La odisea del ciclotrancón navideño

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Bogotá es una ciudad tan insegura que casi nunca se puede dar uno el lujo de salir a caminar por la noche. No reciba nada de extraños, no mire a los ojos, no le sonría a nadie, no levante la mirada, camine apretando el paso y deje cualquier objeto de valor en la casa, son las recomendaciones que le hacen a uno amigos, vecinos, autoridades y hasta el alcalde a diario.

Por: Jorge Macumba - @JorgitoMacumba

Por eso actividades como la de anoche, donde la gente salió a tomarse la ciudad y caminarla o pasearla en bicicleta, son importantes, porque se recupera un tantico de ese espacio que se le ha cedido al hampa y al miedo. Pero que vaina berrionda es ver que acá nos acostumbraron a hacer las cosas con las patas. Con la excusa de desestimular el uso del carro particular se estigmatizó a ese pobre que a punta de chevyplan y créditos de la cooperativa Jhon F. Kennedy se compró un carro para trabajar o salir con su familia el fin de semana, y al que anda en moto ni se diga.

Se asume que todo el que tiene carro tiene poder adquisitivo, y que todos por igual deben pagar el precio de su irresponsabilidad al no elegir la bicicleta, el monociclo o la patineta, medios de transporte ecológicamente sostenibles y más acordes a la Bogotá Saltimbanqui que tanto le gusta a la administración local y a la comunidad hipster que vive de compartir su superioridad moral en redes sociales. Por eso se cierran las vías sin consultar antes, no se planean desvíos ni se piensa "qué va a pasar con todo ese poco de desgraciados que van en bus o carro para la casa después de un día de trabajo". Y los que van por la ciclovía además deben lidiar con el comercio informal que se toma las calles: Cerveza, mazorca, melcochas, cocido boyacense, luces de colores y todo tipo de chucherías se apoderan de la ciclovía con tanto entusiasmo como los ciclistas lo hacen.

Por la vía hay que esquivar asadores, bicicletaparrillas, baldes llenos de cerveza, hippies, y gente que simplemente tira por el suelo todo tipo de basura que tratan de vender como mercancía a los desprevenidos transeúntes, eso sin contar con la gran cantidad de amigos que salen a la calle a aprovechar el desorden. Me refiero a los amigos de lo ajeno, que se campean descaradamente, acosando a los ciudadanos mientras en tono confianzudo le dicen a uno que prefieren un billetico, nada de monedas y “no se haga dañar ñero, vea que a mí no me gusta robar”.

Hacer una ciclovía no es solo cerrar las vías, hay que pensar en toda la gente, hay que organizarse y demostrar que Bogotá es más que un pueblo grande que se desparrama como puede. Pero acá vivimos de anuncios pendejos, como que casi 4 millones de personas salieron anoche a sufrir ese verguero que llamaron ciclovía.

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