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Rock al Parque: 25 años de pequeñas historias compartidas

Rock al Parque es la memoria musical de la ciudad. En la edición número 25 hacemos un homenaje a la evocación y las pequeñas historias.

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Rock al Parque 2019 día 2. Foto: Daniel Álvarez

A estas alturas, con 25 ediciones encima, la importancia de Rock al Parque en la ciudad ha alcanzado niveles mitológicos. Lo que pasa alrededor de sus escenarios ha permeado generaciones, capas sociales y tendencias artísticas hasta alcanzar un estatus ritual. Año tras año se ratifica la militancia, el hastío con la misma ciudad, la inconformidad y el ímpetu creativo.

Por Fabián Páez López @Davidchaka

Una descripción muy fina, casi que etnográfica de lo que pasa en festival, debería incluir una buena cantidad de pequeñas anécdotas, acciones y sensaciones que, al ser compartidas durante tres días por las 100.000 personas que cruzan esa frontera a diario, se traducen en el núcleo de la formación de comunidad.

(Vea acá las mejores fotos del segundo día de Rock al Parque)

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¿Cuáles son los elementos que configuran esa experiencia compartida?

Independientemente de sus gustos musicales, de si es metalero, rasta, punk, hardcorero o consumidor omnívoro; de si conoce a las bandas o si va a explorar el cartel, un buen visitante asiduo de Rock al Parque habrá tenido historias relacionadas con alguno de estos momentos.

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  • Emocionarse con el anuncio del cartel / rajar del cartel.
  • Entrar al Simón Bolívar descalzo.
  • Utilizar el concepto “raqueteada”.
  • Perder una correa. (Para los principiantes)
  • Correr por el Escenario Plaza del Simón Bolívar para agarrar un buen puesto.

Al respecto, esta es una historia real. En el primer día de la edición del 2013, la fila avanzaba muy lento. Un grupo de metaleros, casi que uniformados, cansados de esperar, trepó la barrera del escenario plaza que daba a la calle. Eran unos 30. Los que estábamos adentro los vimos correr hacia el centro de la plaza hasta perderse en la multitud. Por el radioteléfono, los Policías que estaban afuera y los vieron subir avisaban a los Policías que estaban adentro para que fueran tras ellos. La descripción era: pelo largo y chaqueta de cuero.

  • Dejarse llevar por la marea de cuerpos.
  • Revisar la hoja impresa con la programación. Conservar esa hoja durante tres días. Sacarla una y otra vez así esté semidestruida. Mirar la hora. Conservar la programación.   
  • Encontrarse con un(a) ex. Pasar derecho. Cabecear.
  • Encontrarse con amigos, preguntarles por sus favoritos del cartel.
  • Perderse de su grupo de amigos. Quedarse sin señal del celular.
  • Meterse a un pogo.
  • Romperse la cara en un pogo.
  • Caerse en un pogo. Ser levantado por una mano desconocida.
  • Quedar con la cara llena de tierra por el pogo del escenario Bio.
  • Comprar alcohol a los vendedores de “guaro, guaro…”. (Saber cómo continua la oferta).
  • Invitar a un levante al festival.
  • Ver a alguien vomitar antes de la primera banda. (Vomitar antes de la primera banda del festival).
  • Comer toxiperro a las afueras del Simón Bolívar (saber qué carajos es un toxiperro). Las experiencias alrededor de las ventas ambulantes son bastantes, lo corrobora René Segura, vocalista de Odio a Botero.

Cuenta René, parado sobre la tarima del escenario Plaza en los 25 años de Rock al Parque, que justo antes de su show lo llamaron muchos periodistas preguntándole por anécdotas.
-Tan anecdóticos los hijueputas, dijo. Y continuó.­-En el 97 salí de ver a Animal y me iba con un amigo para la casa. De camino a la avenida 68, que allá la pueden ver, una señora estaba vendiendo longaniza. “Quiere longaniza, Mono”,  me dijo. Como su postulado estaba mal, con todo respeto, le contesté: “señora, yo no soy ‘Mono’. Soy negro, obvio, no ve. A lo que ella, con voz estridente, contestó: “Está bien. ¡Negro hijueputa!”.

  • Quedar atrapado bajo la lluvia.

Más estable y menos anecdótica ha sido, desde luego, la relación entre Rock al Parque y la lluvia. El primer día de la edición del 2007 será recordado por siempre como el día de la granizada. La plaza quedó cubierta de blanco y, bajo la lluvia y con el evento cancelado, la gente empezó a hacer bolitas de granizo y a lanzárselas como si fuera nieve.

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Para una ciudad que la mayoría del tiempo es percibida como excluyente, un Rock al Parque es uno de los pocos espacios en los que todos parecen participes de la misma historia. El ritual, como ratificación y celebración del mito, se ha cumplido sin falta para muchos, como el recuerdo de que ahí está Bogotá. De la convivencia extrema al orgullo estridente. 

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(Lea también: Rock al Parque 2017: Una historia de amor entre el metal y el diabloTodos los gritos de un 4 de julio, el último día de Rock al Parque 2016)

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