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El fanatismo herido de los colombianos. ¿Somos malos perdedores?

Es hora de decirlo: ni el mundo nos odia ni hay conspiraciones de la Fifa en nuestra contra. Dejemos de ser tan sensibles.

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Desde el popular “era gol de Yepes” hasta el delirio de favoritismo en el Mundial de Estados Unidos 94, pasando por los delirios de persecución a nuestros cracks en Europa, una serie de perlas que demuestran que somos malos perdedores, los reyes del drama a la hora de justificar las derrotas merecidas y víctimas de enemigos fantasmas.

Por Héctor Cañón

La hinchada nacional disfruta poniéndose en el papel de víctima cada vez que caemos y ensalza a los jugadores hasta inflarlos cuando la pelota rueda a su favor. No nos echemos cuentos: así somos. Si ganamos un partido jugando bien, nos montamos en el barco de los favoritos a los trofeos para después naufragar al son de lamentos lastimeros, salvo honorables excepciones como la de la selección que jugó el Mundial Brasil 2014 y la del país que la apoyó en las canchas y por la tele.

Si perdemos –y no podemos ni queremos caerles encima a los jugadores–, la salida es ponernos en el rol de víctimas de los árbitros, de las confabulaciones de los enemigos de la alegría colombiana, del clima, de los técnicos racistas, de los dioses de la prensa deportiva, de lo que sea para no admitir que en el mapa del fútbol mundial no somos más que animadores eventuales.

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Colombia, un país con cicatrices y heridas abiertas en toda su geografía, necesita con urgencia ídolos que le compongan la fe en sus valores como colectividad, pero no sabe cómo lidiar con los altibajos en el camino de aquellos que compiten en nombre de su bandera. Unos se emputan con España entera porque James Rodríguez, el mejor jugador de nuestra historia aún con varios años de fútbol por delante, comete el error político de darle quejas del Real Madrid a la prensa nacional y termina en la banca de un equipo que gana, gusta y golea sin él. 

Los demás, en el otro extremo del pensamiento hiperbólico, olvidan que fue goleador del mundial a los 23 años y lo acusan de todo que se les pueda ocurrir. Así mismo, si vuelve a meter un buen gol de tiro libre a un equipo condenado para siempre a la parte baja de la tabla reculan para decir que está “callando a sus enemigos”, “poniendo la casa en orden”, “desafiando a los que no lo quieren” y más frases de calibre narcisista nacionalista.

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Seamos realistas. Mientras seamos colombianos y mientras hinchemos por la selección, lo más probable es que los días de gloria sean excepcionales y que caigamos con frecuencia sin que haya conspiraciones ni victimarios en nuestra contra. El 4-4 contra Rusia en el Mundial de 1962, el 5-0 a Argentina a domicilio, las copas continentales de Nacional, Caldas y Santa Fe, la época dorada del Pibe & compañía y las mieles de la era Pékerman son los tesoros de nuestra vitrina. Valderrama, James, Asprilla y Falcao son nuestros héroes, a veces en la cumbre y a veces en el suelo.

Tal vez necesitamos valorarlos un poco más para abrirles espacio a las posibilidades de poner nuevas copas y leyendas de jugadores geniales allí. También para traerle esperanza a una sociedad confundida, que no sabe cómo salir de su historia violenta ni cómo apoyar, en las buenas y las malas, a los que trabajan y se equivocan pateando un balón.

A continuación, siete casos que demuestran lo irritables que somos cuando se “meten” con el orgullo patrio.

1.  James vs Zidane  
No hay una conspiración en su contra ni el director técnico lo odia. La prensa española es ruidosa por naturaleza y su inquina, aunque evidente, no es personal. El tema de James es sencillo: dio quejas a la prensa después de brillar en la pasada fecha doble de eliminatorias sudamericanas. A Zidane, un monsieur del fútbol, no le gustó y lo banqueó porque sabe que Bale, Benzema y Cristiano Ronaldo se entienden a la perfección y juegan un fútbol vertiginoso que no extraña el innegable talento del número 10. (Ver Bale, Benzema, Cristiano en acción 

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