¿Y qué debe tenerse en cuenta para concebir una gran idea? Quizás no olvidar que las audiencias tienen sus modos de pensar y sus preocupaciones propias. 31 minutos lo supo desde el comienzo al exaltar la importancia de lo banal en sus contenidos. No repitió lo que hacen otros programas infantiles con pretensiones pedagógicas que pueden ser muy aburridos y poco digeribles para los niños cuando no contemplan estrategias adecuadas. En cambio, le preguntó al más chico: “¿Y a ti, qué temas te interesan, te gustan o te sacan de quicio?”.

De esa manera 31 minutos fue el espacio para divertidas reflexiones existenciales de la infancia: ¿Qué voy a hacer en el colegio si llego con el pelo mal cortado? ¿A dónde va la caca luego de que soltamos la cadena? ¿Por qué no puedo tener el pelo pintado de azul? Por supuesto, también hubo el espacio para hablar de otros asuntos importantes.

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La Nota Verde, además de ser entretenida y envolvente, era también una muy seria crítica a la industrialización irresponsable y al creciente daño medioambiental del planeta. El carismático conejo rojo nos educó sobre el cuidado de la naturaleza mucho antes del despertar hipócrita del mercado frente a estos problemas. Juan Carlos Bodoque fue mejor filósofo y ambientalista que muchos “expertos” de los medios de comunicación serios. Pasemos a la nota:

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Top top top top top…

La genialidad de la música de 31 minutos también merece su mención. A través del Ranking Top conocimos en el primer par de temporadas canciones que marcaron nuestra infancia, algunas de ellas surgidas en la espontaneidad y la experimentación. Por ejemplo, Mi muñeca me habló nació luego de que Álvaro Díaz tuviera una espantosa fiebre con alucinaciones que le hizo ver una tétrica versión criolla de Toy Story posteriormente transformada en melodía.

Además, detrás de la historia del Dinosaurio Anacleto que nos partió el corazón en varias ocasiones, y de la idea de Diente blanco no te vayas, está la mente y la destreza de Pablo Ilabaca, aclamado compositor y productor chileno, quien además de echarse al hombro los diferentes álbumes de 31 minutos, suele aparecerse con guitarra en mano en el escenario cuando el elenco toca en vivo.  

El éxito de las canciones de Díaz, Ilabaca y Ángelo Pieratinni propició que desde el 2011 los productores de 31 minutos decidieran aventurarse en el mundo de las tarimas, las giras y las presentaciones en vivo. Una sorpresiva aparición de los músicos comandados por Ilabaca junto con el ex líder de la mítica banda Los Prisioneros, Jorge González, dio oficial nacimiento a esta nueva apuesta.

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La acogida fue tan positiva que se realizaron varias giras por Chile y Latinoamérica, algunas tituladas Resucitando una estrella, Radio Guaripolo y Tremendo Tulio Tour. Además, 31 minutos se ha presentado en festivales como Lollapalooza y Viña del Mar, hasta llegar a nuestro país como gran promesa de la primera tanda de artistas invitados a la edición 2019 de Rock al Parque.

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Este anuncio fue sorpresivo, además, por tratarse del primer show para niños en este festival. Ya parece vislumbrarse en el horizonte el ejército de “haters” reabriendo la discusión sin fin: “¿Es esto rock? ¿Dónde quedó la esencia del festival? Váyanse a tocar a otra parte”, etc. A estas críticas ruidosas se les ha respondido creando esta petición de recolección de firmas que usted puede completar: “Queremos a 31 minutos en la tarima principal del RAP2019”.

Sea como sea, la introducción de 31 minutos en el escenario del teatro Jorge Eliécer Gaitán es una apuesta audaz pero respetuosa para aquellos que aún creen en los esencialismos de la música y los festivales. Supondrá también la posibilidad de que se incluya a un grupo poblacional muy importante: la infancia, la cual siempre había estado por fuera de la preocupación de los organizadores del Rock al Parque.

Sin embargo, hay que tener algo muy en cuenta. La presentación de 31 minutos no será un show sólo para niños. Estoy seguro de que al escenario se presentarán cientos de jóvenes, adultos y viejos (sean metaleros, punkeros o seguidores de otros ritmos) quienes reconocen en 31 minutos no sólo una etapa de su vida sino el sentido de una identidad musical muy arraigada en sus corazones. Quien se niegue a poguear “Bailan sin Cesar” habrá fallado este año como leal rockero. Una proyección de cómo sería la cosa:

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Yo opino que…

Ya ha llegado el momento de volver a nosotros mismos. 31 minutos nos identifica y nos recuerda que es posible abrazar la propia realidad social de la que venimos con humor, orgullo, responsabilidad y un buen sentido musical. Los personajes, las historias y las canciones que ocupan sus 4 temporadas son tan coloridos, diversos y hasta divertidamente insoportables que nos recuerdan a nosotros mismos, a nuestra infancia y al mundo que nos rodea. Que esta sea la excusa para no dejar morir al Juanín Juan Harry que llevamos por dentro.

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