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¿Por qué tenemos una enfermiza obsesión por grabarlo todo?

Por lo reciente de Internet, no es fácil citar un estudio que explique el fenómeno tal cual, pero se puede ver el asunto desde varios ángulos

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Nos preocupa que Facebook nos espíe, pero nos vigilamos a nosotros mismos. Y peor: lo hacemos para mostrarnos moralmente correctos, para excluirnos de la tragedia grabada en la pantalla del celular. Tener una cámara a la mano todo el tiempo nos volvió a todos como Ned Flanders.

Por Fabián Páez López @Davidchaka

El artista que todos quieren ver viene de concierto, sale al escenario a cantar la primera canción y el público, casi que religiosamente, alza sus manos para grabar el show con el celular. Cualquier gato del tercer mundo acostumbrado a los chancucos incumple una norma de tránsito y, cuando la policía intenta multarlo, él le lanza la frase: ‘¿usted no sabe quién soy yo?’; alguien lo graba con el celular y su frase se vuelve de uso popular. Un tipo viaja en un avión al que se le quema una turbina en pleno vuelo, tienen que aterrizar de emergencia; la gente grita y él saca su celular y graba un video. En las trajineras de Xochimilco, en Ciudad de México, unos turistas transitan por el agua mientras sucede uno de los peores terremotos de la historia de México; ellos, sacan el celular y graban el momento. Una niña de un colegio público de Medellín ataca a otra con un cuchillo y le corta el pelo con unas tijeras; los demás estudiantes, mirando en círculo como si fuera un performance, graban con su celular. Tirado en el piso junto a su moto, un hombre se retuerce del dolor a la orilla de una carretera, perdió una pierna; frente a él alguien graba con el celular.

Este último video, a diferencia de los anteriores, no se encuentra fácil en Internet, pero me llegó hace unos meses a un grupo de WhatsApp, junto con una tonelada de visuales que, además de lo sórdidos, pornográficos o chistosos, llaman la atención no por su contenido, sino por la persona detrás de la cámara. ¿Por qué carajos siempre hay alguien grabando? ¿Por qué queremos registrar desde los momentos más emocionales hasta los más crueles o aterradores? ¿Sacamos el celular y grabamos momentos y situaciones atípicas para acusar, para recordar a los demás que existimos, como una memoria de repuesto o para extorsionar al otro?

Por lo reciente de Internet, no es fácil citar un estudio o una teoría seria desde alguna disciplina científica que explique el fenómeno tal cual, pero se puede ver el asunto desde varios ángulos. El más común puede ser el de la sociedad de la vigilancia.

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Michel Foucault, un filósofo francés recordado por sus gafas de marco grueso, por sus sofisticados sacos cuello tortuga blancos, porque los intelectuales lo citan hasta cuando van a pagar en la caja del D1 (y porque sus fotocopias se valorizaban entre los universitarios de las carreras de humanidades), decía que la sociedad ejerce control sobre los individuos a través de un modelo panóptico. Es decir, similar al de la arquitectura carcelaria, pues un panóptico es una construcción cuya estructura permite al guardián, resguardado en una torre central, observar a todos los prisioneros, recluidos en celdas individuales alrededor de la torre, sin que estos puedan saber si son observados.

Si nos ponemos de lado del buen Foucault, estamos a tiempo de tener un ataque de paranoia conspiracionista. No es difícil sentirnos vigilados, como en una caricatura, desde la torre, con Mark Zuckerberg junto a los dueños de Google, Apple y Amazon encima de ella agarrándose las manos como el señor Burns. En el mundo digital son ellos los que manejan los hilos. Es el grupo con la capacidad de vigilar nuestros pasos de forma más aterradora que cualquier stalker, sin que nos demos cuenta, al punto que hay quienes sospechan que el micrófono y la cámara de su propio celular son herramientas con las que el cruel sistema nos espía.

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¿Será que esos juguetes que todos tenemos y que pagamos a cuotas no son más que un instrumento de vigilancia? ¿Será que alguien los diseñó, no para conectarnos, sino para que reportáramos nuestros gustos y ofrecernos nuevos productos? Puede ser, pero también sería injusto no reconocer la ola de creatividad que trajo a nuestras vidas la masificación de los aparatos de alta tecnología. Eso sí, el coletazo generado por ese uso masivo ha tenido implicaciones que rozan más con el chisme y con la recriminación moral. Han desdencadenado una actitud a la que me gusta llamar el Efecto Flanders.  

En un capítulo de Los Simpsons del 2010 titulado To Surveil, With Love (Vigilancia con amor), un contratista ofrece a la ciudad de Springfield instalar cámaras ocultas en toda la ciudad. El jefe Górgory, al ver que él solo no podía vigilar toda la ciudad, contrata un bloque de ciudadanos para que lo reemplacen: Ned Flanders y Marge Simpson. Para ponerlo en términos más cercanos, Flanders y Marge se convierten en una especie de paramilitares de la corrección moral. Flanders se sobreactúa y señala los malos actos de cada ciudadano, metiendo la cucharada hasta cuando dos jóvenes van a besarse. Al final, Bart encuentra un punto ciego al que los ciudadanos acuden a hacer todo lo que no pueden hacer, un lugar que en Internet parece mucho a la Deep Web, o incluso WhatsApp. Como siempre, Los Simpson lo explicaron mejor que los científicos.  

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Apuntar con la cámara y vigilarlo todo en una pantalla, como lo hacía Flanders, por un lado, tiene mucho de acusatorio: el que graba se excluye de la tragedia y la registra para mostrar al malo del paseo. Por otro lado, apela también a una especie de gusto mórbido por la tragedia y la transgresión voyerista de observar sin ser observado, a través de una pantalla, adoptando la posición del guardián que mira desde lo alto de la torre. De hecho, otra de las cosas de las que hablaba Foucault era del disciplinamiento. Las estructuras panópticas no tenían otro fin que el de disciplinar a los reclusos, limitarlos en su accionar.

Ahora, si algo faltó por mencionar sobre esas teorías de la hipervigilancia es el hecho de que en estos tiempos el Flanders no es un guardian que observa desde una torre y que tiene acceso a una visión privilegiada de la ciudad. Con WiFi o un buen plan de datos a la mano y un celular con una cámara basta para sentirse como tal. Todos somos el Flanders de otro.

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La vuelta de tuerca moderna es que, no solo es el espectador el que vigila, nosotros lo ayudamos. Nos vigilamos a nosotros mismos. En un giro narcisista, o vanidoso, hacemos el trabajo de guardián grabando y contando nuestras propias vidas, mostrando la corrección moral propia: diciendo a los followers qué tan libres nos sentimos, qué tan buena es la comida que comemos, qué tan decorosamente resolvemos problemas o qué tan poco cool son los demás.

 

 

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