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El dolor se embriaga pero no desaparece

El trago y las drogas comprometen la razón y los impulsos, los desinhibe para hacernos daño. Está comprobado: entre el suicidio y el consumo de sustancias existe una estrecha relación mortal. Beber y drogarse en estado depresivo, con el “soy” lacerado, con la pérdida latente, con el mundo sobre los hombros… es universalmente aceptado como factor de riesgo suicida. Un trago de ron oscuro aliviará todo lo que duele, todo lo que pesa. Beber, ingerir, trabarse, volarse… todo tiene un solo propósito: hacer pequeñas las creencias negativas. Volverse de repente un superhéroe al que nada toca ni daña. Y funciona. Porque se acostumbra llevar a las penas de paseo por los bares y llenarles la piscina de cerveza, whisky, ron, marihuana o cocaína. Pero toda la fiesta de ira revuelta acabará. Pronto se hallará sólo con su conciencia podrida en 30 grados de alcohol, sólo con ella que habla y seduce, que tienta a llevar a cabo el plan, ese en el que  usted y sólo usted es la víctima. Inevitablemente, su efecto depresivo tomará las riendas del asunto. Descubrirá que las penas no se ahogaron en ese pozo de tragos. Suelen llevar chaleco flotador. Un coctel. Una bomba de tiempo lento. Un definitivo borde del abismo. Lo que dolía antes, ahora duele más, y más, y más. Lágrimas. Gritos. Desesperanza. Fracaso. Impotencia. La depresión, el “soy” acribillado, el vacío de la pérdida, el dolor… todo suma grados, todo se vierte en esa botella y, sin embargo, nada desaparece. Un trago, un pase, una copa más le dará curso a su deseo contenido. ¿Morir o vivir? Total desesperanza. Sumado al consumo, sobreviene el aislamiento. Lejos de todos y de sí mismo. Lejos de lo que antes motivaba, de lo que hacía feliz. Consecuencia del enojo, de ese amargo sentimiento de incomprensión. Ganas de quedarse tirado en esa cama, sin bañarse, comer o beber más que un guaro amargo. Lágrimas e ira mezcladas. Nada interesa, nada mueve, nada sabe. Aburrimiento. Nada se tolera, nada se aguanta… ni uno mismo. Incomunicado. Frustrado. Impedido. Retraído. El mundo se resume ahora a esa maraña de caos en la que su cabeza se ha convertido. Total desesperanza. Beber, fumar o meter no es otra cosa que un mecanismo de evasión que pretende alcanzar una felicidad instantánea y efímera. La única recomendación posible es evitar a toda costa el consumo de cualquier droga mientras se perciban síntomas de depresión, mientras las ideas de hacerse daño lo persigan. El consumo, la soledad, el aislamiento, cuando esa idea de quitarnos la vida ha estado latente, cuando intentamos recuperarnos de pérdidas recientes, de rupturas, de un fracaso académico… precipitan seriamente la conducta suicida. Sólo hay una salida: buscar ayuda, y pronto.

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El trago y las drogas comprometen la razón y los impulsos, los desinhibe para hacernos daño. Está comprobado: entre el suicidio y el consumo de sustancias existe una estrecha relación mortal. Beber y drogarse en estado depresivo, con el “soy” lacerado, con la pérdida latente, con el mundo sobre los hombros… es universalmente aceptado como factor de riesgo suicida.

Un trago de ron oscuro aliviará todo lo que duele, todo lo que pesa. Beber, ingerir, trabarse, volarse… todo tiene un solo propósito: hacer pequeñas las creencias negativas. Volverse de repente un superhéroe al que nada toca ni daña. Y funciona. Porque se acostumbra llevar a las penas de paseo por los bares y llenarles la piscina de cerveza, whisky, ron, marihuana o cocaína.

Pero toda la fiesta de ira revuelta acabará. Pronto se hallará sólo con su conciencia podrida en 30 grados de alcohol, sólo con ella que habla y seduce, que tienta a llevar a cabo el plan, ese en el que  usted y sólo usted es la víctima. Inevitablemente, su efecto depresivo tomará las riendas del asunto. Descubrirá que las penas no se ahogaron en ese pozo de tragos. Suelen llevar chaleco flotador. Un coctel. Una bomba de tiempo lento. Un definitivo borde del abismo. Lo que dolía antes, ahora duele más, y más, y más. Lágrimas. Gritos. Desesperanza. Fracaso. Impotencia. La depresión, el “soy” acribillado, el vacío de la pérdida, el dolor… todo suma grados, todo se vierte en esa botella y, sin embargo, nada desaparece. Un trago, un pase, una copa más le dará curso a su deseo contenido. ¿Morir o vivir?

Total desesperanza. Sumado al consumo, sobreviene el aislamiento. Lejos de todos y de sí mismo. Lejos de lo que antes motivaba, de lo que hacía feliz. Consecuencia del enojo, de ese amargo sentimiento de incomprensión. Ganas de quedarse tirado en esa cama, sin bañarse, comer o beber más que un guaro amargo. Lágrimas e ira mezcladas. Nada interesa, nada mueve, nada sabe. Aburrimiento. Nada se tolera, nada se aguanta… ni uno mismo. Incomunicado. Frustrado. Impedido. Retraído. El mundo se resume ahora a esa maraña de caos en la que su cabeza se ha convertido. Total desesperanza.
Beber, fumar o meter no es otra cosa que un mecanismo de evasión que pretende alcanzar una felicidad instantánea y efímera. La única recomendación posible es evitar a toda costa el consumo de cualquier droga mientras se perciban síntomas de depresión, mientras las ideas de hacerse daño lo persigan. El consumo, la soledad, el aislamiento, cuando esa idea de quitarnos la vida ha estado latente, cuando intentamos recuperarnos de pérdidas recientes, de rupturas, de un fracaso académico… precipitan seriamente la conducta suicida. Sólo hay una salida: buscar ayuda, y pronto.

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