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Bullerengues, gaitas y miel. La Rueda de Madrid y Los Herederos de Petrona

La Rueda de Madrid y Los Herederos de Petrona aterrizan en Latino Power. Fandangos, puyas y bullerengues con veneno electrónico.

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Ánge Unfried

Un selecto combo de versados en la música tradicional colombiana se prepara para hacer tronar su experimento en el escenario de Latino Power en Bogotá. Antes de que se monten a este viaje transatlántico, nos alistamos con su tripulación: un cartagenero hijo de un babalao húngaro, un artista samario convertido en percusionista, dos rolos que tocan la gaita en España, un Dj de champeta de ascendencia libanesa y dos hijos de Petrona Martínez.

Por Ángel Unfried @angelunfried

“Es como estar en varios lugares al tiempo, como en un circuito transatlántico: Colombia, África, Europa y el Caribe. Uno se lo imagina, pero cuando estás adentro te das cuenta de que no es un viaje con varios destinos sino todo en un mismo lugar”. Con esas palabras Doctor Keita, percusionista de Ghetto Kumbé, resume la experiencia de haber sido invitado a tocar la tambora en este experimento con tradiciones musicales colombianas.

Cargados de cueros y gaitas, los tripulantes de este circuito transatlántico recorren Chapinero rumbo a su último ensayo antes de la presentación del viernes por la noche. Mientras atraviesan el lobby buscando la sala, niños metaleros y metaleros obstinados que podrían ser sus padres miran con amable extrañeza a esta manada de una especie musical diferente: un cartagenero hijo de un babalao húngaro, un artista samario convertido en percusionista, dos rolos que tocan la gaita en España, un Dj de champeta de ascendencia libanesa y dos hijos de Petrona Martínez, criados en el bullerengue.

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Al final de cada canción, Joselina Llerena toma una cucharada de azúcar para combatir esa versión de la pálida que en Bogotá llaman soroche. Su voz lleva el cauce del mismo río en el que bebieron Carmen Silva, Orfelina Martínez, Otilia María Villa y su mamá. A ratos, Joselina se desdobla frente al micrófono y conversa con esas voces de otras generaciones que lleva por dentro. La suya es distinta: se trata de un diálogo y no de un eco. De hecho, es su hermano Alvarito quien se acerca más al color y la tonalidad del canto de Petrona Martínez.

–Joselina sí estuvo desde sus primeros pasos al lado de mi mamá –recuerda Álvaro–. Como yo era el chiquitín no me dejaban acercarme al tambor. Ella no quería que yo fuera tamborero porque en esa época había una rivalidad muy grande y se mataban entre ellos. Pero yo le di y le di hasta que acabé siendo tamborero y, para colmo de sus males, tamborero de ella.

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La espalda del “chiquitín” podría sostener a la mitad de los músicos de esta sala. Sus manos apaciguan el cuero en cada golpe de tambor, cada una duplica el tamaño de las del pequeño y enérgico tamborero a su lado. La confianza con que Shangó Dely dirige a los músicos contrasta con los chistes y saltos que no puede contener entre una canción y otra; parece un niño de cuarenta años curtido con la sabiduría ancestral de orishas, percusionistas legendarios y mamadores de gallo.

–Alvarito y yo cruzamos caminos en esa época en que su madre no quería que él tocara. Por esos años, mi padre era maestro de tambor. Él es húngaro, pero pasó muchos años aprendiendo en Cuba y tenía una escuela en Palenque. Él sí quería que yo tocara y me la pasaba allá metido hasta las trancas. En una de esas, Alvarito llegó con su tambor a la escuela de mi papá. Se vino desde Malagana, no me acuerdo si en moto o en burro.
–En bicicleta, me fui volado de mi mamá en bicicleta para tocar.

Ambos ríen. Junto a la tambora de Keita, las cuatro manos de Shangó y Alvarito, al ritmo endiablado de las chalupas, alternan con la voz de Joselina y llenan completamente el espacio con el calor de un mediodía lejano. Junto a las raíces de esa herencia asoma la experimentación. Cuando ambos caminos se trenzan orgánicamente la división parece artificial, un simple cambio de instrumento conservando el mismo lenguaje. Aunque este camino aún enfrenta resistencias.

–¿Cómo es que se llama esa vaina que metieron ayer en el ensayo? –pregunta Álvaro.
–Drum’n’bass –responde Keita.
–¿Y quién inventó esa vaina?
–La gente, en Jamaica…
–No joda, pa’ meterles una cachetá’.

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Horas más tarde, en una entrevista con Radio Mixticius, Alvarito atenúa sus reservas: “Yo sí soy más de la tradición. Pero si se investiga, si se hace todo con respeto y se reúnen buenos músicos, se pueden hacer cosas nuevas”.

Diego Garnica y David Mesa han sido los responsables de concretar esa reunión de buenos músicos colombianos en España para abrir nuevos caminos.

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–En Madrid te pueden multar por tocar en la calle –afirma Garnica–. Pero yo vivo cerca al parque La Casa de Campo, junto al río Manzanares. Es una zona con muchos árboles que encierran el sonido. En ese lugar, David Mesa y yo nos reuníamos a tocar con amigos colombianos, llevábamos los instrumentos e invitábamos músicos, conocidos, el que quisiera llegar. En la segunda rueda que hicimos aparecieron Shangó Dely y Alvarito Llerena, agarraron los tambores y tocaron con nosotros. Fue increíble compartir con esos monstruos y aquí estamos con ellos.

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La formación con la que se presentarán este viernes 19 de enero en Latino Power se entrecruza con la de Los Herederos de Petrona: Garnica en la gaita macho, David Mesa en la hembra, Alvarito Llerena y Shangó en el alegre, Keita en la tambora y Dj Najle en las máquinas. Fandangos, puyas y bullerengues con veneno electrónico.

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Garnica se ha comunicado a través de la música para pasar de lado por los prejuicios regionales vinculados al acento. No faltan quienes cuestionan la búsqueda de las raíces regionales desde el centro del país, incluso cuando esta transcurre al otro lado del océano. Sin detenerse, Diego ha enfocado su esfuerzo en crecer musicalmente y lograr que las cosas sucedan. En menos de dos años, la Rueda de Madrid se ha presentado en tarimas de buena parte de Europa, ha tocado en la Sala Caracol, referente del World Music en la capital española, y ha abierto escenarios para artistas invitados como Paíto y Nelda Piña, siempre con la intención de ampliar y empujar esa rueda.

–Mira, al principio yo pensaba que ellos eran como el man del güiro. ¿Tú te sabes ese cuento? –me pregunta Shangó.
–No, nada –respondo.
–Están dos tipos cuadrando un concierto. El empresario dice: “Vamos a hacerlo con la orquesta completa, ¿quiénes van?”.  Y el músico responde: “Bueno, el güiro, guacharaca, tres tambores, dos gaitas, la cantante y dos coristas. Te vale tanto”. “Muy caro. Más pequeño”. “Listo: el güiro, dos tambores, la cantante y una gaita…”. Y así le van bajando hasta que llegan a un dúo: “Entonces sería el güiro y la cantante”. “¿Ajá, y cuál es la vaina con ese güiro?”. “Es que el man del güiro soy yo”. Así pensábamos que era cuando conocimos a Diego y a David.
–¿Estaban en todas?
–Sí, en todas, se movían y conseguían vainas. Pero después vimos que no eran como el man del güiro. Eran más una fuerza que jala. Ellos montaron la miel y ahí nos pegamos todas las abejas.

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