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¿Por qué la nueva popularidad de Avatar enfurece a los conservadores?

En lugar de infantilizar en exceso la juventud, Avatar permitió que temas reservados antes sólo a las “series maduras” llegaran a públicos más amplios

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Avatar: la leyenda de Aang - Netflix

Hace 15 años la cadena Nickelodeon transmitió Avatar: La Leyenda de Aang. Con 3 temporadas, 61 episodios y una serie derivada, el éxito no tuvo precedentes: de show para niños pasó a ser una saga de culto. Para muchos la clave está en la madurez de sus temáticas así como en su aguda crítica social. Por qué Avatar se repopularizó 15 años después para seguir incomodando al público conservador.

Por Víctor Solano Urrutia

Primero que nada, buenas noticias. Ante el rating apabullante de Avatar: La Leyenda de Aang en Netflix, la plataforma anunció que en agosto de 2020 incluiría en su catálogo la también exitosa secuela, Avatar: La Leyenda de Korra, estrenada originalmente en 2012. Así que pronto tendremos la continuación del universo Avatar, 70 años después del último episodio de las aventuras del último maestro aire.

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Para quienes no están familiarizados con la trama de esta serie animada creada por Michael Dante DiMartino y Bryan Konietzko, resumámosla así: las cuatro naciones (Agua, Fuego, Tierra y Aire) vivían en armonía hasta que la Nación del Fuego atacó. El Avatar, maestro de los cuatro elementos, era el único capaz de hacerle frente, pero en plena hecatombe mundial el muchacho desapareció… Aang, el joven maestro, emprenderá un largo camino para dominar los elementos y repeler a la Nación del Fuego.

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Ahora bien, ¿por qué resucitó la serie? En el 2020 estamos viviendo un resurgir de Avatar a propósito de que Netflix nos regalara las tres temporadas en su formato 4:3 original. Pero además de ello, pareciera que hay razones para creer que el trasfondo de la serie cuadra muy bien con el ambiente político convulsionado que vivimos. De hecho, cuando se estrenó La Leyenda de Aang la crítica conservadora de series para niños (sí, eso existe) no se guardó nada y atacó a Nickelodeon por permitir “temas políticos” o “de adultos” en horario prime time juvenil.

Cierto es que Avatar habla de los estragos de la guerra, del deterioro medioambiental, de la muerte, de la depresión juvenil, y de la desigualdad socio-económica. Tampoco es como si estos temas fueran ajenos a los pensamientos de niños y adolescentes, pero Avatar logró que se reconocieran como asuntos de discusión amplia, cosa que no cayó muy bien al conservadurismo. Y vale la pena decir que los mensajes de la saga aún mantienen su vigencia e importancia. Veamos algunas razones.

Personajes inspiradores, que crecen y maduran

La riqueza de los personajes del universo Avatar es asombrosa. Tenemos a Aang, el mismísimo avatar que, sin embargo, se muestra como un niño jovial, alegre, inocente, ingenuo a ratos y despuesto a aprender. No por ello está exento de miedos y de conflictos, con lo cual le dice al televidente de su misma edad que está bien sentirse emproblemado de vez en cuando, aun si eres el salvador del mundo.

También están Katara y Sokka. La primera es una chica madura que encarna un increíble empoderamiento femenino. Desde los primeros episodios vemos cómo le planta cara al machismo de su propia sociedad al dominar el agua-control que usa para sanar y construir en lugar de sólo luchar (aunque cuando toca, toca). Sokka, su hermano mayor, es un personaje interesante porque progresivamente va abandonando sus actitudes de machito prepotente al darse cuenta de la influencia de las mujeres a su alrededor, cuidadoras y gobernantes.

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Toph Beifong, una joven maestra tierra invidente de nacimiento, es también un personaje impresionante. A pesar de la sobreprotección de sus padres y de provenir de un hogar con todos los privilegios, decide abandonar su zona de confort y unirse a Aang, Katara y Sokka con lo cual da una bofetada a los roles de familia tóxicos. Su carisma es único: aunque posee un corazón de piedra, tiene una extraña y tajante forma de demostrar afecto.

Podríamos hablar de cada personaje, pero no nos quedaría espacio para nada más. Resaltamos que Avatar es una serie que muestra grandes transformaciones personales e íntimos viajes internos que evidencian el impresionante trabajo de construcción de personajes. El más increíble de todos los procesos es el del príncipe Zuko, rechazado y abusado por su familia, quien sólo cuenta con el consejo de su amabilísimo tío Iroh para darse cuenta de lo que en verdad dicta su corazón. Su historia nos enseña a no juzgar sin conocer las trayectorias personales y ajenas.

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Avatar es también llamativa porque se aventuró a mostrar identidades no convencionales con respecto a lo que en esa época acostumbraban las series animadas. Toph es quizás un curioso ejemplo (ojo, abro debate) de que la asexualidad existe y es una decisión respetable. A su vez, vemos casos de travestismo y de performances corporales: hombres vestidos de mujeres, mujeres vestidas de hombres, y hasta personajes andróginos, bisexuales y no binarios.

Y qué decir del final de La Leyenda de Korra (tranquilos, NO SPOILERS), que apenas insinuaba la posibilidad de una relación homosexual. Este pequeño detalle, que en todo caso no se desarrolló a profundidad, desató la ira de los conservadores, que consideraban que un personaje animado de alta difusión en el público juvenil no podía mostrar orientaciones diferentes a las convencionales. Esto ocasionó que el final de la serie no tuviera una buena acogida en el público estadounidense.

El bien y el mal: dos tazas del mismo té

Otra de las fascinantes historias de fondo es el mito de origen del universo Avatar. Hacia la mitad de La Leyenda de Korra conocemos que en el principio del mundo existían dos espíritus llamados Raava y Vaatu, que representan justamente el bien y el mal. Raava luchaba por mantenerse unida a Vaatu, pero éste sólo buscaba liberarse para dominar el mundo. Cuando Vaatu logra engañar a un joven para que lo libere, nacen los poderes del Avatar. Así, su misión es la de traer balance entre el bien y el mal.

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En la filosofía de Avatar, el bien y el mal, así como los mundos humano y de los espíritus, son complementos necesarios. Esto proviene del extenso estudio que sus creadores hicieron de las religiones y cosmologías orientales, en las que se manifiesta la complementariedad de los opuestos. Propongo un bonito experimento: googleen a Vaatu y sáquenle el negativo a la imagen. El resultado les dará una conclusión certera sobre la filosofía de Avatar: el bien y el mal necesitan el uno del otro, porque son su propio opuesto.

Ya que hablamos de La Leyenda de Korra, vale mucho la pena prestarle atención a los villanos que tiene cada temporada. Muestra de que la moral es relativa y que depende de dónde miremos, son las razones que convierten a los villanos en lo que son. A veces persiguiendo un fin altruista, en ocasiones tratando de traer igualdad y justicia al mundo, o tal vez sólo cegados por un pasado doloroso, los villanos de la secuela nos hacen dudar en varios momentos de qué lado estamos. Punto a favor de los guionistas.

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El desarrollo de una moral relativa, cosa que disgusta a los conservadores que creen que el bien es “evidente” y no necesita explicaciones, lleva a los espectadores a considerar todos los puntos de vista antes de emitir juicios finales. Esto también se ve en las representaciones culturales que hace la serie. En ningún caso los creadores tomaron partida por alguno de los grupos, naciones o tribus representadas. A lo largo de los episodios vemos que cada grupo enfrenta sus conflictos internos, lo cual aporta un dinamismo sano y evita la simplificación o exotización de los pueblos.

Por último, Avatar reitera todo el tiempo que la impaciencia y la rabia, aunque son constitutivos del ser humano y por ende no son negativos, nublan el entendimiento. La filosofía de los maestros aire es clara en exaltar la importancia de cosechar una espiritualidad moderada y sabia, que sea a la vez atenta a las injusticias.

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Ba Sing Se: donde pasa de todo aunque no pase nada

En lo profundo del Reino Tierra se encuentra su capital: Ba Sing Se, ciudad construida a base de un desigual sistema de estratificación social. En los anillos centrales se encuentran las clases altas, mientras las clases bajas viven en los anillos exteriores, separados por inmensas murallas de piedra. Quizás con esta disposición los creadores buscaban criticar la forma como están construidas las ciudades modernas, profundamente desiguales e injustas, donde la pobreza extrema y la sucia ostentación conviven aunque separadas por burbujas de realidad.

El otro aspecto impresionante de esta ciudad es que está bañada por la propaganda, de ahí que sus pobladores no sepan realmente qué está pasando, porque la versión oficial es que en “Ba Sing Se no ocurre nada malo”. ¿Coincidencia con la realidad? Con esta aguda crítica, DiMartino y Konietzko se la jugaron toda en contra de los regímenes totalitarios y se burlaron de los negacionistas de los abusos del Estado.

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Pasando a otro tema, las dos series nos muestran en repetidas ocasiones (y a veces de forma muy cruda y explícita) los impactos de la guerra: no sólo la muerte es una consecuencia desastrosa, sino que a ella le siguen el empobrecimiento y el desplazamiento forzado. Parten el corazón escenas de niños huérfanos y sin hogar que desplazó la Nación del Fuego, pero llaman la atención al público sobre lo que puede causar justificar una guerra.

Ya para cerrar, Avatar enseña sobre el cuidado del medioambiente y el respeto por los animales. Aang no sólo es vegetariano y profundamente respetuoso de toda forma de vida, sino que ama y cuida como hermanos a su lémur alado y a su bisonte volador. Hay episodios en los que el maltrato animal se critica y donde se exalta la importancia de preservar los recursos naturales. En un entorno donde a veces se niega el cambio climático y donde se promueve la cacería furtiva y deportiva (hablamos de Estados Unidos, más en la era Trump), una serie con estos mensajes seguro incomodará.

La serie que no merecíamos pero que necesitábamos

Avatar tiene un gran mérito, y es tal vez esa la razón que enfurece a la crítica conservadora desde hace más de una década. En lugar de infantilizar en exceso la juventud, permitió que ciertos temas reservados antes sólo a las “series maduras” llegaran a públicos más amplios dentro de la oferta masiva de televisión y, recientemente, de Netflix.

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La Leyenda de Aang y La Leyenda de Korra son, sin lugar a dudas, dos series que nos calientan el corazón y nos inspiran a ser mejores personas por medio de la aceptación y resolución de los conflictos que como individuos, familia, pueblo o sociedad atravesamos. Se trata de dos piezas de arte increíblemente hermosas que, al mismo tiempo, entretejen con madurez y diversión un montón de temas profundos y muy dicientes del mundo atrofiado en el que vivimos.

Estos dos programas inspiran a los jóvenes a ser activos en su propia vida y sociedad, sin importar edad, discapacidades físicas, orígenes, género, orientación o color de piel. También demuestran que el dolor, el luto, la culpa y la depresión son emociones normales y que no está mal darles su espacio para tratarlas de la mejor forma. Por esa razón merece la pena verlas una y otra vez, sin importar si uno es niño, adulto o anciano.

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