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En las redes se refleja una Colombia morronga, reprimida y machista

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Por Mariangela Rubbini @bilirubbini

Hoy he visto en mi timeline de Twitter a cientos pronunciarse con el hashtag #NoAlManoseo. A mí, como a ellos, me produce total indignación todo esto del matoneo virtual, pero sobre todo me indispone leer las porquerías y barbaridades que ha estado escribiendo cierta gente durante las últimas horas haciendo uso indebido de otro hashtag, #LosApuntesDeCata. Así se expresan las mentes retorcidas y perversas que existen en el universo virtual y que no solo nos denigran como mujeres y una vez más, nos convierten en objeto sexual (en la que se culean, la que se morbosean, de la que abusan verbal y sexualmente), sino que de paso hacen que su cerebro se convierta en un espacio habitado por materia en descomposición. Me perdonarán, pero eso es lo que tienen ahí dentro si se expresan como lo hacen. Pero si hay algo que me aterra y me ofende todavía mucho más, es leer a mujeres que se aprovechan de situaciones como esta del también llamado cyberbullying que se presentó anoche y se desató muy temprano en la mañana con nuestra colega Catalina Gómez, para agredir, despotricar, e incluso burlarse de su propio género. Patético. De quinta. ¿Se querrán estas por lo menos un poquito? Lo dudo.

Lo más grave y preocupante de todo este asunto es que si el matoneo en los colegios se había convertido en una de las grandes preocupaciones de la era moderna para padres de familia y sicólogos, ahora todo parece indicar que el cyberbullying se hace cada vez más masivo e incontrolable. Dicen quienes se han dedicado a investigar el tema que posiblemente nos tardaremos una década en entender y en conseguir agarrar por los cuernos el fenómeno. Lo que más afana, además, es que en el universo digital el acoso permanece mucho más tiempo visible y se hace masivo en cuestión de segundos. No me quiero imaginar la reacción de Catalina cuando se dio cuenta de que un montaje de su cuerpo desnudo la había convertido en TT en menos de nada. A eso hay que añadirle que, los cobardes acosadores se vuelven agalludos en el universo virtual porque, creando cuentas falsas en las redes sociales pueden, relajados, mantenerse en el anonimato.

No sé si alguna vez escucharon o leyeron del caso de Tyler Clementi, ese jovencito de 18 años que estudiaba en una universidad de Nueva Jersey y que decidió suicidarse saltando desde un puente por culpa de un video que terminó viralizado en redes. Este video fue grabado y puesto en streaming por un compañero de cuarto mientras él sostenía un encuentro sexual con otro hombre. ¿Dimensionamos las consecuencias que una violación a la intimidad de este tipo puede tener? Yo creo que no.

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Estamos claros en que una vez uno le da aceptar a ese chorrero de términos y condiciones que aparecen en redes como Instagram, Facebook y Twitter, ya de por sí está avalando que su intimidad (la que cada quien decide exponer por iniciativa propia) se vuelva pública. También es cierto que hay quienes irresponsablemente ni alcanzan a dimensionar las consecuencias de postear cierto tipo de información. A lo que voy, como lo dice Carlos García @Carloscuentero en su columna sobre este mismo tema(leer la columna), en realidad todo esto se trata de una grave problemática social que está viéndose potenciada y envalentonada desde las redes sociales.

También hoy a través de sus cuentas, como es natural que suceda en un acto solidario, muchos pidieron justicia para que se develara la identidad y se castigara al agresor. La misma Catalina publicó en su Twitter: “Agradezco a las autoridades por su disposición para castigar a los delincuentes que cometen estos acosos #NoAlManoseo”. Lo que yo pienso es que incluso, más allá de la reprimenda desde la legalidad, hay una manera de castigar y de condenar que puede ser igual de poderosa si logramos entender que también podemos hacer uso de las redes sociales en sentido contrario. Y con eso me refiero a volcarnos todos a denunciar y a respaldar a las víctimas para que los victimarios se sientan intimidados y avergonzados. Leyendo un artículo sobre matoneo virtual en jóvenes en internet me encontré con lo siguiente: “Los estudiosos del tema no apuntan a un control legislativo, en cambio, se ha comprobado que las propias redes virtuales de jóvenes pueden frenar el problema. Se ha observado que cuando un grupo se une para evitar el acoso a uno de sus compañeros, el resultado es que el fenómeno desaparece porque no tiene aceptación social ni popularidad, que es precisamente lo que buscan los jóvenes victimarios”. ¿Entienden a lo que me refiero?

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Hoy por ejemplo, fue valiosísima la reacción inmediata de aquellos líderes e influenciadores que pusieron a circular el hashtag #NoAlManoseo. Lo que ellos consiguieron con esta acción fue contrarrestar la noticia de Catalina en bola para que la gente comenzara a pronunciarse en contra de que ella hubiera sido expuesta de esta manera. En un país en el que las cifras y las investigaciones de mercado comprueban que lo que más vende son el sexo, el chisme y exponer públicamente la intimidad de los demás, de por sí ya estamos jodidos. Vivimos en una Colombia doble moralista y morronga. Reprimida y machista. El reto aquí no está en descubrir el misterio de si en realidad esa era o no Catalina en bola (que yo, la verdad, lo dudo). El reto es otro. Y es cómo revertir el impacto de morbosos sin oficio que se divierten a costa de vulnerar la intimidad y dignidad de los demás. Yo me pregunto qué estamos haciendo como influenciadores, todos los que tenemos unos pocos miles de seguidores en twitter, y todavía más los que tienen millones. La pregunta también va para nosotros mismos y es ¿A qué tipo de personas seguimos en las redes sociales? Yo hoy le di unfollow a unos cuantos.

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