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Postales curiosas de un viaje muy largo

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Un nuevo capítulo en los viajes de esta peculiar bloguera, que decidió tomarse un año sabático para explorar el mundo y encontrarse consigo misma, sus sueños y anhelos.

Por: Laila Abu Shihab - @laiabu

1. Surfear en una ciudad sin mar 

Los bávaros tienen muy lejos el mar (las olas aptas para surfear más cercanas están a unos 1.000 kilómetros de distancia), pero en Múnich, los amantes del surf se las arreglaron para hacer lo que les gusta en un parque en medio del cemento: el Jardín Inglés o Englischer Garten, por su nombre en alemán. Todos los días, sea verano o invierno, a 25 grados o a 5 grados bajo cero, decenas de surfistas desafían las olas de un pequeño río artificial (el Eisbach) que pasa justo debajo de una importante avenida. Los peatones se paran en un puente para ver el espectáculo, que sólo es legal desde el 2010.  

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2. Se me antoja una cerveza 
Que pidan dinero para conseguir algo de comer, está bien; que lo hagan para completar la suma que habrá que pagar en una pensión de mala muerte, con tal de no dormir en la calle y no pasar frío, tiene todo el sentido... pero que pidan limosna para beber cerveza, eso sólo lo he visto en Cracovia. Y fue por esa honestidad sin límites que terminé dándole no una sino varias monedas al singular personaje que me crucé esa noche, en una de las ciudades más lindas de Europa. 

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3. Un rico helado de absenta
Praga no sólo es la capital de República Checa, es también la capital de los bares de absenta: ese licor verde que se cuenta había bebido Van Gogh el día que se cortó la oreja, ese licor cuya base es el ajenjo (una de las hierbas más amargas que existen), con un importante componente psicoactivo y que, según la preparación, puede tener entre 55 y 85 grados de alcohol. En los negocios dedicados a este peligroso líquido que inundan Praga (hay incluso un museo) venden cocteles de todo tipo, chocolates, café, te, pasteles y hasta helados de absenta. Sí, helados que lo dejan a uno bien contento. 

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4. El mirón que sale de la alcantarilla 
Todo el mundo le dice “Man at work” (hombre trabajando), pero su nombre real es Cumil, que traducido del eslovaco sería algo así como vigilante. Esta pequeña y extraña estatua de bronce en la que la cabeza y los brazos de un hombre salen de una alcantarilla, es hoy incluso más popular que los monumentos dedicados a los grandes héroes de la patria. Desde 1997 le pone un toque de alegría al casco viejo de Bratislava (http://bit.ly/1N4GFbF), ha sido descabezado varias veces por el despiste de algunos conductores, tiene cara pícara y alrededor suyo se han tejido varias historias: las más divertidas dicen que sólo está descansando de tanto trabajo o que ha salido a la superficie para mirar por debajo de las faldas de las mujeres. 

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5. Los baños surrealistas
La estación principal de trenes de Varsovia tiene unos baños atípicos, muy originales, que hacen que uno casi logre olvidar que entró a ese cubículo para orinar, porque imitan una librería o seducen con una boca gigante pintada de rojo. Existen desde el 2012, cuando Polonia fue una de las dos sedes de la Eurocopa (el otro país organizador fue Ucrania), la primera organizada en Europa del Este desde 1976, cuando se jugó en la antigua Yugoslavia.

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6. ¿Quién necesita zapatos?
Usted tiene un par de zapatos que ya no le gustan, que ya no le quedan, que ha reemplazado por unos más bonitos o más a la moda. Pues bien: los saca a la puerta de su casa y, en un papel, invita a los que pasen por ahí a que se los prueben y se los queden, si eso quieren. No pide nada a cambio. Nada, porque algún día será usted el que pase por una calle de Berlín y encuentre tal vez no un par de zapatos sino un juguete para su hijo o un sofá que le sirve. 

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7. La ciudad de los gatos sin dueño
Que haya unos cuantos gatos callejeros, normal, sucede en cualquier parte. Pero que los gatos sin dueño no sean cientos sino miles, eso sólo pasa en Estambul, la capital de Turquía. Son tantos, y aparecen de tantos lugares, de todas las esquinas, que fácilmente lo distraen a uno de lo que fue a ver en un sitio específico. Dicen que hay casi 200.000 regados por toda la ciudad, que los vecinos y dueños de restaurantes los alimentan y que a veces hasta los veterinarios organizan brigadas para vacunarlos. Muchos regordetes, de aspecto saludable, se suben a la mesa en la que tomas té o café mientras lees un libro o se duermen a tus pies en un parque. Estambul es la ciudad de los gatos callejeros y claro, la ciudad que no tiene ratones.  

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