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La muerte en la mira

El único pensamiento que puede llevar al abismo a un ser humano, que lo debilita y lo disminuye, es el de terminar con su propia vida. Un deseo de morir que persigue, que ronda día y noche, aquí, allá y en todas partes; un deseo que no libera ni alivia, más bien aflige y asfixia, uno que lleva a la impotencia y a la desesperación. El fin de sí mismo para que el dolor pare… la única salida. La idea de autolesionarse, de terminar con todo de una vez y para siempre, es la primera y la más importante señal para tomar cartas en este asunto. Que quede claro, entonces, sin tantos rodeos y censuras: aquel que tiene ideas suicidas reiteradas es altamente vulnerable y, por obvio que parezca, está en riesgo de morir. Muchos creen que preguntar a los jóvenes sobre suicidio es como tentar al diablo, como  propagar una epidemia de suicidios sin control. ¡Falso! Hay que romper el mito de una vez por todas. Usted no le va a crear ideas suicidas a un amigo, ni se las va a crear usted mismo, si antes no estaban en su cabeza. La idea es autónoma, es la consecuencia de una importante carga emocional y personal que, muy probablemente, haya comenzado a echar raíces mucho tiempo atrás. Preguntar sobre si ha considerado suicidarse, es el primer paso para salvar una vida… la suya, la de su amigo más cercano. Es importante atender esas manifestaciones que obligan a pensar que una persona está en peligro, que quiere hacerse daño. Jamás ignore a alguien que, de manera verbal o escrita, ha manifestado su deseo de morir. En primer lugar valore la situación, en segundo, escuche, y por último sugiera buscar ayuda. Que quede claro nuevamente: antes del intento, siempre está la idea. Y la única forma de prevenir el suicidio es saber cuáles son las señales que una persona en riesgo manifiesta. Señales evidentes, tanto en el caso de aquellos que comunican su deseo de morir, como en el de quienes callan su intención de suicidarse. En las páginas siguientes, conozca estos indicadores de peligro y no lo olvide: anímese a preguntar, sin vacilar y sin agredir o juzgar. Pero, sobre todo, conviértase en una oreja gigante, busque una oreja gigante.

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El único pensamiento que puede llevar al abismo a un ser humano, que lo debilita y lo disminuye, es el de terminar con su propia vida. Un deseo de morir que persigue, que ronda día y noche, aquí, allá y en todas partes; un deseo que no libera ni alivia, más bien aflige y asfixia, uno que lleva a la impotencia y a la desesperación. El fin de sí mismo para que el dolor pare… la única salida.

La idea de autolesionarse, de terminar con todo de una vez y para siempre, es la primera y la más importante señal para tomar cartas en este asunto. Que quede claro, entonces, sin tantos rodeos y censuras: aquel que tiene ideas suicidas reiteradas es altamente vulnerable y, por obvio que parezca, está en riesgo de morir. Muchos creen que preguntar a los jóvenes sobre suicidio es como tentar al diablo, como  propagar una epidemia de suicidios sin control. ¡Falso! Hay que romper el mito de una vez por todas. Usted no le va a crear ideas suicidas a un amigo, ni se las va a crear usted mismo, si antes no estaban en su cabeza. La idea es autónoma, es la consecuencia de una importante carga emocional y personal que, muy probablemente, haya comenzado a echar raíces mucho tiempo atrás. Preguntar sobre si ha considerado suicidarse, es el primer paso para salvar una vida… la suya, la de su amigo más cercano.

Es importante atender esas manifestaciones que obligan a pensar que una persona está en peligro, que quiere hacerse daño. Jamás ignore a alguien que, de manera verbal o escrita, ha manifestado su deseo de morir. En primer lugar valore la situación, en segundo, escuche, y por último sugiera buscar ayuda.

Que quede claro nuevamente: antes del intento, siempre está la idea. Y la única forma de prevenir el suicidio es saber cuáles son las señales que una persona en riesgo manifiesta. Señales evidentes, tanto en el caso de aquellos que comunican su deseo de morir, como en el de quienes callan su intención de suicidarse. En las páginas siguientes, conozca estos indicadores de peligro y no lo olvide: anímese a preguntar, sin vacilar y sin agredir o juzgar. Pero, sobre todo, conviértase en una oreja gigante, busque una oreja gigante.

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