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La noche en la que Guns N’ Roses fue más allá de sus egos y la nostalgia

Estuvimos en el concierto de los reunidos Guns N’ Roses en Medellín a la espera de saber si la banda cumplió o no sus expectativas.

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Mucha polémica surgió alrededor de la noticia del concierto de Guns N’ Roses en Medellín. Preguntas como “¿De verdad cuestan tanto?” o “¿No están muy viejos ya?” quedaron en el ambiente. ¿Al fin cómo les fue?

Por: Eugenio Chahin // @elazulynegro   Fotos: Katarina Benzova 

“Por favor denle la bienvenida a la banda que ayudó a financiar esta ciudad”, anunciaba una voz en inglés por la amplificación cuando los reflectores del Estadio Atanasio Girardot se apagaron para que la gente le diera su saludo a “Guns N’ Roses de Hollywood”, no con las luces de sus encendedores de gas empuñadas, sino con el flash de sus teléfonos celulares encendidos. Esa introducción era un cariñoso guiño a otros tiempos, tanto para la banda visitante como para el país residente. Y son “tan” otros tiempos que el concierto empezó casi que que a la hora prometida en el programa (9:05 pm), algo que habría sido medianamente insólito en las épocas doradas de la mitología roseana en las que Axl podía elegir quedarse en el cine viendo una película antes que llegar al concierto que tenía por dar.

Cuando It’s So Easy –el furioso y misógino corte del álbum debut más vendido de todos los tiempos– detonó, Rose salió en compañía del bajista Duff McKagan y el guitarrista Slash como lo hiciera 24 años por primera vez en el Estadio El Campin de Bogotá y como no lo hiciera hace seis años en el Parque Jaime Duque a las afueras de esa misma ciudad. La diferencia fue toda. Porque ese culto en la que se ha escrito la explosiva e impredecible historia de Guns N´ Roses se basa tanto en la grandeza de sus canciones como en su particular iconografía fundacional.

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Para seguir bailando con el fantasma de los noviembres pasados, los siete músicos que integran la banda en esta gira se sacaron inmediatamente del sombrero el potente groove de “Mr. Brownstone”. Frank Ferrer en la batería, Richard Fortus en la guitarra (o, mejor, “en el papel de Izzy Stradlin”) y Dizzy Reed y Melissa Reese en los teclados, aportaban ya desde el inicio una base instrumental, si bien no del todo espectacular, al menos sí absolutamente acertada. En otras palabras: estaban contratados para realizar ese trabajo operativo y lo hicieron muy bien, así es como el management y todos los demás necesitábamos que fuera.        

Siguió la canción que le da título a ese bastardo indescifrable que es Chinese Democracy y, aunque el público tendía a aplacarse en sus lugares, Slash seguía llevándose tantas miradas como Rose sobre el escenario; su persona ocupaba kilómetros de tarima y verlo tocar con profundidad canciones de un álbum que ni siquiera grabó, tan fluidamente como si estuviera cambiando canales en la televisión, nos indicaba que además de ser uno de los más grandes guitarristas del rock también es uno de sus mejores actores interpretativos.

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Pero la bienvenida definitiva a esas casi tres horas de concierto que le deparaban a Medellín llegó sobre la cuarta canción “¿Saben dónde p*utas están?”, preguntaba Rose en su agudo grito de falsete. Y claro, todos lo tenían más que claro. La banda entregó sin sosiego Welcome To The Jungle y esa, tal vez, sería la única ocasión en donde todo el estadio saltó al unísono con la convicción suficiente como para hacer tronar la tierra bajo aquella cancha de fútbol.

Como un espejo de lo que ha sucedido con todos los discos después del EP GN´R Lies de 1989, el devenir de este concierto reflejó la esencia de Guns N’ Roses: tan desmedido como preciso, tan brillante como desvariante, tan calculado como emocional, con extensos minutos de música gloriosa pero también muchos otros en donde el relleno se llega a sentir megalomaniaco. Igualmente, todas esas son razones para haber amado esta banda alguna vez y querer seguir haciéndolo. ¿No?

El extenso repertorio siguió entretejiéndose con otras tantas canciones de Apettite for Destruction, los dos volúmenes de Use Your Illusion y –claro está, bajo los explícitos deseos de Rose– muchas más de Chinese Democracy de lo que la mayoría hubiese deseado. Si bien el cantante principal se mantenía en sus notas la mayoría del tiempo, la aguda y alta “Better” tuvo un soporte evidente de la teclista de pelo azul-casi-anime Melisa Reese en la segunda voz y también el de McKagan armonizando. Y mientras Slash y Rose se la pasaron casi toda la noche cruzando sus caminos de lado a lado en el escenario –un poco evitándose la mayoría de las veces– el bajista rubio se mostró siempre firme, con su bajo y su actitud bien empoderados en la tarima. En este concierto, su presencia logró trascender a la de un pasivo galopante de sección rítmica, para convertirse en el necesario animal de espíritu de una banda que buscaba poder sentirse cómoda a pesar de sí misma y sus innombrables diferencias personales de siempre.

Algunos puntos altos incluyeron un jam extendido de la épica y lasciva Rocket Queen, una rendición emocional -y libre de delfines en las pantallas de video- para Estranged, una respuesta ampliamente ruidosa de casi todos los 40.000 asistentes durante el cover de Wings Live and Let Die y en You Could be mine, esa canción que a tantos les hizo amar a Terminator 2 más que por cualquiera de sus escenas. También habría que darle una mención de honor a Rose por silbar decorosamente sus partes en Civil War y destacar a Slash intercambiando riffs con Fortus durante una lograda adaptación instrumental del Wish You Were Here de Floyd.  

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Hubo más cañonazos infaltables como Sweet Child O’ Mine o Knockin' On Heaven’s Door, gemas del catálogo temprano como My Michelle o Nightrain, y un November Rain sentido pero que al final no pasó por agua (a pesar de unas pocas gotas “engaña bobos” que varias canciones atrás habían hecho suspirar a muchos allí en anhelos de lluvia).  

El set había superado las dos horas de duración y el cansancio de los asistentes –que iba desde los 14 años de edad pero ciertamente se definía en la demográfica de los 30 a los 50– empezaba a dibujar preguntas en los rostros. Cosas como “¿Ya hemos tenido suficiente paciencia, ¿será que ahora si tocan Patience?” (respuesta: no); o “¿Verdad que hay servicio de metro extendido hasta la 1:00 am?” (respuesta: sí). Al igual que cuestionamientos más existenciales del tipo “¿esto era eso?”, “¿es realmente lo que habíamos esperando por tanto?”, “¿hay vida después de la muerte entonces?”. Pero todo eso solo podrá respondérselo cada quien a sí mismo. De seguro hubo un enorme espectáculo de rock de estadio, con luces, imágenes en alta definición y pirotecnia, con canciones que marcaron y seguirán marcando de diferentes maneras las vidas de varias generaciones, tanto en sus tornamesas como en sus listas de reproducción online.

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Y así, la noche que Guns N’ Roses tocó en Medellín para algunos representó el mejor concierto de sus vidas, mientras que para otros apenas fue un ejercicio millonario de nostalgia efectiva (que fue respaldado por Marky, el Ramone sobreviviente, con un robusto set de éxitos punk como acto de apertura). Lo curioso es que cabe la posibilidad que esta parada de la gira Not In This Lifetime alcance a significar ambas cosas al mismo tiempo sin llegar a generar una contradicción.

Era claro que Guns N’ Roses ya no era esa entidad peligrosa e intempestiva que parecía inmune a la mortalidad en los tiempos en que MTV aún pasaba sus clips el día y la noche entera. ¿Pero quién puede ser la misma persona de hace década y media? A cambio de tantos cambios –que claro incluyen algo de sobrepeso y principios de calvicie bajo una colección de sombreros de ala–, esta versión de la banda compensó la noche con un concierto más largo y balanceado, logrando tener un número de espectadores que jamás había logrado reunir antes en Colombia para verlos.

La inclusión de The Seeker de The Who para el encore, justo antes del grandilocuente cierre de Paradise City, esta vez podía tomarse como un comentario directo sobre todo lo anterior. En la letra de esa canción Pete Townsend lanzaba frases desesperadas como “No encontraré lo que estoy buscando hasta el día en que muera” o “Yo me ando buscando a mí. Tú te buscas a ti. Estamos buscándonos el uno al otro y no sabemos qué hacer”. Y esa noche Slash y McKagan y Rose (aún a pesar de no poder llegar a las notas más altas de aquel coro) nos recordaron de manera vibrante que en la vida las cosas casi siempre terminan por suceder de una manera distinta a como las anticipamos; también que si buscamos lo suficiente podemos terminarnos encontrando muchos años después en un lugar como Medellín, ya lejos de los excesos y la violencia que marcaron muchos de nuestros días de décadas atrás, para dialogar con lo que fuimos antes y entender mejor lo que somos en estos momentos. En cualquier caso también existen preguntas que sobrevivirán por siempre a nuestra condición humana, como “¿Sabes dónde p*tas estas?” Y, sobre todo, “¿A dónde vamos ahora?”.

 

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