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Carta al Niño Dios: viajar hasta donde la mente y el cuerpo aguanten

Dejémonos de pendejadas, tengo 35 años y ya no podré tenerlo todo. No todo lo que quise cuando era joven.

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Por: Laila Abu Shihab // @laiabu

No me las voy a dar ahora de la súper niña que jamás creyó en seres imaginarios. Más bien todo lo contrario. Era tan ingenua, lo fui hasta tan grande, que había entrado ya en la adolescencia cuando me enteré que los papelitos que entregan al pagar un peaje no sirven para la rifa de la carretera, cuento que mi madre me echó un día que íbamos de paseo en el carro y que me comí enterito, por muchos años. 

Puedo decir más bien que me daba como pereza sentarme a escribirle una carta a alguien que pensaba estaba muy ocupado leyendo trillones de cartas iguales, para contarle de mis hazañas durante el año y pedirle los regalos de Navidad que en consecuencia creía merecer. No sentía que esas cartas fueran útiles ni necesarias. En casa, con mi mamá, nos saltamos casi siempre ese paso. La familia siempre fuimos las dos y tal vez por eso no le hallábamos mucho sentido a esas tradiciones. Se me ocurre hoy que fue por eso. El caso es que con mucha anticipación yo le decía a mi mamá, directamente y sin intermediarios, lo que quería de regalo. Y ella, casi siempre también, me lo daba antes. Si era ropa, me llevaba a comprarla para que yo la eligiera y entonces ya no se ponía debajo del árbol. Si era un juguete, lo mismo. 

De las pocas cartas que me parece hice en la infancia, creo que sólo una debe seguir guardada en ese baúl con papeles viejísimos y amarillentos que pesa toneladas, y que es imposible mover de la casa de mi madre. La letra con la que está escrita es insegura y gigante. Pero nunca es tarde. Aquí estoy de nuevo. Aunque ya acumulo unas cuantas arrugas, gorditos y flacidez y son visibles un par de canas, este año he querido recuperar esa bonita tradición que en realidad nunca disfruté siendo niña, este año he querido escribirte una carta para pedir el que, para mí, es el mejor regalo de Navidad posible.

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Querido (quien quiera que seas y donde sea que estés, qué jodido es no saber a quién dirigirse):

Pido que en lo que me quede de vida, además de buena salud, un bonito amor, mucho sexo y estar cerca de las personas que más quiero, sólo me des viajes. Dejémonos de pendejadas, tengo 35 años y ya no podré tenerlo todo. No todo lo que quise cuando era joven.

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He dejado un poco la ambición. Ahora sólo pido lo que considero realmente necesario para vivir contenta y tranquila. Me imagino que todos los adultos piden también que llegue la paz a Colombia y al mundo. No pienses que soy egoísta, de verdad no lo soy, pero esta vez sólo quiero pedirte por mí; ya te dije, buena salud, un bonito amor y mucho sexo, estar cerca de las personas que más quiero y muchos, muchos viajes. Este año me porté muy bien: viajé mucho. Así que merezco seguir por la misma senda, que además es la correcta ¿no te parece? Mira que para viajar no soy de lujos (aunque sí llegan pues bienvenidos sean), soy más bien guerrera, así que no te costará tanto darme gusto. 

Querido... (bueno, eso, lo que seas): mi sueño no es viajar por el mundo. Eso es imposible, tan etéreo. Creo que te voy a caer bien porque mis sueños son palpables, concretos: quiero pasar por fin unas cuantas semanas en La Guajira, me lo merezco, soy una mujer buena, trato de no hacerle daño a nadie. Quiero a ir al Pacífico, a Ladrilleros, Juanchaco y La Barra, para ver ballenas y atardeceres y jugar fútbol en la arena de la playa y comer pescado frito hasta que me canse. Llévame a Machu Picchu, a Edimburgo, al Gran Cañón en Arizona (Estados Unidos), a Vietnam, Laos, Camboya y Tailandia. Desde hace años quiero recorrer el noreste de Brasil, lo sabes. Conocer la isla de Pascua, Tierra del Fuego, Irán y Egipto. Sí, algunos me miran como raro cuando les digo que quiero ir a Irán, pero sé que tú estás más allá del bien y del mal, que no tienes prejuicios.

¿Ves que no es tan complicado? Claro que quiero que mi país viva en paz, igual el mundo, pero tú no tienes una varita mágica para cumplir deseos colectivos y tan complejos. Esto es mucho, pero mucho más sencillo: sígueme dando vida para conocer y recorrer la mayor cantidad posible de rincones, pueblos y países.

A cambio, promocionaré tus bondades y te escribiré una carta todos los años, en diciembre, para renovar este deseo y para que te acuerdes que lo único que quiero en la vida es eso: viajar hasta donde la mente y el cuerpo aguanten.  

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