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Ciriaco, el hombre que vende peluches en los prostíbulos bogotanos

¿A quién se le podía ocurrir vender peluches en medio de esa oscuridad espesa y humeda?  

Por: Fabián Páez  López @davidchaka // Fotos: Juan José Horta

 “Tengo peluches con dinamita para la suegra por si están buscando”, nos dijo entre risas Ciriaco cuando salió, por fin, de un prostíbulo. Le veníamos siguiendo la pista de burdel en burdel con cámara en mano por la avenida Caracas. Cada lugar en el que parábamos era más sórdido que el anterior. Siempre que preguntábamos por él los tipos encargados de la entrada cambiaban su mala cara y nos decían que había salido hace poco, que debía estar en un “chochal” cercano.

Después de cinco intentos fallidos lo encontramos en la calle 64. Bajó por unas escaleras tupidas por las luces de neón que indicaban que en el lugar, efectivamente, se ejerce la prostitución. Venía un poco encartado con la mercancía y unas cadenas doradas entre sus brazos.

La broma con la que nos recibió no era un chiste flojo para ofrecer a las mujeres que allí trabajan. El Ciriaco no es un chulo, ni mucho menos ofrece mercancía cargada con dinamita. Aunque desde hace 25 años  se gana la vida de lupanar en lupanar, él, en realidad, vende peluches: de los que acumulan ácaros, de los que venden en esas misceláneas infestadas de Timoteos y globos de aluminio, de los que tienen los niños, de los que se regalan los adolescentes en amor y amistad.

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Debo reconocer que lo primero que pensé cuando empecé a hablar con él era que estaba borracho. Parecía disperso. No oía ni veía bien. Armar una conversación fluida con él resultó difícil. Aunque a simple vista no lo aparenta, los años ya le están haciendo efecto. Me contó que había nacido el 18 de agosto de 1945. Y para tener 70 años y trabajar en la calle, a la larga, no necesita más lucidez de la que tiene.  Dijo que un día trabajando le dio una trombosis que afectó uno de sus oídos y le achiquitó un ojo, pero que por lo demás su salud está perfecta.

Su oficio no es una rareza, pero su lugar de trabajo es poco común. Pareciera que en un establecimiento dedicado a la lujuria no cabe la venta de un artículo que, a menos que sea el incorrecto oso de la película Ted, reúne toda la empalagosa cursilería de estas fechas (amor y amistad). Queríamos saber cómo había terminado sacándole provecho al negocio del amor cronometrado. Pues de tanto rondar por ese mundo se ha convertido en un personaje infaltable. Sus peluches hacen parte del paisaje de los burdeles bogotanos.  

Sus peluches hacen parte del paisaje de los burdeles bogotanos.  

Le dijimos que lo acompañaríamos durante su recorrido y así fue. Primero nos metimos con él a trabajar en el lugar en el que nos recibió. Allí nos tomamos una cerveza, aunque dijo que cuando sale a vender no le gusta tomar porque le echan cosas al trago: “las putas son jodidas”.

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