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Cadete Jessica Luchini

Durante horas solo pasaban aquellas imagenes que alguna vez vi por televisión en las que mostraban a una presentadora realizando esta misma actividad. Manejo de armas, canciones al compas de una marcha alrededor del campus, saltos de obstaculos y una que otra enseñanza militar eran solo algunas de las cosas en las que pensaba horas antes de ese gran día. Estaba tan emocionada que creo que mis amigos mas cercanos se enteraron de la que sería mi travesía dominguera. Muchos se rieron porque saben que mi motricidad física es nula, pero otros lograron emocionarse y hasta dijeron que les encantaría vivir una experiencia como estas. La hora cero⦠Llegó el domingo, debía levantarme a las 5 am para lograr estar a las 7 en punto en la Escuela Militar de Cadetes âœGeneral José María Córdovaâ. La verdad temía llegar tarde, no obstante el cansancio ese día se apoderaba completamente de mí ya que la noche anterior había estado celebrando el cumpleaños de una de mis mejores amigas. Minuto a minuto llegaban todas las periodistas que al igual que yo habían sido invitadas. A las 7 am entramos a la Escuela. La ansiedad y la risa nerviosa se apoderaban de mí ya que de verdad temía que nos pusieran hacer alguna clase de voltereta extraña que pusiera en total evidencia mi falta de motricidad física. El momento de uniformarnos había llegado, atras debía quedar la pinta de niña tierna para darle vida a la mujer guerrera que no se iba a dejar vencer por nada en el mundo. Tan solo tuvimos 15 minutos para ponernos todo y claro en ese tiempo también estaba incluido el hecho de que debíamos ponerle los cordones a las botas. Las alférez encargadas de nuestro entrenamiento nos acosaban y gritaban haciendo que el estrés aparecía y el tiempo cada vez se hacía mas corto. Pasados los 15 minutos yo estaba aún desarreglada, no había logrado ponerme el pantalón como era y los botones eran imposibles de cerrar. Después de que logré quedar medio decente, bajamos y comenzamos en forma los entrenamientos. Las cuclillas fueron nuestro plato de bienvenida a la vida militar, las botas eran tan pesadas que hacer el ejercicio era imposible y claro, me caí al piso (primer morado del día). Marchabamos siempre para dirigirnos a cualquier actividad: Una pequeña conferencia, explicación de las distintas insignias y hasta un mini instructivo de desarme de fusil.  A eso de las 10 de la mañana la parte divertida había llegado. Después de estar bajo el sol y tener la cara quemada (si, olvidé aplicarme bloqueador) la instrucción de polígono no daba espera. Aunque le tengo miedo a las armas me parecía la cosa mas divertida del mundo poder aprender a disparar. Nos entraron a un cuarto oscuro para hacer el simulacro. Teníamos un minutos para darle â˜de bajaâ™ a nuestro objetivo. ¡Y lo logré! de mi grupo fui la mejor y conseguí dispararle a mi objetivo justo en el corazón. Ya para terminar la dura jornada un poco de pentatlón. Obstaculos, brincos y pruebas de equilibrio nos estaban esperando. Decidí medírmele a este reto y aunque sabía que no iba hacer facil puse la mente en blanco y comencé a correr por toda la pista. La verdad me daba un poco de risa y pensaba: âœMi mama y mi hermana pagarían lo que fuera por verme en estasâ.     Al final de todo el recorrido las piernas me temblaban, me había dado tantos golpes que sabía que al día siguiente los morados iban a relucir en mis blancas rodillas. Después de casi cinco horas de vida militar un almuerzo en la Escuela iba a cerrar con broche de oro esta fecha que sin lugar a dudas, a pesar de las caídas y cansancio extremo, repetiría una vez mas.

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Durante horas solo pasaban aquellas imagenes que alguna vez vi por televisión en las que mostraban a una presentadora realizando esta misma actividad. Manejo de armas, canciones al compas de una marcha alrededor del campus, saltos de obstaculos y una que otra enseñanza militar eran solo algunas de las cosas en las que pensaba horas antes de ese gran día. Estaba tan emocionada que creo que mis amigos mas cercanos se enteraron de la que sería mi travesía dominguera. Muchos se rieron porque saben que mi motricidad física es nula, pero otros lograron emocionarse y hasta dijeron que les encantaría vivir una experiencia como estas.

La hora cero"¦

Llegó el domingo, debía levantarme a las 5 am para lograr estar a las 7 en punto en la Escuela Militar de Cadetes "General José María Córdova". La verdad temía llegar tarde, no obstante el cansancio ese día se apoderaba completamente de mí ya que la noche anterior había estado celebrando el cumpleaños de una de mis mejores amigas.

Minuto a minuto llegaban todas las periodistas que al igual que yo habían sido invitadas. A las 7 am entramos a la Escuela. La ansiedad y la risa nerviosa se apoderaban de mí ya que de verdad temía que nos pusieran hacer alguna clase de voltereta extraña que pusiera en total evidencia mi falta de motricidad física.

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El momento de uniformarnos había llegado, atras debía quedar la pinta de niña tierna para darle vida a la mujer guerrera que no se iba a dejar vencer por nada en el mundo. Tan solo tuvimos 15 minutos para ponernos todo y claro en ese tiempo también estaba incluido el hecho de que debíamos ponerle los cordones a las botas. Las alférez encargadas de nuestro entrenamiento nos acosaban y gritaban haciendo que el estrés aparecía y el tiempo cada vez se hacía mas corto.

Pasados los 15 minutos yo estaba aún desarreglada, no había logrado ponerme el pantalón como era y los botones eran imposibles de cerrar.

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Después de que logré quedar medio decente, bajamos y comenzamos en forma los entrenamientos.

Las cuclillas fueron nuestro plato de bienvenida a la vida militar, las botas eran tan pesadas que hacer el ejercicio era imposible y claro, me caí al piso (primer morado del día).
Marchabamos siempre para dirigirnos a cualquier actividad: Una pequeña conferencia, explicación de las distintas insignias y hasta un mini instructivo de desarme de fusil. 

A eso de las 10 de la mañana la parte divertida había llegado. Después de estar bajo el sol y tener la cara quemada (si, olvidé aplicarme bloqueador) la instrucción de polígono no daba espera. Aunque le tengo miedo a las armas me parecía la cosa mas divertida del mundo poder aprender a disparar. Nos entraron a un cuarto oscuro para hacer el simulacro. Teníamos un minutos para darle "˜de baja"™ a nuestro objetivo. ¡Y lo logré! de mi grupo fui la mejor y conseguí dispararle a mi objetivo justo en el corazón.

Ya para terminar la dura jornada un poco de pentatlón. Obstaculos, brincos y pruebas de equilibrio nos estaban esperando. Decidí medírmele a este reto y aunque sabía que no iba hacer facil puse la mente en blanco y comencé a correr por toda la pista. La verdad me daba un poco de risa y pensaba: "Mi mama y mi hermana pagarían lo que fuera por verme en estas".
   
Al final de todo el recorrido las piernas me temblaban, me había dado tantos golpes que sabía que al día siguiente los morados iban a relucir en mis blancas rodillas.

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Después de casi cinco horas de vida militar un almuerzo en la Escuela iba a cerrar con broche de oro esta fecha que sin lugar a dudas, a pesar de las caídas y cansancio extremo, repetiría una vez mas.

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