A finales de 2007 el Ministerio de comercio, industria y turismo de Colombia presentó ante el mundo la campaña “Colombia, el riesgo es que te quieras quedar”. Era una jugada publicitaria para atraer turistas y limpiar la mala fama de una nación que por ese entonces figuraba en las noticias internacionales por la guerra, los secuestros y el narcotráfico. Para hablar del contexto sin ir tan lejos ni alargar el cuento hay que recordar, por ejemplo, que en 2001, cuando el país fue sede de la Copa América, los equipos top prefirieron no traer a sus jugadores estelares para cuidar su seguridad. Por esas épocas se rumoreaba lo mismo de muchos artistas que, al parecer, les daba miedo venir al país. El caso curioso, volviendo a la campaña, es que de entrada asumía el vínculo Colombia-riesgo e intentaba volcarlo hacia otro lugar: la permanencia. Se refería a algo así como quedar atrapado por el fascinamiento.
El sambenito de la guerra no nos lo hemos quitado de encima, aunque los tiempos han cambiado y probablemente el atractivo turístico del país sí se haya incrementado. Pero no hay que olvidar que durante muchos años para muchos nacidos en el país el riesgo, en términos de realización personal, siempre ha sido quedarse acá. Para la muestra:
Ese éxodo de colombianos, aunque ha disminuido en los últimos años, nos enfrenta con preguntas sobre los bienes culturales “locales” y, en últimas, sobre qué es la colombianidad: ¿Se puede heredar? ¿Se puede gestionar desde otros territorios? ¿Se trata de un asunto de pasaporte? ¿Es una posición discursiva o una apuesta estética? ¿Son las condiciones de producción? ¿Dónde ubicar a los artistas cuya función expresiva y simbólica está atada a los signos de la colombianidad, pero no operan dentro de los límites del país?
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En el periodismo musical esas preguntas nos rondan permanentemente. Sobre todo porque empezamos a ver cómo cada vez son más notorios los casos de artistas nacidos en Colombia (o hijos de colombianos) que hacen su carrera desde otros lugares. Son nombres que, a pesar de no gestionar sus creaciones dentro de nuestros mismos límites, están plenamente georreferenciados a través de sus canciones o su discurso. Figuras que, por lo menos en términos de representación ante los escenarios “extranjeros”, ejercen como colombianos. Los casos son muchos.
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Algunos de ellos migraron por voluntad propia, otros son hijos de migrantes ilegales. Todos hacen parte de la diáspora latina regada por el mundo. Y casi todos le cantan a Colombia en sus canciones.
La particularidad de las identidades nacionales es cada vez más difusa por culpa de los flujos migratorios y las tecnologías de comunicación. No obstante, las desigualdades, que en el campo de la música se traducen en una distancia en el acceso a herramientas para la producción y difusión, hacen que, si bien es destacable que la diáspora Colombiana triunfe por el mundo, habla también de una fuga provocada por esas condiciones disimiles.
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