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El museo de los corazones rotos

Por Laila Abu Shihab - @laiabu  Es el museo más original que conozco. El más original y el único en el que todos tienen cabida, que puede interesarnos a todos. No importa de dónde vengamos, a qué nos dediquemos, cuáles sean nuestros gustos.

Me explico: no a todos les fascina el arte, no a todos les gusta la historia naval de una nación o su historia militar. No a todos tiene que emocionarnos visitar un museo del oro o un museo dedicado a los títeres. Pero todos, todos sin excepción, hemos tenido al menos un desamor. Todos hemos sufrido por un amor no correspondido o por un amor que después de un tiempo (mucho o poco) se agota, se muere. Por eso mi teoría de que el Museo de las Relaciones Rotas (Museum of Broken Relationships) es el museo más original del mundo, pero también el único creado alrededor de un tema que a todos nos afecta, que a todos nos toca.

Está en Zagreb, la capital de Croacia (en mi lista de ciudades preferidas y también de las más verdes y tranquilas). Sus creadores fueron, cómo no, dos artistas croatas recién separados. Era fácil deshacerse del carro, del televisor; lo que no sabían era qué hacer con los objetos que parecen más simples (una taza, los individuales, un cable) pero están cargados de historias, de recuerdos y emociones. ¿Qué hacer con esas cosas cotidianas cuando el amor se acaba?

Con sus objetos y los de algunos amigos que también andaban ‘entusados’ hicieron una exposición que resultó tan exitosa, que pronto rodó por otras ciudades y la gente empezó a donarles cosas. Y eso es algo bien bonito -y también original- de este museo. Que se ha construido (y se sigue construyendo) gracias a la colaboración de las personas que, sin importar el lugar del mundo en que se encuentren, donan un objeto para enriquecer sus colecciones. Son donaciones espontáneas, que siempre deben venir acompañadas de una historia que explique porqué ese recuerdo material que entregan al museo condensa o representa un fracaso afectivo, un corazón roto. Las historias pueden ser de dos líneas o de 15 páginas, no importa, y en el Museo no las editan, las publican en su idioma original y también las traducen al inglés.

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Cabe cualquier cosa. Desde un termómetro de Galileo hasta una pastilla de éxtasis (que no han podido exhibir por cuestiones legales), pasando por un libro, un videojuego, una piedra, una botella de plástico, un ciempiés de peluche, un vestido, un frisbee, unos tacones, una guitarra, un carrito de juguete, unas semillas, ropa interior, un ramo de novia hecho de tiras de papel, unas esposas, un router o un hacha. Sí, un hacha. Y cabe cualquier historia amorosa. De un día. Amores de verano. Matrimonios de tres décadas. Amores adolescentes. Amores que llegan al final de la vida.

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El alemán que donó el hacha utilizó esa herramienta para destruir todos los muebles que su ex dejó en la casa cuando se fue con otro hombre. Dos semanas después, cuando ella volvió para recoger sus cosas, él le entregó los trozos de madera en varias cajas. Y termina su historia diciendo que así fue como el hacha “se convirtió en un instrumento terapéutico”. La que donó el termómetro de Galileo es un chica de Taiwán que tenía 20 años cuando su entonces novio le dio ese regalo. Ella no entendió nada y le terminó. Tituló su relato “6 meses ardientes + 4 meses devastadores = 10 meses de noviazgo”.

El que donó el ciempiés de peluche estuvo durante dos años en una relación a distancia y lo compró para que cada vez que se encontraran, con su novia, le quitaran un pie al muñeco. Cuando ya no le quedaran más, sería la señal de que había llegado el momento de irse a vivir juntos. “Pero como suele suceder en las que uno cree son las grandes historias de amor -escribió al donar el animalito al museo-, la nuestra se acabó y el ciempiés, finalmente, no terminó siendo un inválido”. La que donó el ramo de novia hecho de tiras de papel es escritora de Sao Paulo (Brasil) y se casó con su editor preferido, pero cinco años después se dio cuenta que él la engañaba y les escribía todos los detalles del engaño a sus amigos.

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Aunque no todas tienen al odio, la traición y el rencor como protagonistas. Hay unas muy tiernas y muy bellas y otras de las que solo quedan, al menos en la historia que envían, buenos recuerdos y un eterno agradecimiento. Un checo de 40 años, por ejemplo, dice que sólo con la mujer que le regaló el carrito de juguete que un día se encontró en un basurero pudo conocer el amor de verdad y subirse a un árbol como cuando era niño, aunque él ya tuviera hijos. Esa relación duró tres años. Y la historia del dueño del router, que vive en San Francisco (Estados Unidos), duró 7 meses y fue resumida en una sola línea: “Lo intentamos. No somos compatibles”. 

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Hoy, el Museo de las Relaciones Rotas tiene 2.400 objetos, de los cuales sólo se exhiben en la casa de Zagreb cerca del 15%, por falta de espacio. Por eso, además de la exposición permanente, tiene varias itinerantes por los cinco continentes y una que sólo se puede ver en la página web del museo. La exposición que yo vi en mayo, seguramente no será la misma que usted vea si va en diciembre, porque rotan los objetos constantemente. El más grande que les han dado es un piano, desde Londres. El más fotografiado es un gnomo que llegó de Ljubljana (Eslovenia). El 35% de las donaciones son de hombres y el 65%, de mujeres. Y la ciudad que más ha respondido a la convocatoria para donar objetos es Ciudad de México.

Yo salí un poco triste del Museum of Brokenrelationships. Lo confieso. Para mí fue como un museo del desamor y no de los recuerdos. Aunque también fue una experiencia divertida y muy interesante, porque a través de esos objetos y esas historias uno puede captar mejor las diferencias culturales, la forma en que el amor se descifra, se vive y se sufre en distintos rincones.

¿Cuántas veces le han roto el corazón? ¿Conserva aún en su casa un objeto que le impide pasar la página? Entréguelo al Museo de las Relaciones Rotas (https://brokenships.com). Ya sea para sacarse esa espinita, por pura curiosidad, por desencartarse o por exhibicionismo. Eso sí, tenga cuidado, porque no los devuelven.

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