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"Los comentaristas deportivos colombianos representan un paseo de borrachos"

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Bienvenidos a este nuevo versus de Shock. Nuestras columnistas invitados son @CucharitadePalo (autora de este texto) y @manub90 (ver su columna), quienes exponen sus posiciones sobre los comentaristas deportivos colombianos.

No me diga más, compañero

Por: Lizeth León - @CucharitadePalo / Ilustración Andrés Moncayo.

Crecí viendo fútbol narrado por colombianos porque en mi casa nunca ha existido más que un televisor, y además sin servicio de cable. De modo que me acostumbré –a la fuerza– al espectáculo circense de los narradores deportivos colombianos, que no es otro que el de expeler palabras por 90 minutos –y hasta más– como el mago que saca pañuelos de su boca. Pero, lejos de la magia, también supe que se trataba de un número en el que la chabacanería es ley.

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No es un oficio fácil, lo podemos suponer. Si nos sentaran a hablar sin respiro por tanto tiempo, en un desfile de apellidos, apodos, emociones y un balón, quizás terminaríamos diciendo estupideces. De modo que someter a alguien a semejante presión no dista mucho de aquella etapa aciaga de nuestra infancia en que hacíamos de bufón familiar con bailes y canciones. La pregunta, entonces, es por qué habiendo tanta gente en el mundo dedicada a este oficio, a algunos nos resulta detestable en su modalidad colombiana. La respuesta es sencilla: por sobreactuados.

El narrador colombiano representa una charla de tías, un paseo de borrachos, una conversación en la fila de un banco y la emoción, para mí tantas veces inexplicable, de los concursantes de 'El Precio es correcto'. Todo eso junto y al tiempo. Si me pidieran definir al narrador deportivo colombiano usaría el clásico 'músico, poeta y loco'.

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Ellos narran 'como pueden' y si puede ser peor, mucho mejor. De William Vinasco Ch [que está narrando con –memoria– caché] y su cursito de francés y alemán online aprendí a llamar 'Angí' a Thierry Henry y 'esbanestaiguen' a Schweinsteiger; de Javier Fernández, que Falcao no marca goles si le dicen 'Falca', ni Teo si lo llaman 'Don Teo'; de Antonio Casale –capaz de decir ante un empate que los jugadores "no se han hurgado las nacionalidades"– que es el Arjona del fútbol; y  de Martín de Francisco, que hay que abandonar con donaire las cosas de la juventud, como dice el Desiderata.

A Édgar Perea lo respeto por darnos tanto sabor al estilo Moreno de Caro; a Vinasco lo soporto por su 'taca taca' y 'que no me esperen en la casa'; y a Fernández –'el cantante del gol'– por darme motivos para la burla. Ellos, todo hay que decirlo, han hecho crecer en mí un morbo malsano que me impide ver partidos en canales no nacionales. Pero la nueva camada de narradores es en realidad insoportable, pues no sólo heredaron las mañas de sus predecesores, sino que, además, les falta carisma.

Casale y Martín de Francisco son, para mí, la desesperanza del oficio. Y lo son de un modo perverso, porque decidieron ampararse en la "irreverencia", la "frescura" y la "oratés". "Sabemos que somos malos porque queremos ser malos. Qué le hacemos, el punk es así". Una maldad que muchos celebran bajo el argumento de que los demás no entendimos el chiste.

Como sea, a todos los narradores deportivos de Colombia les agradezco por darme material para criticar; sin duda, una de las dos cosas que más me gusta hacer en la vida.

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