La escritora y gurú del orden japonesa, Marie Kondo, está de moda. Su serie, ¡A ordenar, con Marie Kondo!, es desde hace unos meses un éxito internacional. Pero detrás de este método chic, moderno y eficiente de organización del hogar subyace una tiranía del orden que debemos denunciar mediante un manifiesto por el caos y la melancolía. ¡A desbaratar el mundo de la perfección!
Por: Víctor Solano Urrutia
Marie Kondo hizo las cosas demasiado bien. Logró poner en boca de todos un tema tan frugal y corriente como el oficio de la casa. Desde que su serie llegó a las pantallas de Netflix, su éxito fue arrollador. Pero su ingenio empezó a dar frutos mucho antes: nada más sus cuatro libros han alcanzado cerca de 7 millones de copias vendidas en todo el mundo. ¿De aquí a cuándo un programa sobre ordenar el clóset y el garaje agarró tanta popularidad? ¿Qué de revolucionario tiene el método que ella denomina KonMari?
Quizá a estas preguntas haya que responderlas con una triste confesión. Nuestra vida en este mundo de trabajo sin sentido y de exceso de grises nos ha hecho a la idea de que estamos condenados. Por ello mismo, la televisión, los medios y la publicidad nos obligan a escapar de la tristeza y de la soledad por tratarse de signos de improductividad y de malestar empresarial . ¿Pero acaso lo que necesitamos para estar bien es ser más productivos? Como una pelota de ping-pong, nuestra suerte va de un extremo al otro: o somos unos fracasados melancólicos, o unos emprendedores sobreexplotados.
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Marie Kondo, como un ángel salido de un ánime, llega irradiando felicidad, flores y paz a nuestros rincones olvidados por Dios. Y no oponemos resistencia. Nos dejamos encantar por su agudísima voz, por su meditación espontánea y por su sonrisa de presentadora de programa mañanero. Su tántrica tranquilidad nos eleva. Sus vestidos perfectamente pulcros nos abruman. Su misteriosa sencillez nos ofusca y nos hace sentir peor y a la vez mejor. ¿Es justo este sentimiento?
Un manifiesto caótico
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Camaradas de la melancolía oficinista, de la tristeza citadina y de los cafés descafeinados para una salud mediocre: no nos dejemos engañar. Marie Kondo no busca hacernos ni más felices ni más a gusto con nosotros mismos. Su método de feng shui ergonómico está diseñado para implantar una tiranía del orden con ínfulas de superioridad. Y esta tiranía sólo existe bajo la premisa de darle al desdichado trabajador un placebo, pues mientras más eficiente haga su vivienda, más satisfecho estará y más productiva hará la empresa a la que sirve sin descanso. Marie Kondo es sólo la punta de un iceberg que nos saluda mientras nos invita al naufragio.
Pero aquí nadie desfallece. ¡No desistamos! Abracemos el desorden como proclama de resistencia a esa falsa felicidad. He aquí, en respuesta a la señora Kondo, los principios de un manifiesto para los desdichados, los infelices, los que no tienen otra alternativa sino ser tachados de fracasados. Demostraremos que el mejor destino es la entropía, el orden del caos.
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La felicidad está sobrevalorada
Y ¿quién dijo que la felicidad debía ser la meta de la humanidad? Nada más absoluto que este principio. ¿Quién impuso semejante tormento al prometer lo que el mundo se ocupa en contradecir día a día? La vida se compone de pequeños retazos de alegría, de entusiasmo, de éxtasis, de pasión… pero de ahí a que seamos felices, estamos muy lejos. Un sabio dijo alguna vez: “nunca he disfrutado vivir en este mundo”. Qué sabiduría.
La felicidad que propone Marie Kondo es una trampa. Ella insiste en que debemos conservar en nuestras casas sólo aquellos objetos que nos despiertan felicidad. Su mensaje parece contundente: no alejar la felicidad, sino todo lo que se le oponga. Pero, por desgracia, en ningún momento ella nos dice qué es la felicidad. Es como el profeta que anuncia la salvación pero se deja las llaves del paraíso en la casa.
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Y eso mismo es una metáfora de la vida. Una vida que, en resumen, es una tragicomedia griega. Seamos sinceros, los momentos más desdichados son precisamente los que más recordamos y los que más sufrimos, pero al mismo tiempo son los que mejor nos definen. Así que la felicidad, estimada Marie Kondo, no es eso que irradian los objetos. La felicidad es una idea que nos facilita dormir. Lo que realmente nos hace cambiar, para bien o para mal, es la desgracia, la tragedia, y los objetos que atesoramos en nuestras casas están ahí para recordárnoslo.
Ante la mentira de la felicidad y de los objetos que supuestamente la representan, nosotros proponemos la tranquilidad. Aquello por lo que vale la pena luchar no es un estado de anestesia permanente, sino la calma ante las presiones absurdas: los “grandes sueños”, plantar un árbol, tener hijos, escribir un libro. ¡Pero si plantar un árbol es simplemente contradictorio con escribir un libro! Ese árbol nacerá y morirá para convertirse en una resma de hojas sobre la cual imprimirán mediocres frases inspiradoras. ¡Bah!
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Irradiar alegría es avivar el consumismo
Marie Kondo sostiene la tesis de que irradiar alegría debe ser el objetivo de todo hogar. Por eso, deshacerse de aquello que no vomite alegría es una máxima. Y para demostrarlo acude cual bruja entrometida al hogar de sus clientes. Allí inicia un ritual exótico y conmovedor. Se descalza, se sienta sobre su regazo y cierra los ojos en ademán de buda. Los gringos atónitos, entre intrigados y avergonzados, tratan de imitarla. Con ese pequeño minuto de silencio, ella marca su territorio y lo convierte en consultorio chamanístico.
El siguiente paso es instaurar el orden tiránico, acabar con la paz de la entropía, con el desorden ordenado de sus clientes a quienes dirige como marionetas. Si uno almacena las toallas en el clóset, la orden es retirar todo de allí y apilar una montaña; si las camisas reposan artísticamente sobre la silla del escritorio, Marie juzga con desdén.
Pero lo verdaderamente brujesco es el poder que tiene esta mujer para dotar a las cosas de humanidad. Con una simple frase logra que sus alienados clientes le hablen a sus prendas viejas y les agradezcan por su servicio prestado. “Gracias, ya no te necesito más”. Muy bonito y todo, pero eso de hablarle a la ropa sólo aviva la hoguera del consumismo. Algo así ocurrirá en la mente de estos acumuladores y adictos a las compras: “si hoy te agradezco por lo que me diste, mañana iré al outlet y me sentiré mal por no saludar a tu hermano, a ese chalecito de doscientos dólares que me coqueta a lo lejos”.
Por eso le negaremos la palabra a nuestra ropa. Si a los calzoncillos se les ocurre pedirnos la hora, miraremos para otro lado, haremos como que no es con nosotros. Porque nuestra tranquilidad llega hasta donde le demos la oportunidad a las cosas que nos rodean. Vivir en armonía con el caos implica evitar que el caos nos sobredimensione y nos comande. En cambio, si le hacemos caso a Marie Kondo, terminaremos por idolatrar al mercado.
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La falsa ilusión del orden
Todos tenemos ese amigo, amiga, tío o tía que cuando visitamos dice muy creído/a “perdonen el desorden”. Todos sabemos que esas palabras son vacías, que no tienen ningún reflejo en la realidad circundante. Más allá de excusar el “desorden”, que sabemos que no existe, lo que hace es imponer una idea imaginaria, algo así como queriendo decir “sí, ya sé que mi casa está impecable, pero puedo dejarla mejor que esto”. En otras palabras, es tratar de imponerle al visitante una vara más alta, un “¡supérame!”.
Ese espíritu competidor lo exhibe Marie Kondo en su show, y nunca mejor usado el término “show”. Desde el episodio uno hasta el octavo sólo vemos un montón de casas espectaculares, gigantes, hermosas, aesthetic , y hasta limpias. Parejas soñadoras y perfectas que no se odian y que sonríen sin parar. Un sueño americano y una demostración más de ese primer mundo cuya mayor crisis es no saber dónde dejar las quinientas sartenes y ollas sin que luzcan un poquito fuera de lugar. Esa es la ruina del orgullo de clase media a la que quiere llevarnos esta japonesa.
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Su estrategia es todavía más cínica por el hecho de descubrir la imperfección en lo perfecto. Con eso no busca otra cosa que humillarnos. Sí, ya sabemos que no tenemos casas de película noventera gringa, pero no dejaremos que nuestros baños de 3 metros cuadrados nos empequeñezcan el honor. Destruyamos esos estereotipos, asumamos nuestra sencillez, descubramos la belleza de las cajas de pizza debajo de la mesa rimax, invoquemos el ventilador junto a la mecedora deshilachada.
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Ni limpios ni sumisos
Y todo esto, señora Marie Kondo, nos hará fuertes. Sus ansias por deshacerse de todo lo que no irradie alegría, su irreparable ciclo de botar objetos y economizar espacios, su afán por rellenar de líneas rectas cada milímetro de nuestras vidas no harán mella en la entropía de nuestras almas. Así nacimos y así moriremos, entre el escombro de las laminitas del mundial que sobraron del álbum, entre migajas y entre pantalones que ya se paran solos del tiempo que llevamos sin lavarnos.
No somos sumisos de ese orden que sólo aparenta hipocresía, que hace creer a los alienados hombres y mujeres que la casa es el mundo, que fuera de esas cuatro paredes no hay una sociedad que cambiar, que nos libra de todo pecado. No, señorita de sonrisa ancha: el mundo es más que el KonMari. Nuestra vida puede ser un perfecto caos aunque sepamos doblar nuestras corbatas en tres sencillos pasos. Podemos seguir siendo personas deplorables en la calle aunque le agradezcamos a la chaqueta por su servicio a la patria.
Por último, si así lo necesitamos, viviremos entre la melancolía del pasado y el temor al futuro. No somos invencibles, y lloraremos cantando música de planchar si es preciso. ¡Viva la melancolía, viva el desorden! No tenemos nada que perder excepto nuestras cadenas (y nuestras ganas de salir mañana a trabajar).
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