Estudiante de Economía.Vive en unión libre.Residencia: Bogotá. Alquiló su vientre una vez y pronto lo hará de nuevo.
Así encontramos a Érika, a quien logramos contactar telefónicamente luego de enviar dos correos electrónicos. De frente, le contamos lo que estábamos haciendo, y contrario a lo que suponíamos, no tuvo ningún problema en contarle su historia a Shock.
Así comenzó
“Me enteré de esto hace 4 años por medio de una vecina; su hija trabajaba en España alquilando su vientre. Un día vino de vacaciones y me contó cómo era el proceso y me dijo que acá en Colombia también se hacía. Y, ¡pues claro!, a mí me quedó sonando. Ella le compró una casa a su mamá y otras cosas para ella. Un año y medio empecé a averiguar sobre el tema, cómo era el procedimiento, sus pros y sus contras. Porque esto realmente es algo muy serio, es todo un proceso, porque tú no sabes qué tipo de persona será la que te contacté. Están lo que quieren los niños para traficar, o para vender luego los órganos.
Yo soy prácticamente casada aunque vivo en unión libre. Mi esposo al principio no quería, me decía: ‘¿Cómo vas a hacer eso?, ¿por qué no lo tenemos para nosotros’. Y al final entendió. Yo le decía: ‘Si ellos me necesitan y uno tiene la oportunidad de hacerlo, pues ¿por qué no?, y más aún si hay dinero de por medio’. Yo lo hice ya una vez y vamos para la segunda”.
Sus “clientes” y el proceso
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Contrario al común de las mujeres que ofrecen su vientre en alquiler, Érika no tiene hijos. Los “clientes” prefieren que sus madres sustitutas tengan sus propios hijos y evitar así la probabilidad de que se encariñen con el bebé. Ella siempre supo que aunque yo no tenía hijos, eso no iba a pasar.
“Fui muy clara y les dije que no tenía bebés, pero ellos no tuvieron problema con eso, incluso me cuidaban más porque era mi primer bebé. Con esa pareja nos contactamos por medio de un anuncio que yo había montado en internet, y es que definitivamente ese es el puente, el canal principal para este tipo de cosas. Internet lo puede todo. Luego nos conocimos y empezó el proceso. Yo tenía 22 años y ellos eran colombianos. El que se encargó de todo fue el ginecólogo, que era un amigo íntimo de la familia. Hicimos la vuelta por medio de una clínica donde él era jefe o algo así. Obviamente me hicieron todos los exámenes habidos y por haber, incluyendo el de VIH. Hablaron con mi esposo, investigaron mi pasado. Además del proceso médico lo único que hice fue firmar un papel –decir contrato suena feo–, donde me comprometía a darles el niño cuando naciera; igual ellos tenían mi dirección, mi teléfono, el de mi esposo, todos mis datos. La parte legal del proceso es algo muy confidencial, entonces sobre eso no te puedo comentar mucho. Igual yo la tenía clara: No quería tener hijos y sabía que eso era un favor remunerado. Yo estuve en mi apartamento los 9 meses y ella venía constantemente. No tuve que pedirle nada, ella me lo daba todo. La gente habla mucho de todo esto un negocio, como una ‘sociedad’, y esa palabra suena horrible. Para mi, fue como una amistad lo que se creó todo ese tiempo entre
nosotras”.
Nueve meses después
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“Cuando nació (el niño) yo me quedé con él unos minutos mientras lo vi, como cuando se lo entregan a las mamás comunes y corrientes. En ese momento aparecen sentimientos contradictorios. Como que lo quieres, pero como que sabes que no es tuyo. Sientes que esa persona salió de ti, que esto, que aquello, y tratas de buscarle un parecido, pero entonces ves el rostro de la mamá y ves cómo se le iluminan a ella los ojos de una manera impresionante y tú como que aterrizas nuevamente y sabes que así es el proceso. No es que yo sea de sangre fría, solo que uno tiene que asumir todas las consecuencias y todas las responsabilidades de lo que decidió, porque esto no es un chiste. Yo no tuve un acompañamiento psicológico, pero sí bastante tiempo para saber qué era lo que quería hacer y por qué lo iba a hacer. Aparte de eso yo tenía un contacto constante con la señora, yo le veía a ella esa felicidad, esas ansias, y yo sabía que iba a ser una excelente mamá. Obviamente yo hubiera podido cambiar de opinión, son riesgos que se toman. A veces estas parejas dan con gente inescrupulosa que lo único que quiere es vivir a costillas de ellos. Eso es un riesgo que debe tomar la pareja porque ellos no se pueden respaldar en la ley. A mí no me podían decir: ‘Mire, es que yo la voy a demandar a usted por tal y tal cosa’. No, no pueden. Eso es como cuando tú te metes a una pirámide, si acaso demandarás y ya, pero nadie te responde”.
Y después, ¿qué?
“Todos los años me acuerdo de su cumpleaños, pero entonces me pongo a pensar y sé que soy responsable de mis actos, no me puedo dar el lujo de decir: ‘¿será que averiguo?, ¿será que tal cosa?’… No, no, no… Ellos ya son felices y son su familia, yo ya no tengo absolutamente nada que ver ahí. Mis propios hijos pienso tenerlos a los 31 ó 32, cuando ya me haya realizado profesionalmente. La pareja a la que le di el bebé lo tenía absolutamente todo. Y yo quiero que sea así cuando decida tener mis propios hijos”.
Las razones y el pago
“La primera vez tenía solo 22 años y lo hice llevada por la curiosidad, y obviamente también por el factor monetario. Hace 4 años me pagaron 12 millones de pesos, y si tú te pones a pensar, 12 millones tampoco son mucho, no alcanzas a comprar una casa, no alcanzas a comprar un carro. La mitad de esa plata la usé para ayudarle en un tratamiento médico a una tía que nos había ayudado mucho, y el resto para comprar nuestras cosas con mi marido. Esa plata como llega, se te va”.
Cuando nos contactamos con Érika iba a alquilar su vientre por segunda vez, pero esta vez su tarifa había aumentado. Ya no son 12 sino 25 los millones de pesos los que le van a pagar. Sus “clientes”: nuevamente una pareja colombiana, esta vez personajes conocidos cuyas identidades se guardó por obvias razones, aunque el motivo de por qué lo hace no es un misterio: “Con esos 25 millones completo lo que me cuesta mi casa. No, yo no estoy en una mala situación económica, como las que lo hacen porque sus hijos están aguantando hambre. No te voy a decir que lo voy a hacer porque estoy en la inmunda, ahí te estaría mintiendo”.
¿Lo haría una tercera vez?
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“Yo no puedo decir que va a ser la última vez, aunque está claro que yo no vivo de esto. Puede que sí, puede que no. Por supuesto que hay nenas que se dedican a esto, es su trabajo. Conozco casos de mujeres que salen de uno e inmediatamente entran a otro, ni siquiera esperan el proceso de recuperación porque ellas lo que quieren es dinero, dinero y más dinero. Yo lo hago de una manera responsable y de verdad me alegra poder ayudar a otra mujer”.
Su panorama
“Cada día son más las personas que sufren algún problema de fertilidad y creo que en nuestro país está creciendo por las trabas y los procesos tan largos para adoptar bebés y, por supuesto, por los problemas económicos de mucha gente. Las mujeres que tienen algún problema en su útero pero su óvulo funciona, dicen: ‘Yo prefiero que otra me cargue mi bebé en su estómago porque sé que será de los dos (de ella y de su pareja), a tener que seguir un proceso larguísimo y complicado para adoptar un bebé, sin saber quiénes son sus padres. Obviamente hay gente que abusa más que otra, hay gente que tiene su forma de vivir bien y hay otra que quiere más. Esto obviamente tiene su lado oscuro, porque si tú te pones a pensar, es muy lucrativo. Hay familias que montan su empresa en torno a eso, sus hijas, sus contactos... para ellos es plata fácil. En España es cuento aparte, allá pagan en euros y en ese país sí que es un negocio. Sería muy bueno que legalizaran los vientres de alquiler
para que dejaran de verlo como si fuera
un pecado”.