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R-elevation

La democratización del micrófono es algo ya conocido por los jóvenes que acompañaron al old school del punk o del hardcore en los años 80, pero lo que este acto revela cada fin de semana, en cada una de las principales ciudades de Colombia, es un relevo generacional sin precedentes, basado en una forma de interacción social y emocional cuya energía viene de tres impulsos iniciales: un cambio en la música, una nueva forma de vestirse y de relacionarse. Redes de amigos, grupos, blogs y páginas de música y video en internet están rodeando, protegiendo y engallando, día a día, esta escalada hormonal que no dudamos en vaticinar como un cambio generacional tipo big bang (aquello que la cosmología define como “teoría de la gran explosión”) y cuyos géneros, subgéneros y términos, en número, sólo son comparables con la red interna de mensajería que maneja. No estamos descubriendo el agua tibia, tampoco dudamos de estar parados frente a un fenómeno que tiene de ochentero lo que un grupo moderno como My Chemical Romance tiene de The Cure. Pero como en un encuentro "cortaciano" (según el escritor Julio Cortázar, los grandes encuentros de daban porque de golpe todas las circunstancias necesarias se colocaban en una misma línea), las diferentes partes de este fenómeno se alinearon por fin en una sola mirada que Shock decidió poner en su portada y en las páginas que verán a continuación. Son páginas llenas de palabras conocidas y relativamente nuevas como glam, new wave, rock indie, neo punk, neo rock, autogestión, metal, comunidad virtual, 30 Seconds to mars, add to friends, sello independiente, electro, A fire inside y emo, con las cuales a su vez se pueden formar palabras muy particulares como Ratón Pérez, Zona Cero, Atomik Brain, Don Tetto y D-formes -segundo artista colombiano con más descargas en MySpace después de Shakira- y otras que se están redefiniendo como Tom Sawyer, Tour de Force y Popcorn. Nombres de bandas que empiezan a aparecer en las listas de las principales estaciones de radio para jóvenes y que, tanto como quienes las siguen a sus toques o las oyen en su iPod, no reprimen sus emociones y no temen decir que no poseen ningún discurso: cantan sobre lo que sienten mas no sobre lo que se espera que ellos piensen, dentro del rock, con relación a temas preestablecidos como el político. En la lista de prioridades de las viejas (y aún en las actuales) escuelas de punk, heavy metal o hardcore, lo artístico, individual e ideológico eran razones que se anteponían a los parámetros de lo comercial, lo colectivo y lo que está hecho simplemente con fines de diversión (en otras palabras, los movimientos musicales de las dos décadas anteriores –dentro y fuera del país- eran calificados como legítimos cuando bebían únicamente del sudor de los artistas del género, cuando una persona no requería de un grupo de amigos para ir a un toque y la música que sonaba de fondo no se encontraba en ninguna otra parte que no fueran discos de edición limitada. La radio estaba prohibida). Los principales artistas locales del momento generacional que vivimos ahora, pese a que les cuesta autodefinirse como un género único y se rehúsan –como sus antecesores del underground- a estar en la portada como símbolo de un movimiento, más allá de las contradicciones propias y el hecho de no querer encasillarse en nada, llevan hasta la última instancia las plataformas de promoción que los pueden poner a un paso de los grandes mercados de la música, entendiendo por “banda” una forma autogestionada para tener muchos amigos a la que se le pueden agregar tatuajes, Djs, exposiciones de moda, peinados hechos con plancha y peineta, botones de series infantiles como Pucca y Los padrinos mágicos y ritmos radicales como los que profesan las old school, así estas sean los lugares perfectos donde se esconden los detractores de su estética andrógina y relamida de calaveras negras y corazones fucsia.

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La democratización del micrófono es algo ya conocido por los jóvenes que acompañaron al old school del punk o del hardcore en los años 80, pero lo que este acto revela cada fin de semana, en cada una de las principales ciudades de Colombia, es un relevo generacional sin precedentes, basado en una forma de interacción social y emocional cuya energía viene de tres impulsos iniciales: un cambio en la música, una nueva forma de vestirse y de relacionarse.
Redes de amigos, grupos, blogs y páginas de música y video en internet están rodeando, protegiendo y engallando, día a día, esta escalada hormonal que no dudamos en vaticinar como un cambio generacional tipo big bang (aquello que la cosmología define como “teoría de la gran explosión”) y cuyos géneros, subgéneros y términos, en número, sólo son comparables con la red interna de mensajería que maneja. No estamos descubriendo el agua tibia, tampoco dudamos de estar parados frente a un fenómeno que tiene de ochentero lo que un grupo moderno como My Chemical Romance tiene de The Cure. Pero como en un encuentro "cortaciano" (según el escritor Julio Cortázar, los grandes encuentros de daban porque de golpe todas las circunstancias necesarias se colocaban en una misma línea), las diferentes partes de este fenómeno se alinearon por fin en una sola mirada que Shock decidió poner en su portada y en las páginas que verán a continuación.

Son páginas llenas de palabras conocidas y relativamente nuevas como glam, new wave, rock indie, neo punk, neo rock, autogestión, metal, comunidad virtual, 30 Seconds to mars, add to friends, sello independiente, electro, A fire inside y emo, con las cuales a su vez se pueden formar palabras muy particulares como Ratón Pérez, Zona Cero, Atomik Brain, Don Tetto y D-formes -segundo artista colombiano con más descargas en MySpace después de Shakira- y otras que se están redefiniendo como Tom Sawyer, Tour de Force y Popcorn. Nombres de bandas que empiezan a aparecer en las listas de las principales estaciones de radio para jóvenes y que, tanto como quienes las siguen a sus toques o las oyen en su iPod, no reprimen sus emociones y no temen decir que no poseen ningún discurso: cantan sobre lo que sienten mas no sobre lo que se espera que ellos piensen, dentro del rock, con relación a temas preestablecidos como el político.

En la lista de prioridades de las viejas (y aún en las actuales) escuelas de punk, heavy metal o hardcore, lo artístico, individual e ideológico eran razones que se anteponían a los parámetros de lo comercial, lo colectivo y lo que está hecho simplemente con fines de diversión (en otras palabras, los movimientos musicales de las dos décadas anteriores –dentro y fuera del país- eran calificados como legítimos cuando bebían únicamente del sudor de los artistas del género, cuando una persona no requería de un grupo de amigos para ir a un toque y la música que sonaba de fondo no se encontraba en ninguna otra parte que no fueran discos de edición limitada. La radio estaba prohibida). Los principales artistas locales del momento generacional que vivimos ahora, pese a que les cuesta autodefinirse como un género único y se rehúsan –como sus antecesores del underground- a estar en la portada como símbolo de un movimiento, más allá de las contradicciones propias y el hecho de no querer encasillarse en nada, llevan hasta la última instancia las plataformas de promoción que los pueden poner a un paso de los grandes mercados de la música, entendiendo por “banda” una forma autogestionada para tener muchos amigos a la que se le pueden agregar tatuajes, Djs, exposiciones de moda, peinados hechos con plancha y peineta, botones de series infantiles como Pucca y Los padrinos mágicos y ritmos radicales como los que profesan las old school, así estas sean los lugares perfectos donde se esconden los detractores de su estética andrógina y relamida de calaveras negras y corazones fucsia.

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