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Discriminar la pobreza, la paradoja de ser colombiano y el caso de 'Don José'

Más allá de la lástima y la indignación pasajera en Internet, ¿qué dice el caso del país en que vivimos?

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Facebook: Valeria Lotero

Don José, un cantante de música popular fue discriminado en un restaurante de Medellín. Más allá de la lástima y la indignación pasajera en Internet, ¿Qué dice el caso del país en que vivimos?

El pasado 7 de mayo internet se enteró que en Medellín vivía un señor al que le decían ‘Don José’. El periódico El Espectador se refirió a él como “un campesino que se vale de una guitarra y su voz para ganarse la vida” y se hizo popular (y seguramente se olvidará rápidamente) por un video puesto en Facebook por Valeria Lotero.

En el post (que pueden ver completo acá abajo y que ya es bien conocido), Lotero denunciaba haber vivido un momento incomodo en un restaurante en el sector de El Poblado, en Medellín. Mientras almorzaban, ella y un amigo invitaron a una mesa a comer ‘Don José’, el hombre que se había acercado al restaurante a cantar la canción Mamá vieja, del dúo argentino Los Visconti, a cambio de algunas monedas. La administradora del lugar no lo quería dejar comer adentro del restaurante, inluso cuando Lotero y su acompañante cubrirían los gastos del almuerzo de su invitado, por lo que algunos de los comensales la reprocharon, grabaron con sus celulares y de ahí en adelante todo fue un escándalo mediático que se volvió más bien curioso y chistoso por lo recurrente en Colombia. Fue un caso de discriminación y de exclusión que se hizo muy evidente, sí, pero la alarma no fue por lo discriminatorio, sino por lo evidente. La indignación en Internet, en cambio, se tornó violenta. 

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Clasismo a la colombiana

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En un país con tantos complejos de clase heredados del colonialismo, el dinero no es el único criterio de distinción. Suena paradójico, pero son los mismos que hacia afuera son símbolos de la colombianidad, los que se repelen en bares, restaurantes, clubes, etc.

Son ya recurrentes y bien conocidos los casos en los que no se les permite la entrada a lugares a personas por su estatura, por su color de piel o por su ropa. La lógica colombiana, a pesar de que aparentamos tanto orgullo patrio, es más bien como la de la frase clásica de Groucho Marx: “Nunca pertenecería a un club que admitiera como socio a alguien como yo”.

Que a un hombre con un atuendo tradicionalmente paisa no se le permita la entrada a un restaurante “casero”, en la misma tierra de la bandeja paisa, por un supuesto código de vestir, también habla mucho de cómo el mercado está simulando las experiencias de consumo. Se puede ir a comer a un restaurante que ofrezca comida campesina, natural, casera, tradicional, u orgánica, pero no se puede vivir prolongadamente como campesino. Cuando se rompe la simulación, la experiencia real se vuelve traumática. No solo para los comensales habituales, también para los invitados que no comparten los mismos códigos. La incomodidad es mutua e irreconciliable.

Lo que pasó con el hombre que por poco es echado del restaurante, Don José, es la prueba de una discriminación que sucede todos los días. Detrás del orgullo por los símbolos patrios hay una aporofobia (fobia a la pobreza) muy enclosetada y un miedo a reconocernos como tal.

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La discriminación indignante vs discriminación aceptada

El caso, que se volvió viral por la apariencia y la cara de desconcierto del personaje, fue recibido como un caso de discriminación. Como si hubiera sido cosa de UN día. La mayoría de gente en Facebook, el diario El Espectador y Semana apuntaban a que el señor fue víctima de un acto discriminatorio porque, aun cuando iba a ser invitado a comer, no le era permitido. Pocos se indignan, en cambio, porque ‘Don José’ estuviera pidiendo monedas, porque no tuviera un empleo o porque no pudiera pagarse un almuerzo en El Poblado. De hecho, poco se sabe de la historia del señor.  

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En internet (y en los medios) explotó lo que pasa todos los días en el país. La línea divisoria entre la discriminación aceptada y la discriminación indignante/viral es muy fina. La separa una grabación con el celular. No está mal visto que, por ejemplo, el 26,9% de la población viva como ‘Don José’, en estado de pobreza monetaria (o peor aún, el 7,4% en pobreza extrema). Tampoco que sea el TERCER país más desigual del MUNDO. ¡EL TERCERO!. ¿La desigualdad no indica que vivimos en un estado de discriminación estructural permanente? ¿Es un asunto de sutileza? ¿Se puede discriminar en clubes, colegios, o bares, pero no en restaurantes?

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