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El país del que más se habla en el Mundial y no clasificó ni a fase de grupos

Una celebración política puso al mundo a mirar un conflicto con más de 15.000 muertos, en un partido que no tenía mayor admiración futbolera.

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Foto: Gettyimages

Las celebraciones de Xhaka y Shaquiri en el Mundial de fútbol no pasaron desapercibidas, los jugadores fueron multados y se abre una discusión: ¿Puede el fútbol ser un ausente ante los problemas políticos de la sociedad?

Por Juan Sebastián Figueroa @essebasfigueroa

Corría el minuto 90, sus piernas estaban infladas de sangre por todo el desgaste del partido. A pesar de haber hecho una carrera de 50 metros a toda velocidad, continúo corriendo, pero esta vez no iba hacía al arco con el balón, esta vez se dirigía a la esquina donde se encontraban los ultras de Serbia luciendo sus orgullosas banderas. Cruzó sus manos a la medida de las muñecas, juntó sus pulgares y los agitó hacia su pecho con los ocho dedos restantes.

Cuando llegó a la esquina y vio la enardecida tribuna que le tiraba vasos y papeles decidió quitarse la camiseta y apretar su abdomen; no lo hacía por él, lo hacía por el orgullo herido de sus antepasados. Giró y se encontró entre maldiciones y arengas con doce compañeros que miraban con desafío a los hinchas rivales. Con su gol, Suiza vencía 2-1 a Serbia en la Copa Mundial de Fútbol de Rusia en 2018, aunque Shaquiri sabía que había ganado más que eso.

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Granit Xhaka conocía de primera fuente que existiría un ambiente tenso en el Estadio de Kaliningrado. La Federación de Serbia había pedido a la FIFA que no dejaran ingresar banderas de Albania, Kosovo o la Gran Albania. ¿La razón? Hacía cuatro años se habían enfrentado serbios y albanos en un partido que terminó en trifulca e ingreso de hinchas a causa de la provocación de un dron que se paseó por la cancha con la bandera de la Gran Albania, representante del sueño de los nacionalistas albaneses de unir su pueblo distribuido en diferentes países Balcanes, dentro del que se encuentra Kosovo, lugar de nacimiento de los padres de Xhaka. En aquel partido el hermano menor de Granit, Toulant, que juega para Albania, fue uno de los que pelearon con hinchas y jugadores serbios.

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La petición no fue concebida, pero eso sí, extrañamente los planos de televisión para los hinchas suizos eran bastante cerrados, mientras que para los serbios eran lindísimos generales que mostraban todas las banderas del equipo tricolor.

Shaquiri vivía su propio partido, el niño de la guerra que huyó de su tierra y se dirigió a Suiza, para pasar a ser uno de los 848.000 refugiados, que se tuvo que costear la pasión por el fútbol arreglando árboles y cortando césped, ya había calentado el ambiente con la foto de sus guayos: en ellos tenía la bandera de Suiza, el país que representa y la de Kosovo, donde nació. La Federación Serbia también había exigido que no le dejaran utilizar esos botines, pero nadie accedió.

Otro era el estado de ánimo de Stephan Lichtsteiner, capitán suizo que no tuvo que sufrir de cerca los horrores de un conflicto, pero sintió como suyo el dolor de sus compañeros, que en medio de las concentraciones le contaban lo que sus familias y ellos han padecido. Uno de los más cercanos al capitán es Valon Behrami, quien tiene tatuado en su piel una trágica infancia. Un niño con un balón rodeado de aviones y bombas que representan los 12 000 muertos que dejó la Guerra de Kosovo.

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La temperatura del estadio marcó 15 grados, pero en la cancha se sentía más calor de lo habitual. Serbia arrancó ganando y Suiza estaba prácticamente eliminada. Los asistentes rusos, aliados de Serbia, silbaban las opciones de los suizos que buscaban el empate por todas las vías. Un rebote fuera del área le cayó a Xhaka, que fusiló el arco con un golazo. Su celebración alertó a todos. Los periodistas se miraron, conociendo que estaba queriendo decir algo, pero no le entendían.

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El tiempo siguió su marcha y el final parecía resuelto, serbios y suizos empatarían 1-1, hasta que en el minuto 90, Xherdan Shaquiri sacó la última bala de su pistola, ganó una carrera de 50 metros y definió cruzado, exquisito. Allí, fueron sus compañeros los que quemaron la poca adrenalina que les quedaba y corrieron a abrazarlo a la esquina donde se encontraba semidesnudo.

Al llegar a la esquina, la adrenalina se convirtió en furia, el toque de valor que les había dado el gol al último minuto los hizo enfrentarse a la tribuna, que en medio de su rabia les cantaban “Kosovo es de Serbia”, mientras los suizos, el equipo de la Torre de Babel proveniente de 12 diferentes orígenes, mostraba por medio de Xhaka y Shaquiri el águila bicéfala, el símbolo de los kosovares que desean que el mundo entero sepa que ya no son parte de la antigua Yugoslavia. Lichsteiner se les unió y la FIFA decidió multarlos, pero ¿puede el fútbol ser ausente de los problemas políticos de la sociedad?

No, y no es la primera vez que sucede y sucederá, el mundo puso sus ojos en el partido de Irán y Estados Unidos en 1998, 18 años después de un conflicto por la revolución islámica.

La imagen de Maradona se inmortalizó en carteles y banderas, luego del partido de México 1986, cuando el ‘Pelusa’ anotó dos goles contra Inglaterra y eliminó al equipo que cuatro años antes representaba la muerte de 649 argentinos en la Guerra de Las Malvinas.

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Quizá estemos ante un nuevo fenómeno político-mediático, provocado por un par de jugadores que conocen bien el poder del fútbol y pusieron a hablar al mundo de los problemas de su país, incluso sin haber clasificado al Mundial.

En el papel se dirá que Suiza ganó 2-1, los historiadores dirán que fue Kosovo quien lo hizo.

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