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La guía del placer sexual no convencional

Todo es sexo, menos el sexo.

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Viuda negra, fetiches en Bogotá. BDSM.
// Fotos: Daniel Álvarez

La frase de Oscar Wilde, “Todo se trata de sexo, excepto el sexo. El sexo se trata de poder" (que se le atribuye últimamente al personaje de House of Cards, Frank Underwood), tiene mucho más sentido cuando se conoce el mundo del BDSM: lo que nos genera placer sexual es mucho más complejo de lo que pensamos. La Viuda Negra, la dominatrix más reconocida de Bogotá, nos introduce al mundo del placer alternativo.

Por: Fabián Páez - @davidchaka // Fotos: Daniel Álvarez

En el segundo piso de un edificio en la avenida Caracas, en el corazón del caos de Bogotá, con vista a la estación de Transmilenio de la 63, donde a las seis de la tarde se arruma una marea de oficinistas para subirse al bus, está el centro de operaciones de la Viuda Negra. Es un cuarto de no más de siete metros cuadrados, pintado de rojo y negro, con cortinas del mismo color. Al ingresar, junto a la puerta, hay una sala, una vitrina con látigos, esencias y prendas de cuero y charol. Al fondo es donde ocurre todo: no hay divisiones y se ve una cama doble junto a una jaula de metro y medio de alto en la que caben fácilmente dos personas. Sobre la repisa de la pared hay máscaras, pelucas, vestidos y una colección de látigos de todas las formas, colores y materiales posibles.

La Viuda Negra pasó de diseñar ropa gótica y prendas relacionadas con el vampirismo a ser la dominatriz más reconocida de la ciudad. Lleva siete años viviendo de un oficio poco convencional: guiar a sus clientes por el placer en las prácticas sexuales alternativas. “Con una dómina, un cliente no tiene relaciones convencionales. La gente busca otro tipo de placer: a través del dolor (se llama masoquismo), con el morbo, juegos de roles, amarres; o hay gente que es fetichista y se excita con ciertos materiales, como los tacones o el olor del cuero; hay también hombres a los que les gusta vestirse de mujer y se excitan sintiendo las medias de malla en su cuerpo, o los encajes o materiales suaves”. Ella cumple y conduce todos esos placeres adoptando el lugar del amo, sabe las técnicas para atar, golpear y someter.  

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Al conjunto de prácticas eróticas en las que se especializa la Viuda Negra se le conoce como BDSM, la abreviación de las palabras Bondage y Disciplina; Dominación y Sumisión; Sadismo y Masoquismo. Aunque cada una de las prácticas que engloba la sigla tiene sus particularidades, son juegos o relaciones sexuales consensuadas que no dependen del coito. Incluso, uno podría borrar de la definición el sexo y los orgasmos y precisarlas de manera más global: son prácticas que generan placer. De ahí para adelante las posibilidades son muchas. (Lea también: El sexo es más que coito)

El bondage y la disciplina están asociados al disfrute a través de las relaciones de poder del tipo amo-esclavo; policía-detenido; amo-mascota; jefe-empleado. Por lo tanto, en la práctica sexual, lo que se representa es esa relación: una representación que implica, usualmente, el uso de ataduras con cuerdas, cadenas y amarres para que quien adopte la posición de sumiso sea físicamente sometido y disciplinado.

La dominación y la sumisión son los roles que asumen los participantes en la relación. El dominante es quien toma el control, quien aplica su deseo sobre el otro; el sometido, quien acepta al dominante de forma voluntaria.

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Según cuenta Viuda Negra, en el caso de las dóminas, “entre más imponente uno se vea es mejor. No es lo mismo dominar a alguien con un pijama que vestido con cuero. Los collares del dominante suelen tener taches o puntas; los de las dominadas una argolla o una mordaza”. ¿Cómo se llega a una relación así' “Es un proceso normal. Muy parecido a la conquista vainilla”; es decir, a la conquista basada en el amor romántico tradicional.

Aunque sea atípico, jugar a ser un perro encadenado, obedecer órdenes, ser castigado o encarnar un determinado papel de ficción en una relación le produce placer a mucha gente.

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En esas relaciones de dominación y sometimiento, que se establecen entre parejas (o grupos), no solo ocurre una especie de teatralización erótica del sometimiento y la disciplina sino que también se juega con la relación entre el dolor y placer. De ahí las otras palabras que componen la sigla BDSM: masoquismo, que es deleitarse por el castigo y sadismo, disfrutar al infligir dolor (sustantivizado así por los relatos del Marqués de Sade).

La regla máxima para este tipo de prácticas, que todos experimentan en mayor o menor grado es, desde luego, que sea consensuado. En una iniciación con la Viuda Negra, para alguien que tenga curiosidad, por ejemplo, se “hace de todo un poquito. Y para hacerlo tenemos una palabra de seguridad. Sirve para que cuando a uno no le guste lo que le están haciendo, parar. Debes decir “Piedad”. No puedes decir ni pare, ni por favor, ni no más. Eso cortaría el juego en el que yo soy la que mando. Las iniciaciones son muy suaves. Y ahí se ve si hay gusto o no”.

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Al llegar al despacho/cuarto erótico de la Viuda Negra nos abrió la puerta un hombre (sumiso) que nos acompañó hasta el segundo piso. En la sala, vestida con un traje corto de cuero y un collar de taches, estaba la Viuda, sentada; junto a ella, de pie, como posando para una foto, permanecían silenciosas dos de sus tres sumisas, con quienes tiene una relación estable.  

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Les ordenó que se sentaran. Mientras señalaba a cada una de ellas, nos hablaba de su relación: “cada una se adapta a cierto tipo de prácticas. Ella es masoquista, resiste mucho dolor, pero no le gustan mucho las prácticas sexuales, ya lleva más de dos años siendo mi sumisa. En cambio, ella es más sexual, más erótica, le gustan las prácticas más suaves, hasta ahora nos estamos conociendo. Hay que tener cierto protocolo, llegar a acuerdos. Las dos partes tienen que estar interesadas por la misma práctica. Lo importante es saber que el otro no le vaya a hacer daño”.

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La Viuda les pidió que se pararan y amarró con una cuerda a una de las sumisas en una equis de madera. Tomó un látigo y empezó a golpearla. Primero suave y luego más fuerte. A la intensidad del golpe, la sumisa respondía con gemidos proporcionalmente intensos.

A la otra, le ordenó meter su cabeza en una picota medieval que estaba en medio de la cama y la jaula, la acarició, la azotó y le gritó: “¿Que volvió con quién? ¡Dígame! ¿Con quién se rebajó?”. La sumisa se mantuvo en silencio. Después nos contó que llevaba pocas semanas siendo sumisa de la Viuda Negra, que había llegado allá porque su novio se lo recomendó y que le había gustado.

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Si bien no es una escena visiblemente masiva, el BDSM en Bogotá tiene un circuito cohesionado. El evento mayor es el Festival BDSM/Fetish Colombia, que organiza el paisa Oscar Tamayo y que ya cumplió siete ediciones. Además de servir como punto de encuentro para los interesados, es también una puerta para el mercado de artículos y juguetes relacionados con las prácticas BDSM. En su última versión en Bogotá celebró varias fiestas y una feria con performances, desfiles de moda y un mercado.

Además de los practicantes asiduos, la Viuda, por ejemplo, tiene bien mapeados a sus clientes frecuentes. “Yo he clasificado las personas que vienen en tres clases. Unos, son los que son sumisos desde pequeños: hombres que le hacen caso a las mujeres, son respetuosos, serviles, que por naturaleza o crianza son así.

También están los que han tenido un (creo que mal llamado) trauma: que simplemente vivieron algo cuando estuvieron pequeños y les hizo desarrollar un gusto por el BDSM; por ejemplo, a un niño que lo dejaban con la empleada del servicio y ella empezó a decirle que, si seguía molestando, lo amarraba. Y lo amarró y le gustó. Son cosas que pasan que marcan a alguien. A este chico todavía le encanta que lo amarren. Otro caso real es el de alguien que conozco que estaba en el colegio y la profesora pidió niñas del coro que cantaran. Entonces, el niño empezó a cantar por molestar. De castigo, la profesora lo vistió de niña. Ahora le gusta vestirse de mujer, le excita esa situación de sorpresa, de humillación. Es una reacción que uno no se espera que lo excite.

El otro tipo es el cliente dominante. Es el típico trabajador que maneja personal, que tiene esa carga de ser el que organiza, el jefe. Entonces viene acá y cambia de papel: se vuelve sumiso. Eso para ellos es como una terapia anti estrés, cambia su vida cotidiana”.

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Mientras la Viuda da instrucciones a sus sumisas y ellas obedecen a su antojo, me cuenta porque resulta tan atractivo y tabú el BDSM.  “La gente se basa solo en la sensación de meter y sacar. No hay una verdadera exploración de los sentidos. Hay miedo a muchas prácticas que no conocen. Pero en Bogotá hay de todo y la misma comunidad se encarga de verificar que no se meta nadie que no sea confiable”. En Bogotá hay, por lo menos, tres comunidades consolidadas: una cerrada conocida como 3 Lunas, La Corporación y Kinky Glam. “Todo esto es de experimentar y de mirar qué es lo que a uno le gusta y qué no. Yo aprendí en internet y con gente que está dentro de la comunidad. Para eso es la comunidad, para saber cómo azotar a una persona y dónde. No es coger un látigo y cascarle a alguien así porque sí, le puedes lastimar los riñones o dejar marcas y a mucha gente no le gusta porque tiene pareja”.

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