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Glam Survivor

Por / Mauricio Riveros y Miguel Ruget Viernes 10:00 de la noche en Álamos Norte, Bogotá. Andrés Hoyos, “Hardrés”, quien hasta ahora tiene 18 años, sale de su apartamento y se dirige hacia un parque para encontrarse con sus amigos. Mientras muchos de los jóvenes de su edad se preparan para una buena fiesta o unas cervezas en una de las tradicionales zonas de rumba de la ciudad, él va en busca del sonido que llenó tarimas en Estados Unidos y Europa en la década de los ochenta. Con los ojos delineados, una pañoleta amarrada en el antebrazo, un pantalón ajustado de licra y un poderoso afro comienza su viaje al centro de Bogotá, acompañado de una farándula con la misma parafernalia que busca algo semejante. En Destroyer, un bar que parece haberse quedado congelado en el tiempo, artesanos, peluqueros, estudiantes y músicos que comparten vestimenta y pasión rockera se acomodan frente a una tarima listos para escuchar a un grupo, que no suma un siglo de edad entre sus cinco integrantes, y comienza la 'crazy, crazy night'. Andrés es uno de los muchos que han decidido hacer volver a la fuerza la década de los ochenta al presente. Unos llegan solos, otros con su pareja o amigos, otros en tropas más grandes, como la agrupación Breaking The Law, quienes se reúnen previamente a los toques para compartir su pasión, cambiar música y tomarse unos tragos antes del show. Esta movida, a diferencia de muchas otras, no tiene discriminación de sexo, religión, tendencia política o deportiva, ni siquiera musical, como afirma Andrés: “En mi grupo hay gente que le gusta más el rock de peluquería como Ratt o Mötley Crüe, a otros el heavy, como Judas Priest, el hard rock o las baladas. Lo importante es compartir buena música y disfrutar de los shows porque el rock es una sola esencia”. “El rock no ha muerto… solo envejecido”, reza en una de las paredes del baño de un bar en el centro de la capital. Frase sencilla, pero que se valida en la realidad gracias al impulso que una nueva horda de bandas y fanáticos le están dando al glam, mitad género, mitad tendencia que tuvo su mayor exposición ventitantos años atrás y que hoy en día vuelve a tomar fuerza en los escenarios y en las calles de la ciudad y del mundo. El género glam-rock, como tal, tiene marcados sus inicios a comienzos de los 70 en Inglaterra. Este movimiento se dio a conocer también con el término 'Glitter Rock', debido a las escandalosas prendas de vestir que usaban sus intérpretes, adornados con maquillaje, muchísimos brillantes, raros peinados o exagerados sombreros y botas de grandes plataformas, que de alguna manera se asociaban con el travestismo, el futurismo y todo el glamour del Hollywood de la época, especialmente del cine de Andy Warhol. Bandas como Poison, Cinderella y Sangre Azul, que hace más de un par de décadas estaban en la cima del mainstream mundial, marcaron un estilo estético que aún se conserva en ciertos sectores de la sociedad. Algunos como sobrevivientes de la época y otros como herederos, que sin haber vivido el boom de esta tendencia, han decidido seguirla, han reforzado el género con los excesos y la rebeldía que Bowie y Marc Bolan iniciaron en los años setenta. Bogotá no es ajena a este fenómeno. Es por eso que muchos jóvenes han retomado la laca y las prendas extravagantes para gritarle al mundo que todo tiempo pasado fue mejor. El modus operandi de esta seudotribu urbana es simple: gracias a la web y al voz a voz en colegios y bares de los sectores de Suba, Centro y Bosa, poco a poco quienes sienten la pasión ochentera en las venas comienzan a reunirse para que cada fin de semana el glam reviva. Marcela Arroyo conoció este género por un novio que tuvo en el colegio. Si bien antes escuchaba de todo, al entrar al mundo de su pareja se enamoró de la estética y la forma de vida de quienes se rodeaban con ella. Hoy quiere tener una banda, admira a Joan Jett y solo espera cumplir la mayoría de edad para poder ver más seguido a Pasión Eterna, su banda favorita. Ya sea haciendo covers, canciones propias, emulando el styling clásico o reinventándolo, cada vez es más común ver cómo la esencia ochentera se apega con más fuerza en nuevas generaciones. El regreso de grandes agrupaciones de la época, los padres y hermanos mayores, y el impulso que ha tomado de nuevo el rock como género, hacen parte de las principales razones por las cuales muchos jóvenes han decidido alborotarse el pelo, pintarse los ojos y volver a los casetes y acetatos. Si bien es cierto que la mayoría del material de la época puede encontrarse en CD o Mp3, sus seguidores, como asegura Felipe Olmedo, guardan el romanticismo propio de esta tendencia. Por este motivo los casetes, acetatos, afiches y cualquier otro objeto que fue furor, es hoy en día un tesoro y una medalla de guerra para quien aun lo conserva y le da uso. Felipe tiene 19 años y asegura que desde los quince, al ver la carátula de un Lp de Poison, decidió hacer del glam su estilo de vida. La rebeldía de Twisted Sisters, el poder de Kiss y sobre todo la actitud de Poison, su banda favorita, lo hicieron convertirse en un rebelde a la antigua y cerrar la puerta a las nuevas tendencias musicales. “Los ochenta fue la mejor época del mundo, los hombres y las mujeres eran iguales y la vida era para divertirse… hoy en día las cosas son diferentes, muchos jóvenes se convierten en glam por la moda y por conseguir chicas, pero nosotros, los que de verdad vibramos con la música, sabemos que esto es como una religión”. Parte de esta influencia se ha gestado gracias a la moda. Varios diseñadores de grandes casas como Roberto Cavalli, Roberto Torreta, Frida Giannini de Gucci o la misma Avril Lavigne, con sus primeros pasos en la industria del diseño, han sacado de la escena under la estética rococó y maximalista del glam al crear colecciones inspiradas en las mallas y los flecos y haciendo que grandes personalidades de la industria del entretenimiento las usen. Esto ha generado que cada día sea más fácil encontrar gente en las calles con Reebook clásicas, pañoletas y peinados de la época. Si bien este fenómeno ha logrado que se popularice y se masifique la estética, los que se declaran glameros de corazón aseguran que, como toda moda, es pasajera, y si bien es claro que muchos de los que adoptan este performance sienten alguna simpatía por el género, la verdadera pasión glam rock se lleva en las venas. Daniel Alfonso es uno de los activistas que, desde que escuchó por primera vez esta música, decidió hacer del glam un estilo de vida. Su estudio, su trabajo y todas las cosas que realiza a diario tienen que ver con esta tendencia. Como bartender de un pub rockero del centro y con menos años de los que tiene la historia del género, la banda sonora de su vida está compuesta por esta tendencia. Para él, y muchos de los que se consideran glameros auténticos, la esencia glam va mucho más allá de la estética y se convierte en una forma de vida. Daniel es conocedor de la movida desde hace varios años. A pesar de su corta edad, ha sido un testigo cercano del proceso y el crecimiento de esta tendencia desde adentro. “Al principio, en el colegio, uno comenzaba a escuchar la música porque los manes de cursos más altos la traían y éstos la conocían por sus hermanos. Mientras en la radio y las revistas salían bandas de tropipop o pop con las mismas letras y la misma música, nosotros fuimos los primeros que decidimos hacer una banda y salir a la calle vestidos como nos sentíamos cómodos. De esa banda que se dio a conocer en bares de amigos comenzó a crecer de nuevo la ola, ya que muchos estábamos mamados del reggaetón y lo tropical porque no nos sentíamos identificados”. Pero no todos los que viven de esta pasión lo hacen por este boom actual. Jay, como se hace llamar, asegura haber vivido el surgimiento original del movimiento y desde ese entonces se resiste a dejarlo morir. Él asegura que si los ochenta no hubieran sido la mejor época del mundo, hoy no habría tanto seguidor de tan corta edad pegado a lo clásico. Sábado 3:00 a.m. La música se acaba y poco a poco banda y asistentes se dispersan por toda la ciudad hasta desaparecer. Dentro de pocos días, puede ser jueves o viernes, dependiendo de la movida, esta ola gigante de pelos lacados, muecas, diversión y rock & roll regresará, como lo ha hecho cada noche de fin de semana desde su rebelde nacimiento.

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Por / Mauricio Riveros y Miguel Ruget

Viernes 10:00 de la noche en Álamos Norte, Bogotá. Andrés Hoyos, “Hardrés”, quien hasta ahora tiene 18 años, sale de su apartamento y se dirige hacia un parque para encontrarse con sus amigos. Mientras muchos de los jóvenes de su edad se preparan para una buena fiesta o unas cervezas en una de las tradicionales zonas de rumba de la ciudad, él va en busca del sonido que llenó tarimas en Estados Unidos y Europa en la década de los ochenta.

Con los ojos delineados, una pañoleta amarrada en el antebrazo, un pantalón ajustado de licra y un poderoso afro comienza su viaje al centro de Bogotá, acompañado de una farándula con la misma parafernalia que busca algo semejante.

En Destroyer, un bar que parece haberse quedado congelado en el tiempo, artesanos, peluqueros, estudiantes y músicos que comparten vestimenta y pasión rockera se acomodan frente a una tarima listos para escuchar a un grupo, que no suma un siglo de edad entre sus cinco integrantes, y comienza la 'crazy, crazy night'. Andrés es uno de los muchos que han decidido hacer volver a la fuerza la década de los ochenta al presente.

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Unos llegan solos, otros con su pareja o amigos, otros en tropas más grandes, como la agrupación Breaking The Law, quienes se reúnen previamente a los toques para compartir su pasión, cambiar música y tomarse unos tragos antes del show. Esta movida, a diferencia de muchas otras, no tiene discriminación de sexo, religión, tendencia política o deportiva, ni siquiera musical, como afirma Andrés: “En mi grupo hay gente que le gusta más el rock de peluquería como Ratt o Mötley Crüe, a otros el heavy, como Judas Priest, el hard rock o las baladas. Lo importante es compartir buena música y disfrutar de los shows porque el rock es una sola esencia”.

“El rock no ha muerto… solo envejecido”, reza en una de las paredes del baño de un bar en el centro de la capital. Frase sencilla, pero que se valida en la realidad gracias al impulso que una nueva horda de bandas y fanáticos le están dando al glam, mitad género, mitad tendencia que tuvo su mayor exposición ventitantos años atrás y que hoy en día vuelve a tomar fuerza en los escenarios y en las calles de la ciudad y del mundo.

El género glam-rock, como tal, tiene marcados sus inicios a comienzos de los 70 en Inglaterra. Este movimiento se dio a conocer también con el término 'Glitter Rock', debido a las escandalosas prendas de vestir que usaban sus intérpretes, adornados con maquillaje, muchísimos brillantes, raros peinados o exagerados sombreros y botas de grandes plataformas, que de alguna manera se asociaban con el travestismo, el futurismo y todo el glamour del Hollywood de la época, especialmente del cine de Andy Warhol.

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Bandas como Poison, Cinderella y Sangre Azul, que hace más de un par de décadas estaban en la cima del mainstream mundial, marcaron un estilo estético que aún se conserva en ciertos sectores de la sociedad. Algunos como sobrevivientes de la época y otros como herederos, que sin haber vivido el boom de esta tendencia, han decidido seguirla, han reforzado el género con los excesos y la rebeldía que Bowie y Marc Bolan iniciaron en los años setenta.

Bogotá no es ajena a este fenómeno. Es por eso que muchos jóvenes han retomado la laca y las prendas extravagantes para gritarle al mundo que todo tiempo pasado fue mejor. El modus operandi de esta seudotribu urbana es simple: gracias a la web y al voz a voz en colegios y bares de los sectores de Suba, Centro y Bosa, poco a poco quienes sienten la pasión ochentera en las venas comienzan a reunirse para que cada fin de semana el glam reviva.

Marcela Arroyo conoció este género por un novio que tuvo en el colegio. Si bien antes escuchaba de todo, al entrar al mundo de su pareja se enamoró de la estética y la forma de vida de quienes se rodeaban con ella. Hoy quiere tener una banda, admira a Joan Jett y solo espera cumplir la mayoría de edad para poder ver más seguido a Pasión Eterna, su banda favorita.

Ya sea haciendo covers, canciones propias, emulando el styling clásico o reinventándolo, cada vez es más común ver cómo la esencia ochentera se apega con más fuerza en nuevas generaciones. El regreso de grandes agrupaciones de la época, los padres y hermanos mayores, y el impulso que ha tomado de nuevo el rock como género, hacen parte de las principales razones por las cuales muchos jóvenes han decidido alborotarse el pelo, pintarse los ojos y volver a los casetes y acetatos.

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Si bien es cierto que la mayoría del material de la época puede encontrarse en CD o Mp3, sus seguidores, como asegura Felipe Olmedo, guardan el romanticismo propio de esta tendencia. Por este motivo los casetes, acetatos, afiches y cualquier otro objeto que fue furor, es hoy en día un tesoro y una medalla de guerra para quien aun lo conserva y le da uso.

Felipe tiene 19 años y asegura que desde los quince, al ver la carátula de un Lp de Poison, decidió hacer del glam su estilo de vida. La rebeldía de Twisted Sisters, el poder de Kiss y sobre todo la actitud de Poison, su banda favorita, lo hicieron convertirse en un rebelde a la antigua y cerrar la puerta a las nuevas tendencias musicales. “Los ochenta fue la mejor época del mundo, los hombres y las mujeres eran iguales y la vida era para divertirse… hoy en día las cosas son diferentes, muchos jóvenes se convierten en glam por la moda y por conseguir chicas, pero nosotros, los que de verdad vibramos con la música, sabemos que esto es como una religión”.

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Si bien este fenómeno ha logrado que se popularice y se masifique la estética, los que se declaran glameros de corazón aseguran que, como toda moda, es pasajera, y si bien es claro que muchos de los que adoptan este performance sienten alguna simpatía por el género, la verdadera pasión glam rock se lleva en las venas.

Daniel Alfonso es uno de los activistas que, desde que escuchó por primera vez esta música, decidió hacer del glam un estilo de vida. Su estudio, su trabajo y todas las cosas que realiza a diario tienen que ver con esta tendencia. Como bartender de un pub rockero del centro y con menos años de los que tiene la historia del género, la banda sonora de su vida está compuesta por esta tendencia. Para él, y muchos de los que se consideran glameros auténticos, la esencia glam va mucho más allá de la estética y se convierte en una forma de vida.

Daniel es conocedor de la movida desde hace varios años. A pesar de su corta edad, ha sido un testigo cercano del proceso y el crecimiento de esta tendencia desde adentro. “Al principio, en el colegio, uno comenzaba a escuchar la música porque los manes de cursos más altos la traían y éstos la conocían por sus hermanos. Mientras en la radio y las revistas salían bandas de tropipop o pop con las mismas letras y la misma música, nosotros fuimos los primeros que decidimos hacer una banda y salir a la calle vestidos como nos sentíamos cómodos. De esa banda que se dio a conocer en bares de amigos comenzó a crecer de nuevo la ola, ya que muchos estábamos mamados del reggaetón y lo tropical porque no nos sentíamos identificados”.

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Pero no todos los que viven de esta pasión lo hacen por este boom actual. Jay, como se hace llamar, asegura haber vivido el surgimiento original del movimiento y desde ese entonces se resiste a dejarlo morir. Él asegura que si los ochenta no hubieran sido la mejor época del mundo, hoy no habría tanto seguidor de tan corta edad pegado a lo clásico.

Sábado 3:00 a.m. La música se acaba y poco a poco banda y asistentes se dispersan por toda la ciudad hasta desaparecer. Dentro de pocos días, puede ser jueves o viernes, dependiendo de la movida, esta ola gigante de pelos lacados, muecas, diversión y rock & roll regresará, como lo ha hecho cada noche de fin de semana desde su rebelde nacimiento.

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