Entre las incertidumbres del encierro y la serie de hábitos que vamos a tener que cambiar a causa de la pandemia global están las marchas y las protestas. ¿Qué va a ser de la movilización política y de las conmemoraciones masivas que no podremos vivir como de costumbre este año? ¿Es la virtualización la muerte de lo social o la alternativa inevitable?
Por Víctor Solano Urrutia
Cuando anunciaron que debíamos permanecer en nuestras casas para prevenir el contagio, aceptamos con resignación. Cuando las universidades trasladaron sus clases a Zoom, dijimos “meh, esto lo soporto”. Cuando nos dijeron que serían más de dos semanas encerrados, estuvimos al borde del colapso. Pero cuando cancelaron todos los eventos masivos, por lo menos hasta octubre de este año, pegamos el grito en el cielo.
La primera preocupación siempre viene de la mano del cambio de nuestro estilo de vida y consumo. Las fiestas, las clases, el trabajo, el mercado, la sociabilidad diaria. Pero hay muchas más instancias que se verán afectadas y que todavía no alcanzamos a dimensionar.
Publicidad
Los últimos años han sido muy movidos en la agenda política latinoamericana, con un escenario bastante caliente e incierto. Desde el 21N en Colombia también fuimos testigos de la poderosa fuerza de las marchas y manifestaciones públicas, que además nos demostró lo bien que se pueden registrar y virtualizar estos eventos a través de redes, apps, y demás herramientas digitales.
Lo que no sabíamos era que un virus sería capaz de confinarnos con mayor efectividad que el ESMAD y que, al mismo tiempo, esta pandemia lograría afectar más al mercado y al poder del Estado que el mismo Paro Nacional. Dos pájaros de un tiro, dirán algunos. Lo cierto es que las razones para protestar siguen vigentes: la desigualdad está en aumento, la violencia no cesa y los escándalos políticos abundan más que los tapabocas. Para la muestra: el levantamiento del pueblo negro en Estados Unidos.
Publicidad
¿Cómo preparar la agenda de la manifestación social para este nuevo escenario? ¿Acudirá internet al rescate?
Un encierro que no da tregua
El mundo está lejos de gozar de tranquilidad y quietud. Al tiempo que los influencers brillan con sus publicaciones de hábitos saludables y challenges adaptados al encierro, miles de personas en situación de vulnerabilidad deben salir a la calle a rebuscarse sus ingresos. A los pocos días del inicio de la temporada de aislamiento, cientos de trabajadores informales protestaban frente a la Alcaldía de Bogotá por falta de auxilio. “Es más probable que me muera de hambre a que me muera por el coronavirus”, señalaban.
También los trabajadores de la salud, en primera línea de riesgo por contagio, están inconformes con las precarias medidas de protección que les brindan los gobiernos de la región. En Chile se viralizó una protesta del personal de una clínica que salió a las calles pese al confinamiento. Nótese el manejo prudente de los dos metros de separación, el uso de mascarillas y trajes especializados. ¿Es esta la protesta en su más reciente actualización de distanciamiento social?
Este ejemplo exagerado para algunos, envalentonado para otros, es una de las formas en que la protesta podría redirigir su rumbo y adaptarse a la crisis sin perecer en el intento. Pero claro, en el caso de los trabajadores de la salud salir es menos riesgoso que quedarse en un hospital, más aun si no tienen con qué protegerse. ¿Tenemos una opción b?
Publicidad
La otra alternativa que ha empezado a moverse son las llamadas ‘marchas virtuales’, una idea un poco extraña si pensamos en el acto de marchar estando echados en la cama con el celular. Sin embargo, la diversidad de acciones políticas y culturales en pro de mantener un espíritu de protesta activo no se ha hecho esperar. Diferentes colectivos han impulsado campañas, webinars (seminarios web), charlas, retos, hackatones, plataformas de donación para causas y tendencias en redes que han continuado con la onda de protesta. Así lo vemos con la campaña de los trapos rojos que ha ganado tanta popularidad en Colombia.
¿Alguien quiere pensar en las calles?
El comité IncluyeT de México anunció que la marcha del orgullo gay, llevada a cabo tradicionalmente los 27 de junio, se ‘virtualizaría’ en una serie de actividades en redes y otros espacios remotos. Así las cosas, marchas y conmemoraciones vistosas y extravagantes, que antes aprovechaban la calle para exhibir sus identidades y reflejar formas de vida autónomas en pleno ejercicio de liberación, ya no podrán recurrir a estos espacios de empoderamiento… Por lo menos este año.
Publicidad
El ABC de la primera Marcha LGBTI virtual en Bogotá Si nos preguntamos qué tan efectiva es una marcha virtual, probablemente lleguemos a dos conclusiones: la primera, que una marcha no es lo mismo que una inundación de información sobre un tema en redes sociales (esto es lo más probable que suceda). Atiborrar de ‘instastories’, videos descontextualizados y enlaces que llevan a todos lados puede ser contraproducente y corre el riesgo de hacer que una temática sea más fácilmente ignorada… pero es una opción. La segunda conclusión es que su efectividad puede ser tanta (o tan poca) como la de las marchas en las calles.
Las experiencias son diferentes pero no distan totalmente la una de la otra. En últimas, ¿para qué marchamos? Me atrevo a decir que las marchas sirven para pausar el estado normal de las cosas y señalar un problema, que es cuando se estremecen las calles, se bloquea el tráfico y se llama la atención de las autoridades para reclamar un derecho o visibilizar una situación.
Pero las marchas también sirven para marcar una existencia; para decir “soy esto y quiero ser reconocido como tal”. Entonces el ojo ajeno, que mira desde afuera, empieza a reconocer esa identidad así no la acepte. Más allá de ser una revolución a la francesa, para eso sirve una manifestación
Ideas hay, se necesitan nuevos caminos
Algo similar ocurre en las redes sociales: no son espacios de cambio totales o que desestabilicen el mundo, pero son herramientas para la visibilización de causas y el reconocimiento de existencias. Un hashtag ardiente en Twitter puede salvar la vida de alguien o condenarlo para siempre; un video en Facebook puede tumbar ministros; una foto de Instagram puede llevar una empresa a la quiebra. Eso sin hablar de lo que puede lograr el hacktivismo organizado para destapar escándalos políticos y multimillonarios.
Publicidad
(Vean también: La historia de Anonymous en Colombia)
Publicidad
No nos desesperemos ante la digitalización de las protestas. De hecho, hace tiempo que lo vienen haciendo: las recientes protestas en Chile y en Ecuador hicieron estruendo gracias al uso fenomenal de redes sociales, compartiendo fotografías y videos de abusos policiales junto con performances virales. Y qué decir de Catalunya y Hong Kong, en donde las apps permitieron la organización de los manifestantes por medio de la protección de sus datos y del mapeo del movimiento en las calles en tiempo real.
Una de las enseñanzas de esta pandemia es que no podemos quedarnos varados por el hecho de no salir a las calles; el bloqueo en redes, la saturación de información, el hackeo inteligente, el impulso de campañas y las vacas para recoger mercados y demás ayudas pueden hacer valer su efectividad en una era en la que las plataformas privilegian la creatividad y en que la movilidad de datos en internet es un capital de alto valor. No desechemos estas oportunidades y abracemos la virtualización de las marchas ya que nada nos garantiza que las cosas vuelvan a la normalidad… Porque tal vez no deberían volver a la normalidad.
Publicidad
Ñapa: para los nostálgicos de las protestas callejeras, a los que les ha pegado duro no poder salir a arengar, les dejamos esta colección de sonidos de protesta política alrededor del mundo:
Publicidad