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El dinero está manchando la pelota

Hemos llegado a la era en la que todo, incluido los ideales, tiene un precio.

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En un mundo en el que la gente muere de hambre es insoportable que los cracks evadan millonadas en impuestos y que los clubes paguen cifras astronómicas en los fichajes de cada temporada para seguir facturando con el apetito insaciable de los consumidores del fútbol.

Por: Héctor Cañón Hurtado @CanonHurtado // Fotos: Gettyimages

Antes de que lo envolviera la espesa niebla de la fama, el poder y el dinero, que enceguece a los divos del fútbol, el crack francés Paul Pogba juró que nunca volvería a vestir la camiseta del Manchester United. Lo hizo besando índice y pulgar y con la fe del que cree que no va a flaquear. “Ni por todo el dinero del mundo…”, aseguró cuando aún no aparecía con nuevo y estrafalario peinado cada dos meses, para saciar la sed de ídolos con ínfulas de rockstars de la fanaticada futbolera y de paso consolidarse como una marca exitosa a la que siguen alrededor de 15 millones de personas de todo el planeta en las redes sociales.

Ese día del falso juramento tenía apenas 20 años y acababa de ser elegido como Golden Boy, el mejor jugador sub21 europeo del año 2013. Dijo que lo habían irrespetado y que su venganza sería no regresar cuando lo llamaran. Se quejó de los directivos, del técnico y de los hinchas. Aseguró que prefería el fútbol a la plata. Se comportó como un adolescente romántico. Lo más probable es que el peladito de entonces no se imaginara que, apenas tres años después, los 123 millones de dólares que pagó Juventus de Italia a Manchester United de Inglaterra, por sus derechos deportivos, serían tentación más que suficiente para renunciar a los principios de los que alardeaba cuando las cámaras apenas lo empezaban a incluir en su insaciable radar.

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Esa cifra no es todo el dinero del mundo, Paul. Ni siquiera del futbolístico. De hecho, es muy poco si consideramos que Barcelona y Real Madrid, los dos clubes más rentables del planeta (y por lo tanto los más seguidos por los consumidores de la industria futbolera) están avaluados en más de 7 mil millones de dólares o que la liga Premier de Inglaterra, donde esperan a Pogba con ansiedad, genera ganancias que están alrededor de los seis mil millones de dólares por temporada.

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Por eso, los redondos cheques que giran bastan para que cualquiera de los divos del fútbol cambien de camiseta, de principios y de amigos. Vale la pena recordar que, según un estudio de Forbes en 2016, Manchester United, comprador de los derechos deportivos del futbolista francés, es el tercer equipo más rico del mundo y está avaluado en 3 mil 320 millones de dólares. Para ellos, comprar a Pogba en 123 millones de dólares fue hacer una inversión, que les garantizará sumar para seguir creciendo a un ritmo del 10% anual como los demás clubes del Top 10 de Forbes. Al fin y al cabo, una de las razones de peso para traerlo a sus filas es que, además de habilidoso con la pelota, tiene una imagen seductora que lo llevó a vender casi 700 mil camisetas de Juventus con su nombre en la espalda en la última temporada.  Ahora, con la de los “red devils” enfundada, podría acercarse a Messi, CR7 y James, quienes rondan el millón.

El listado de Forbes salió de una ecuación entre los ingresos recibidos por la boletería, las transmisiones televisivas, los comerciales y la marca registrada. Lo que demuestra que las gambetas, las atajadas y los golazos que tanto celebramos frente a la tele son lo que menos les importa a los dueños del chuzo. Así es el negocio hoy en día. “La pelota no se mancha”, dicho popular entre los futboleros que defendemos a capa y espada la naturaleza sana y limpia del fútbol, empieza a sonar ridículo e insostenible con casos como el de Pogba.

El delantero argentino Gonzalo Higuaín, quien fue vendido semanas atrás por el Nápoles a Juventus en 90 millones de dólares, es otro de los casos que demuestran que el dinero devoró a los ideales en el fútbol. Su partida al archirrival de siempre fue repudiada por los hinchas, que postearon en redes fotos con su camiseta en llamas o en los inodoros del Estadio San Paolo de Nápoles. Sus declaraciones ingratas encendieron la polémica en la Italia futbolera, donde aún quedan vestigios del romántico amor a la camiseta que reinaba cuando Internet, Nike, Gatorade, los mafiosos de la Fifa y otros oportunistas no reclamaban aún su tajada en uno de los mejores negocios del planeta.

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¿Cómo puede pagarse semejante cifra por un jugador que no aparece en el top 10 de los cracks del momento y que carga con la pesadísima cruz de haber desperdiciado varias opciones de gol en las tres finales que jugó y perdió con la selección Argentina en los últimos dos años? Francesco Totti, el último gran ídolo italiano, le pegó al perrito diciendo que ahora los futbolistas no eran como Maradona y se vendían al mejor postor.

Eso es verdad, pero también lo es que el poder político y económico de los grandes clubes de Europa, que se rigen por la lógica traqueta de que no hay algo en esta tierra que el dinero no pueda comprar, arrasa con cualquier atisbo de dignidad que puedan mostrar los futbolistas. Además, las grandes marcas deportivas como Nike, Adidas & compañía limitada también presionan a la hora de mover a los jugadores de un club al otro porque facturan cientos de millones de dólares cada año a punta de camisetas, guayos, gorras y demás disfraces. Si Cristiano Ronaldo gana 1,5 millones de euros por 15 segundos de publicidad, ¿cuánto ganarán quienes son promocionados por él?

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¡Pobres manes! En la mayoría de los casos no pueden elegir dónde quieren jugar y deben ponerse la camiseta del que más pague. Basta recordar el camino de Falcao García, quien abandonó al exitoso Atlético de Madrid por la fortuna que le ofreció el magnate ruso Dimitri Rybolóvlev para que se pusiera la camiseta de Mónaco. Meses después terminó lesionado y ha tenido que ver por la tele cómo sus antiguos compañeros del equipo colchonero levantan las ansiadas copas, mientras su cuenta de ahorros recibe más de 2 mil 700 millones de pesos más cada mes y el permanece en la banca la mayor parte del tiempo. 

Aunque la mayoría de clubes grandes de Europa están manchando la pelota con su voracidad capitalista, el caso de Barcelona de España es más que preocupante. Los catalanes se han convertido en especialistas a la hora de burlarse del fisco español mientras continúan dando vueltas olímpicas y facturando con la pasión incontenible que generan sus cracks. Lionel Messi, Neymar Junior, Javier Mascherano y Adriano son cuatro ejemplos de cómo las directivas del club se hicieron los de la vista gorda para que los cracks no pagarán impuestos con el dinero recibido por sus derechos de imagen. Neymar debió pagarle 52 millones de dólares al fisco de Brasil, un país que lo adora mientras sigue sufriendo el hambre de sus niños. Messi, quien gana cada más de 20 millones de euros cada año, también fue hallado culpable y debió desenfundar una cifra astronómica para no ir a parar a la cárcel. Reyes de la gambeta en las canchas y a la hora de pagar impuestos que favorecerían a la gente que los convierte en ídolos.

Además, varios de los clubes grandes aún no logran comprobar que las escandalosas transacciones pagadas por algunos jugadores no están arregladas para que no afecten sus bolsillos llenos ni sean insoportables para la audiencia. A principios de este año, el portal Football Leaks encendió el avispero al revelar que el precio pagado por Real Madrid para adquirir el pase de Gareth Bale había sido 10 millones de euros mayor a lo que se había declarado oficialmente.

Pero no sólo los jóvenes caen en las garras de los capitalistas. Mientras los adolescentes talentosos de países tercermundistas son comprados por los clubes de Europa en cifras estrambóticas, los cracks más viejos viven los otoños de sus carreras ganando millonadas por intentar despertar la pasión futbolera en China, los países árabes petroleros y la aburridísima liga gringa. Por poner solo un ejemplo, la liga del gigante asiático invirtió 178 millones de euros en los fichajes del top 7 de la última temporada: Alex Texeira, Jackson Martínez, Ramires, Gervinho, Paulinho y Freddy Guarín.

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Esos, amigos futboleros, son nuestros ídolos. Unos muchachos súper dotados con la pelota, confundidos con la fama y el billete y usados como marionetas por los dueños del negocio. El fútbol, lamentablemente, sí está manchando la pelota.

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