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Del tejo al Supertazón

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Por: @chuckygarcia // Foto: EFE. Nos guste o no, somos un país en donde aún impera la mazamorra chiquita. El caldo de papa, el sancocho y ese salvaje plato de leche hirviendo con un huevo frito flotando y al que llamamos changua; el caldo de costilla al que los enguayabados rezan y tantos otros más que en cada cafetería, restaurante, plaza de mercado, venta ambulante o parador de carretera –a lo largo y ancho del país– se vende con suma religiosidad.

Pero a muchos colombianos, de los que se criaron con cuchuco de espinazo ahora también les gusta el Supertazón, y eso no es bueno ni es malo, solamente resulta curioso. Curioso y paradójico. Si de algo debemos estar agradecidos en esta patria de 5.5 millones de personas subalimentadas (según el informe Sofi 2014 de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura); es por la libertad de creer en casi todo lo que nos apetece; venga del lugar del mundo que venga y tenga o no relación alguna con nuestro origen. 

Así, quien de niño iba hasta la tienda de la esquina a que el tendero le despachara un roscón y $200 de salchichón hoy se puede saciar hablando de touchdown y de yardas; y sin reparar en que años atrás las únicas transmisiones deportivas que seguía por televisión eran los interminables partidos del Niupi en “Super campeones”, las carreras de Juan Pablo Montoya o los Juegos Deportivos Nacionales. 

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Eso quedó en el pasado: ahora ese joven prometedor sintoniza el Super Bowl y le hace barra a los New England Patriots.

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Dios bendiga a América, a Colombia y a las redes sociales, por supuesto, porque sin los comentarios de la gente que habla de los comerciales del Supertazón y de su show de entretiempo la cosa no tendría mucho sentido, o por lo menos sería tan aburrida como una cancha de tejo sin polas, sin mechas y sin compañeros de oficina lanzando el tejo a cualquier parte.

Y que el fútbol americano siga creciendo en audiencia y versados en la tierra del café, no vaya a ser que el día de mañana algún hijo nacido en Colombia llegue a jugar en la National Football League (si no es que ya hay alguno que nació aquí y de chiquito se lo llevaron para allá); y entonces todo (hasta esta columna de opinión) cobre sentido y termine de cambiar nuestras costumbres, actualmente tan propensas al zapping: que los niños de Pescaíto cambien la camiseta de James por la de algún jugador de los Seattle Seahawks, y que en el medio tiempo de su gran final no tengamos que ver a Lenny Kravitz y a Katy Perry bailando con menos sabor que una arepa blanca, sino a Hugo Candelario y a Li Saumeth haciendo que tiemble el suelo a punta de folclor y no de mapping.

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