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Si La La Land gana Mejor película demostrará por qué Trump subió al poder

El problema no es que les encante La La Land. El problema es que nadie encuentre malestar en la negligencia racial que tiene.

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Cuando La La Land gane Mejor Película este domingo 26 de febrero, no solo se va a demostrar que los Premios Óscar están muertos. Se va a demostrar por qué pudo subir al poder alguien como Donald Trump tan cómodamente, por qué el mundo está desviándose tanto de la defensa de los derechos humanos, y por qué la segregación y el odio están empezando a regir de manera no solo contundente sino también legal. Antes de ponerse sensibles y ofenderse y enloquecerse, lean. Esto NO significa que usted sea un miembro del KKK porque le gusta La La Land.

Por: Cristina Sánchez Salamanca

La La Land es una película estupenda. Su mayor valor yace en la regeneración de un género que se pensaba muerto. Desde el 2003, con Chicago, un musical no gana un Óscar a Mejor Película. En La La Land se revive de manera nostálgica el amor al género y se honran clásicos como Un americano en París (1951) o Los paraguas de Cherburgo (1964). Hasta ahí, bien. Y sí, en momentos difíciles, la gente necesita sentirse bien y tener esperanza, y La La Land hace eso. Además del factor complaciente, la oda a la nostalgia y la sutil apología al amor (o más bien a la ambición por la fama y el reconocimiento), técnicamente esta película es perfecta. La cámara es el principal bailarín y sus coreografías son narrativamente dinámicas al igual que virtuosamente impecables. Y por supuesto, la música, la danza, la cinematografía vibrante y la edición están al mismo nivel de perfección.

Pero aquí va el verdadero problema. ¿Acaso La La Land habría enamorado a tanta gente si sus dos protagonistas, y la narrativa, no fuesen tan caucásicos? ¿Acaso esta película toca temas realmente relevantes y nos presenta a humanos profundos, realistas y con conflictos reales? Si en La La Land los protagonistas fuesen la etíope-irlandesa Ruth Negga (nominada a Mejor Actriz por Loving) y el mexicano Diego Luna, o el afroamericano Donald Glover y la japonesa Rinko Kikuchi, ¿a la gente le gustaría tanto?

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En La La Land lo importante no es la realidad de lo que está sucediendo en Los Ángeles, una ciudad donde el 50% de sus habitantes son latinos –muchos de ellos temiendo a una injusta deportación–, y donde su vasta comunidad afro-americana ha sufrido de notorios abusos por las fuerzas policiales, violencia callejera, drogadicción y pobreza extrema. Además Los Ángeles es la segunda ciudad con más musulmanes en los Estados Unidos. Pero no, La La Land muestra la ciudad ideal de los pocos, bellos y blancos cantantes y bailarines que podrían considerar vivir sus sueños y dejar de servir café en los estudios de cine. La La Land es la historia de la gente que no va a ser afectada en lo absoluto con el nuevo gobierno Trumpista. La La Land ignora tan profundamente a los demás miembros de su ciudad, que su único personaje afro-americano es un vendido que traicionó al jazz y ahora hace música basura por dinero. Es gracias a Seb (Ryan Gosling) que el jazz, música de protesta, rebelión y revolución afro-americana, se salva al final de la película. Gracias Seb, no solo por salvar al jazz, sino por permitir que las mujeres lo entiendan y lo conozcan. No sé qué harían el jazz, las mujeres, Thelonious Monk, Charlie Mingus, Miles Davis y Charlie Parker sin Ryan Gosling.

¿Entonces por qué la indignación? No es culpa de La La Land. Es una película que cumple su función. Entretiene y hace alusión a los sueños y aspiraciones de la gente que vende, por los que los miembros de la Academia se interesan; la gente que cae bien y con la que nos queremos sentir identificados. Mientras tanto Moonlight hace alusión a todo lo contrario. Cuenta una historia real, cruda, humana; la de la gran mayoría de los niños de comunidad negra y clase baja que se vieron afectados por la guerra a las drogas, por la encarcelación masiva de miembros de su comunidad, quienes crecieron prácticamente huérfanos en un ambiente hostil y peligroso, y quienes intentaron a toda costa de salir adelante y no acabar, también, en la cárcel o muertos. Es una historia personal con un contexto trágico porque es real y, aún más importante, con un final agridulce, preocupante. Jóvenes como Black, el protagonista, hay millones en Estados Unidos. Bajo el nuevo gobierno de Trump, sus futuros y sus vidas son inciertas. ¿Qué va a pasar con ellos? La pregunta no es si van a ser ricos y famosos. La pregunta es si van a tener una vida. ¿Van a poder vivir sin acabar en la cárcel? ¿Van a poder vivir sin acabar asesinados injustamente a manos de la violencia callejera o policial? No hay una película más humana, hermosa, relevante e importante en este momento. Pero eso a nadie le importa. Menos mal se revivió el musical.

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El problema no es que les encante La La Land. La culpa no es de la película. Háganle, es una buena película. A mí me gustó. Damien Chazelle es un prodigio y La La Land, aunque no su mejor trabajo, es su opus. El problema es que nadie se cuestione si realmente es el mejor filme de todos los tiempos como su distribuidor Cine Colombia se ha encargado de recordarnos compulsivamente los últimos tres meses; que nadie encuentre malestar en la negligencia racial que tiene. No tiene que abordar temas como la violencia callejera y la drogadicción. ¿Por qué apropiarse de la cultura negra y darles la espalda a sus integrantes?

El problema es que a nadie le importa si existen películas como Moonlight o, para no ir más allá, Hidden Figures, Fences o Loving. El cine debe entretener, hacer soñar, pero también debe hacer reflexionar, impulsar al cambio, ayudar a entender al prójimo, acercar lo lejano y mostrárnoslo desde otra perspectiva. Eso es lo que debe hacer una verdadera “mejor película”. No basta con rechazar a un líder demagogo, xenófobo, racista y sexista para cambiar las cosas. Primero hay que dejar de mirar al otro lado y no conformarse con lo lindo y lo agradable. Hay que afrontar. Hay que entender que aunque es lejano a nuestra realidad, es real. Está sucediendo y cada vez va a ponerse peor. ¿Y qué mejor sitio para empezar a generar cambio que dándole relevancia a unos premios anticuados y convencionales?

Por lo menos nos queda la categoría de Mejor Documental con títulos como Fire at Sea, I am not your negro, OJ: Made in America y 13th. Aunque cuando Joshua Oppenheimer perdió dos veces contra 20 feet from Stardom y Amy todo es posible en los Premios Oscar de la ciudad de sueños.

 

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