En mayo de 2020 Netflix lanzó la película polaca Hater, que escaló a la lista de lo más visto en varios países y ganó el premio a Mejor largometraje internacional en el Tribeca Film Festival. La cinta retrata la plasticidad de los discursos políticos y muestra cómo las redes sociales producen simpatía, antipatía e incluso hostilidad frente a otros grupos. ¿Nuestro futuro político está en manos de las agencias de marketing digital? Por Juan Camilo Ospina Deaza y Valeria Sánchez Prieto Hater es una película que abre la caja negra de las estrategias de grupos extremistas en redes y nos interpela al plantear que, en el fondo, estas agencias están dispuestas a destruir la reputación de cualquiera por el mejor postor. La cinta es la continuación a otra película que su director, Jan Komasa, ya había producido en 2011. Su nombre era Suicide Room (Sala Samobójców) y hablaba de la tensión entre una cultura emo que hacia una apología al sufrimiento, los videojuegos y la fuerza que ejercía la psiquiatría por medicalizar a los adolescentes. No es necesario ver esta última para comprender Hater, de no ser porque Beata, uno de sus personajes, fue la madre del protagonista de Suicide Room. En Hater cambió la inquietud del director y la historia corrió por otro lado. Komasa nos habla desde un mundo en el que Internet es un actor central no solo en el desarrollo del mundo adolescente, sino también en la política. Ahora, antes de seguir, tenemos un anuncio importante: vienen los SPOILERS. ** Hater sigue la vida de Tomasz Giemza, un joven que fue expulsado de la escuela de leyes y que trata de llamar la atención de su crush de infancia, Gabi Krasucka. En este proceso Tomasz consigue un trabajo en una agencia de mercadeo en la que fue contratado para destruir la imagen de un político de izquierda llamado Paweł Rudnicki, quien, vaya casualidad, es apoyado por la familia de Gabi. El antihéroe se desliza hacia un inframundo digital lleno de supremacistas blancos e islamófobos y, luego de un largo trabajo que involucra edición de imágenes, convocar a manifestaciones, crear bots, noticias y perfiles falsos, logra orquestar un tiroteo que terminará con el asesinato de Rudnicki. En este punto (lamentamos el spoiler) es importante saber que el estreno de Hater tuvo que retrasarse porque su trama se acercó incómodamente a la vida real. En 2019, en un evento de caridad navideño, el alcalde liberal de Gdansk, Pawel Adamowicz, fue asesinado durante en público. Tal y como ocurrió luego de las manipulaciones de Tomasz en Hater, que culminan con un sangriento asesinato al político polaco ficticio, también llamado Pawel. 10 grandes series sobre política y poder Este último hecho debería mostrarnos que el centro de la película no es la historia de Tomasz, sino el ambiente en el que fue creada. Tal como puede verse por los edificios, la película transcurre en Varsovia, capital de Polonia. Un país que ha tenido una historia complicada debido, por un lado, a la ocupación e influencia cultural del nazismo; por el otro, al legado de los gobiernos comunistas. Esta tensión se revela en el extendido imaginario interno de una Polonia dividida e "incapaz de estar a la par de los otros países de Europa". Hoy en día con el apoyo de Trump a grupos extremistas en Estados Unidos, el auge de neonazis en lugares como Polonia y el fortalecimiento de la derecha en Latinoamérica podemos ver que Hater nos da luces para comprender un escenario más global. Las campañas políticas en Hater están salpicadas de propaganda maliciosa que busca el extremismo para llamar la atención. Aquí vemos claramente el bando de los supremacistas blancos, contrarios a la inmigración desde Medio Oriente. Y por otro lado el bando de los demócratas, que favorecen la inmigración y la integración con Europa. Un punto muy curioso de la película es que en el bando de “los buenos” se encuentra la elite que no permite que nadie fuera de su estricto círculo ingrese a sus cercanías. En este sentido, la película hace un gran trabajo al mostrarnos las interacciones locales como un espejo de la dinámica global. Tomasz, avergonzado de sus humildes orígenes, hace esfuerzos por acercarse y ser aceptado por la familia de Gabi, que pertenece a esta elite liberal. Es inevitable hacer paralelismos con la película Parasite cuando, en una de las primeras escenas, Tomasz escucha a la familia discutiendo sobre la cena que tuvieron: El desdén con el que lo miran solo se compara con el esfuerzo que él trata de hacer por ser aceptado. A pesar de que ellos como familia lo están apoyando económicamente para cursar sus estudios en derecho, los intentos que hace Tomasz por acercarse les parecen irrisorios. Con situaciones concretas la película muestra cómo esa elite mantiene al margen a quienes no pertenecen a su grupo. La familia de Gabi son intelectuales que pasan su vida asistiendo a la ópera, aramndo exposiciones artísticas y participando de reuniones sociales. De hecho, hasta organizan una exhibición para visibilizar el sufrimiento de los migrantes de África. La paradoja es hacer una exhibición de arte por los oprimidos en el África donde ellos no se ven por ninguna parte y pasar por alto el sufrimiento de los cercanos que desprecian o consideran idiotas. Aun cuando en sus palabras estas elites invitan al dialogo, se sienten muy cómodas en intelectualismos distantes de los que solo pueden participar personas como ellos. En este sentido, Tomasz aparece al inicio de la película como uno de los vulnerables, que aunque no se encuentra en una situación de miseria, solo tenía su lazo emocional con la familia. Para él, solo bastó un error (hacer plagio en un ensayo de la universidad) para que su proyecto de vida se fuera a la basura. Mientras tanto, Gabi, sin esforzarse y equivocándose mil veces, puede acceder a las mejores universidades y realizar pasantías en lugares como el MOMA. Más adelante, Tomasz dirá: “es la única forma de hacerlos escuchar. Ellos siempre miran con menosprecio a gente como nosotros. Nosotros somos víctimas de las circunstancias. Todo lo que toma es equivocarse una vez, y ya es suficiente, para ellos siempre serás un don nadie ¡Yo no soy un don nadie!”. Es en este contexto de frágil integración es donde el lenguaje del supremacista adquiere adeptos, aquellos que buscan desesperadamente un cambio de una sociedad que los excluye. Las campañas de marketing forman ideas simples que no buscan la grandilocuencia intelectual. Mientras las muestras artísticas de sensibilización solo pueden ser entendidas por las elites intelectuales, las campañas de redes sociales construyen sus mensajes para ser masivos y que las personas puedan interpretarlos como quieran. Es un lenguaje común en Internet que, como nos enseñó Cambridge Analytica, favorece imágenes impactantes y mensajes que produzcan emociones fuertes. Todo lo financian, desde luego, los grandes capitales. Hacia el final de la película Tomasz le dice indignado a un colega de la agencia: “No podemos servir a los competidores de nuestros clientes”. A lo que su colega responde: “Podemos hacer todo”. El capital no tiene ideología, género o religión. Para estas compañías no hay una gran diferencia entre acabar la reputación de una influenciadora fitness o direccionar las olas de odio contra un grupo político. Los lenguajes políticos en Internet están lo suficientemente estandarizados como para que sea posible repetirlos sin pensar o creer en ellos. Es ampliamente conocido que las redes sociales nos muestran contenido con el que simpatizamos, ¿cómo vamos a cuestionar el contenido que vemos si lo que recibimos es acorde con nuestra visión del mundo? Internet ya no aparece aquí como un reino separado del mundo o como realidad alternativa del tipo Matrix. El racismo, clasismo, xenofobia, homofobia, etc. se vuelven medibles. En el fondo, esta película es un llamado a la izquierda intelectual y clasista, preocupada por el dolor lejano pero ciega al cercano, a reconocer cómo ella es también cómplice de la exclusión y producción de los grupos extremistas. Es un ejercicio que desmonta el discurso que plantea que la causa de nuestros males es una amenaza externa, y nos muestra que son esas formas excluyentes de relacionarnos las que producen esos males. ¿Son nuestras emociones realmente nuestras? ¿Hasta qué punto se puede gestionar las emociones de los otros? ¿Por qué nos indignamos, de qué manera nos indignamos, contra qué nos indignamos?
En los 2000, las redes sociales llegaron para cambiar radicalmente nuestras vidas. Las usamos para distraernos, escuchar música, conseguir pareja, trabajo, hacer activismo, construir una identidad, entre muchas cosas más. Hoy pasamos buena parte de nuestros días viendo contenido de redes sociales, pero pocas veces nos preguntamos a qué precio. Estos 5 documentales disponibles en Netflix nos cuestionan sobre lo que vemos en las redes sociales y qué implica tener cuenta en ellas. El dilema de las redes sociales Un documental que hurga en un terreno incómodo: el control que ejercen sobre nosotros las grandes compañías tecnológicas. Es una mirada desde adentro a las consecuencias que están teniendo y que tendrán las sociedades que no le pongan freno al capitalismo de la información. ‘El dilema de las redes sociales’: 7 lecciones incómodas Fyre En Instagram se promocionaba Fyre, un festival con muchas celebridades, influencers, música y lujo. El problema es que resultó en un completo desastre en el que miles de personas resultaron estafadas y el único lugar en el que de verdad existió fue en Instagram. Fyre es una buena reflexión sobre lo que hay detrás de la perfección que vemos en redes sociales. El fraude de Fyre, el festival más exclusivo que nunca sucedió The American Meme Personajes que se hicieron conocidos gracias a las redes sociales muestran qué hay detrás de la fama y todo lo que hay que hacer para ganar likes y sobrellevar el reconocimiento que traen ellas. A los que quieren ser famosos en redes, algunos de los protagonistas del documental les harán pensarlo 2 veces. Nada es privado Documental que explica cómo Facebook ofreció a la consultora Cambridge Analytica datos de sus usuarios para cambiar su intención de voto en las elecciones del referendo por el Brexit en Inglaterra y las presidenciales en Estados Unidos en 2016. Nos deja pensando sobre los datos de nosotros que tienen las redes sociales y lo que son capaces de hacer con ellos. 9 pasos para proteger su información de Facebook y el mundo entero Follow Me Un cineasta quiere conocer más sobre el mundo de los influencers y recorre el mundo para aprender de este negocio. Actualmente, cerca de 700 millones de personas en el planeta tienen cuenta en Instagram, pero solo unas cuantas logran ganar dinero de ellas. Asri Bendacha explora qué hay detrás de los posts pagos en redes sociales y cómo ganar dinero en Instagram.
El dilema de las redes sociales es un documental de Netflix que hurga en un terreno incómodo: el control que ejercen sobre nosotros las grandes compañías tecnológicas. Un escueto drama en el que un adolescente que se vuelve adicto poco a poco a las redes sociales empujado por tres tipos que representan el algoritmo, se intercala con una serie de entrevistas reveladoras a personajes con información de primera mano: estudiosos y trabajadores de empresas como Twitter, Pinterest, Facebook y Google. Es una mirada desde adentro a las consecuencias que están teniendo y que tendrán las sociedades que no le pongan freno al capitalismo de la información. “Esta es la última generación de personas que sabrán cómo era la vida antes de la ilusión” ¿Cuál es el problema de las redes sociales? Esa es justamente la pregunta que trata de contestar el documental. Internet y sus expertos, que replican “fórmulas de éxito” sin rechistar, sin pensar, nos han hecho creer que la característica principal de esta era es la inmediatez. Pero nada más alejado de la realidad. Para hacer un análisis social de las consecuencias de Internet hay un factor ineludible: el tiempo. Internet es un invento reciente y tendrá que pasar una nueva generación para que sepamos con certeza cuáles han sido sus consecuencias. A medida que crecen las “Big Tech” crece la depresión y la adicción Por lo pronto, las proyecciones no son tan buenas. En El dilema de las redes sociales se acercan a datos dicientes. Desde 2010-2011, correlativamente con la época en la que creció el uso de Internet, aumentó un 62% el número de mujeres adolescentes que se hacían heridas a sí mismas con respecto a la década anterior. En preadolescentes aumentó 189%. Y el mismo patrón aplicó para los suicidios. A medida que las Big Tech crecen en su influencia, crecen los casos de adicción a dispositivos electrónicos o la depresión; nacen también nuevas enfermedades, como una mencionada en el documental, la “Dismorfía de Snapchat”: un trastorno relacionado con la distorsión entre la imagen real y la imagen atravesada por los filtros. Si bien vale la pena decir que el psicoanálisis nos ha enseñado que la imagen que nos construimos de sí mismos está atravesada por la mirada del Otro, lo que ha hecho Internet es amplificar la edición de sí mismo a niveles insospechados e inmanejables. Las posibilidades de cambiarse la imagen en Internet no están al alcance ni de los cirujanos de Michael Jackson. Eso, al parecer, está generando malestar en los jóvenes. La participación en Internet es una ilusión Tristan Harris, extrabajador de Google, adicto a su correo y presidente del Centro de tecnología humana, es la voz protagonista del documental. Cuando todavía trabajaba en Google, cuenta, hizo circular entre la compañía una presentación que era también un llamado para hacer menos adictivas las plataformas de la compañía. En aquel entonces todos hablaron de ello. Se discutió en varias reuniones. Al final, no pasó nada. El entusiasmo por “hacer algo” para solucionar aquel problema se desvaneció en el aire. Y su historia es paradigmática de las limitaciones de las buenas intenciones en Internet. En los ambientes especializados es común escuchar publicistas maravillados con el discurso de la interactividad, de la capacidad de “los usuarios” para “participar” en Internet. Tanto la “interactividad” como ese el invento posmoderno de capitalizar la “experiencia” son fetiches publicitarios sobrevalorados. Se utilizan como técnicas deseables para replicar en línea sin ningún reparo ético en la seguridad, la privacidad o la reflexión. Paradójicamente, lo que en apariencia es participar en la vida social (postear, compartir una opinión, retuitear, dar Me gusta, etc.), para las redes sociales es alimentar el algoritmo. Sumar información para que, cada vez más, el algoritmo nos complazca. En esa demanda de interacción y de información constante lo que en una semana fue importante la siguiente parece obsoleto. Habrá que participar en otra cosa para sentirse vigente. “Si no pagas por el producto, tú eres el producto” Según Cathy O Neil, científica de datos y autora del libro Weapons of math destruction, los algoritmos son “opiniones en código. No son objetivos. Están programados para una definición de éxito. Tienen un interés comercial. Nadie termina de entender muy bien cómo funcionan y cambian solos. Nos controlan más de lo que nosotros los controlamos”. Cada uno de nuestros pasos en línea está alimentando ese monstruo, haciéndolo cada vez más preciso e intuitivo. Hoy son muchas las plataformas que pelean por nuestra atención. Y al “interactuar” alimentamos sofisticadas máquinas de Inteligencia Artificial. Somos el producto porque los algoritmos saben cada vez más como obligarnos a hacer lo que quieren: “el producto es el cambio gradual que sufre tu conducta, lo que piensas, lo que haces, lo que eres”, cuenta Jaron Lanier, autor del libro 10 razones para eliminar tus redes sociales de inmediato. Las empresas en Internet venden seguridad, predicciones. Se necesita información. Hoy vivimos en el capitalismo de la vigilancia: un mercado que no existía y que se dedica exclusivamente al futuro humano. “Todos somos ratas de laboratorio” Empresas como Facebook construyen modelos que predicen nuestras acciones, como si fuéramos un muñeco vudú al que puyan para que interactúe. Y son nuestras acciones las que permiten la creación de ese modelo. Experimentan con nosotros todo el tiempo. Nos muestran y ocultan cosas para medir nuestras respuestas. Los feeds que vemos en nuestras redes sociales están programados en niveles muy profundos. Saben qué mostrarnos para que generemos hábitos inconscientes. En las grandes compañías “hay una disciplina llamada técnicas de crecimiento acelerado” con equipos de ingenieros que trabajan para “hackear la mente de la gente”. Tristan Harris explica que, a diferencia de herramientas como, por ejemplo, una bicicleta, que está ahí esperando para cuando necesitemos movilizarnos, las redes sociales se constituyen no como una herramienta. No esperan, sino que exigen cosas, demandan atención. “Las redes sociales no son una herramienta que espera ser usada, te seduce. Usa tu piscología en tu contra”. “La tecnología supera las debilidades humanas” Resulta curioso como la mayoría de los entrevistados en El dilema de las redes sociales coinciden en que, aun sabiendo cómo funcionan los trucos, somos vulnerables. Si la gente que diseñó las plataformas se vio atrapada por su adicción, ¿qué podemos esperar los demás? ¿Evolucionamos para saber lo que 100 personas piensan de nosotros? ¿Requerimos recompensas a corto plazo? Todos coinciden en que la estimulación que produce la aprobación en línea deja a los usuarios más vacíos y carentes que antes. Pero el problema trasciende al individuo. “La tecnología supera las debilidades humanas”, cuenta Tristan Harris. “Esa es la base de la adicción, la radicalización, la polarización. Eso es dominar la mente humana. Es el jaque mate a la humanidad”. Los casos de manipulación a través de Facebook son bien conocidos. Han incidido directamente en las elecciones de Estados Unidos, Brasil, Francia. Los brotes de teorías descabelladas sobre cualquier tema están relacionados con el hecho de que las ventanas que vemos no son iguales para todos, por eso a unos les parece probable que la tierra sea plana o que el coronavirus sea un invento. Al generar burbujas de satisfacción, con el tiempo, la gente tiene la idea de que todos están de acuerdo. Hasta que se encuentran con la realidad. Esa presión para elegir es una trampa. Es privarse de la presencia de un otro. Las guerras en redes sociales son como “guerras a control remoto”. Pueden usar legítimamente las plataformas para fines perversos. Si todos quieren su propia verdad no hay necesidad de que la gente interactúe. Se niega la discusión. Por eso en Internet parece tan importante debatir, acercar a las visiones radicalmente opuestas. Intentar llegar, de algún modo, a un consenso de lo verdadero. Se necesita un nuevo modelo de negocio e intervención de los gobiernos La Inteligencia Artificial no retrocede. Con el tiempo sabrá más y más de sus usuarios. Las compañías están atrapadas en el modelo de negocios que demanda más información. Por ello se necesita regulación, grabar la acumulación de información, como la acumulación de dinero. Y, como dice Jaron Lanier, necesitamos la crítica: “son las que mejoran las cosas. Los críticos son los optimistas de la verdad”.
En el mundo en el que vivimos las interacciones en redes sociales ocupan un porcentaje importante de nuestras vidas. Las fotos que publicamos en Instagram, lo que compartimos en Facebook o lo que escribimos en Twitter son, a ojos de los demás habitantes de ese mismo espacio digital, nuestra carta de presentación. Partiendo de esos pequeños detalles de nuestra vida que decidimos compartir, los otros pueden hacerse idea de nuestros gustos, hábitos y personalidades, y así mismo amarnos… u odiarnos. De ahí nace el término hater, con el que nos referimos a personas que siempre tienen una actitud negativa ante cualquier situación. La traducción literal al español sería “odiador”, sin embargo no es un término que se utilice. Los haters existen dentro y fuera de las pantallas, pero es en el ecosistema digital donde más fácil pueden expresarse. ¿Hay alguien que comente todas sus fotos diciéndole cosas feas? ¿Algún contacto en Facebook que refute cada una de sus publicaciones diciéndole que sus opiniones están equivocadas? ¿Un personaje que le mande indirectas en Twitter? ¿Todo lo comentan, todo lo critican, de todo reniegan? Les dejamos 10 canciones que pueden dedicarles a esos "odiadores" la próxima vez que pasen por sus perfiles a destilar odio. Aterciopelados - Haters Taylor Swift - Shake it off Gloria Trevi - Todos me miran Katy Perry - Roar Maná - Me vale Thalía - A quién le importa Los Prisioneros - Por qué no se van Britney Spears - Piece of me Bad Bunny - Me importa un carajo Demi Lovato - Sorry (not sorry)
Hay quienes se imaginan que en el futuro toda nuestra información y nuestra vida conducirán a la misma dirección web. ¿Qué tanto depende nuestra vida virtual de las gigantes norteamericanas como Facebook, Google o Amazon? Reflexiones sobre el monopolio informativo y el capitalismo de nuestra era. Por Ricardo Silva Ramírez La concentración de poder en las grandes plataformas virtuales plantea un problema para las empresas informativas locales. Lo que en un momento fueron pequeños negocios que empezaron en garajes o como proyectos universitarios son ahora gigantes que influyen en la política, la economía y la vida mundana de las personas. Casi todos con sede en Estados Unidos. Y como si de una pandemia se tratase, estas empresas se han propagado por todo el mundo y escapado al control inmediato de los gobiernos. En su creciente reconocimiento e influencia, poco a poco han logrado controlar el mercado virtual y hacerse con los millones de usuarios que los seguimos y utilizamos “voluntariamente”. En una interesante analogía con la elección democrática, en apariencia, usamos las plataformas de Facebook, Amazon, Apple o Google de manera consciente y con consentimiento. Pero es un consentimiento ilusorio que entraña la obligación de elegir entre las opciones típicas. Aceptamos sus términos y condiciones no porque los hayamos leído detenidamente y nos formemos una opinión racional al respecto, sino porque no hay otra opción. ¿Entonces por qué utilizarlos? Ante este panorama alguien podría preguntar ¿si no se está de acuerdo con los crecientes monopolios de plataformas informativas, entonces por qué no simplemente dejar de utilizarlas? Eso equivaldría a hacer caso omiso al problema de la producción de necesidades que pueden llegar a ser tan vitales como las biológicas. No utilizamos a los gigantes informativos porque nos obliguen: el núcleo del problema de la dominación es que, distinto a lo que se cree, no refiere a una imposición sino a un deseo asumido. El sujeto angustiado tras la muerte de Dios, ahora solo y sin tener a quién echarle la culpa por sus desgracias, acude a la última instancia que le queda para dar sentido a su existencia. Es eso a lo que se refiere uno de los padres de la sociología, Emile Durkheim, cuando dice que “la sociedad es Dios”: ante el problema antropológico de buscar una razón de ser, una justificación de la existencia humana, buscamos tranquilidad en la investidura de un título universitario, un permiso de producción, una tarjeta de identidad, una partida de nacimiento, un certificado de enfermedad y todos actos de nombramiento en los que interviene el Estado como autoridad que certifica la validez de los certificados de la existencia. Sin embargo, nuestro carné de identidad no tiene una foto elegida por nosotros, ni arreglos de Photoshop; no es posible cambiar nuestro nombre cada semana, no nos dice cuáles productos nos gustaría comprar. Internet sí. La vida en línea es lo que permite hoy al sujeto poner en juego y circulación la idea que tiene de sí mismo. El conglomerado de búsquedas, compras, likes, publicaciones, páginas seguidas, etc., posibilita una acomodación de la web al sujeto imaginado, una condensación de todos los gustos; abre la ventana hacia un mundo en el que todo lo displacentero puede quedar de lado, una acomodación de la realidad virtual al principio del placer. Pero ese ejercicio de desarrollo personal está muy lejos de ser libre. La creación de un universo de consumo personalizado, o mejor, de un espacio identitario de realización de la propia cultura y el juicio subjetivo, no es una obligación. ¿Quién se queja de consumir los productos que desea consumir y con los que se identifica? Si lo que está en juego es el intento de dar un significado a la propia persona, una unidad coherente al Yo, entonces ¿cómo renunciar a aquello que permite anudarse a lo más profundo de mi personalidad? Esto nos recuerda el hecho de que, a diferencia del siglo XX, cuando el actor histórico era el ciudadano, en el siglo XXI lo es el consumidor. Juan Carlos Eastman, profesor de historia en la Universidad Javeriana, afirma que “tras cientos de años de lucha por preservar aquello que nos es más íntimo, ahora lo entregamos voluntariamente”. Al borrar la frontera entre la vida privada y la pública, el sujeto de nuestro siglo no se define por su posición política, sino que ésta pasa a ser un elemento más de la serie de algoritmos. En una suerte de “interpasividad”, como diría Slavoj Žižek, el big data hace el trabajo que nosotros hemos empezado y adivina como nuestro mejor amigo lo que nos gustará consumir o ser a continuación. Lo que en nuestra experiencia directa se nos presenta como un consumo cómodo e intuitivo es, en el fondo, un ejercicio de control del que difícilmente nos vamos a poder escapar. ¿Internet gratis? Como siempre, esta realización del cielo en la tierra no deja de ser un invento terrenal. El universo virtual, cuya virtualidad justamente permite imaginar un mundo feliz ajeno a la sociedad, no existe sin el mercado. La creencia sublimada en el “internet gratuito” no sólo deja de lado la desigualdad de posibilidades de hacer uso de la red o de tener buenas condiciones de acceso; olvida, además, que todos pagamos indirectamente las grandes plataformas a través de la publicidad. Propagandas que adornan los extremos de nuestra pantalla, pop-ups que adivinan lo que vamos a comprar, venta de productos disfrazados de noticias, anuncios que interrumpen los videos o las aplicaciones, etc. Son sutiles y silenciosas manifestaciones de nuestro pago indirecto del internet, esto sin mencionar el gasto de aquello que nos es más propio: nuestro tiempo. Los competidores de los grandes monopolios digitales son comprados o llevados a la quiebra, permitiendo una ascendente cooptación del mercado y un aumento de la influencia y el poder de los gigantes informativos. Ejemplo de lo anterior son los casos de la compra de WhatsApp e Instagram por parte de Facebook, la copia a los servicios de Snapchat o la reciente instigación a Tik Tok (según The Wall Street Journal, quien se ha encargado de difundir el miedo a la plataforma china en Estados Unidos ha sido el mismísimo dueño de Facebook, Mark Zuckerberg). De hecho, hay quienes se imaginan para el futuro la existencia de una única empresa que maneje todo el servicio del internet, una especie de capítulo de Black Mirror en el que toda nuestra información, y nuestra vida conducen a la misma dirección web. Libres de toda competencia, las grandes plataformas digitales manejan los costos publicitarios y afectan el precio de los bienes y servicios que utilizan su publicidad, o sea todos. Aumenta el precio de los productos de sectores laborales con mayor cantidad de empleados, con pago de salarios, seguridad social e impuestos derivados, mientras que gigantes como Facebook, Google o Amazon reducen los eslabones de producción y se dan el lujo de poner las reglas al concentrar el dinero y la atención de millones de usuarios alrededor del mundo. La filantropía multimillonaria y el capitalismo light Por su parte, los grandes multimillonarios, dueños de esas plataformas y proclamados filántropos, se presentan con gusto ante cualquier juicio y sospecha. Es conocido el caso de Mark Zuckerberg en abril del 2018 ante el senado de Estados Unidos por el escándalo de Cambridge Analytica. Sin entrar a discutir la polémica frente a la venta de datos de millones de personas, no deja de ser interesante la actitud del creador de Facebook al ser interrogado: un joven gracioso que genera empatía y risas en el público, que despliega todo su reconocimiento al convertir su juicio en una especie de espectáculo y asumir con una sonrisa que la plataforma cometió un error. El caso muestra con claridad la imagen del multimillonario de nuestra época. Contraria a la imagen del viejo gordo que sostiene en su mano llena de anillos un habano mientras jala los hilos de sus títeres de quienes extrae una ganancia total, vemos a un ser “altruista y preocupado” por el bien de la humanidad, donantes de millones de dólares, dueños de fundaciones de ayuda humanitaria, seres mesiánicos con todo tipo de consignas desinteresadas: “conectar a la gente del mundo”, “brindar información gratuita a todos”, “permitir productos a otros países”, “dar un espacio para el desarrollo de la personalidad”. En esta especie de “capitalismo light”, la atención de los usuarios ignora las relaciones de producción y se desplaza hacia la personalidad, la moral, la figura misma de quien se presenta ante el público expectante de un espectáculo casi que cinematográfico. Es un refinado ejercicio de control emocional. Al quedar desdibujada la frontera entre la vida pública y privada lo que se produce es una extraña mezcla cuyo libreto es la exhibición de la personalidad ante el público. Referirse a las relaciones de producción, a las fronteras distintivas que presenta lo social, se vuelven cosas de mal gusto o son consideradas pesimistas. No importan los efectos de las políticas sino lo que se consume y la manera en que habla. No importa nuestro papel en la cadena de producción de capital, sino nuestra correcta personalidad. No importa la organización del trabajo sino el furor nacional. No hay muertos divididos por clases sociales sino estadísticas por países. Internet, terreno por excelencia de la fantasía, viene a condensar un mundo ya virtual en el que la peliculización de la sociedad se erige como un velo ante lo traumático de un mundo dividido
La excusa de muchos usuarios para usar Telegram y Snapchat era la opción que daban estas redes sociales para poder enviar mensajes e imágenes que se borran en un tiempo determinado y con las que no queda ningún registro. Pues Whatsapp ya no va a quedarse atrás y es posible que dentro de poco se active una actualización que permitirá a los usuarios poder enviar mensajes invisibles los cuales solo pueden decodificarse con la cámara del celular. Al parecer esto se realizará con una tecnología creada en la Universidad de Columbia llamada FontCode la cual permite esconder mensajes dentro de otro, como la vez que enviaron el punto negro que bloqueaba la pantalla, que en realidad era un mensaje encriptado (El circulo negro de Whatsapp que paraliza su teléfono). Lo que va a pasar al final es que alguien le envíe un mensaje cualquier y hasta que usted no active una aplicación específica no sabrá que existe un mensaje oculto. .
Para nadie es un secreto que le dedicamos demasiadas horas de nuestro tiempo a plataformas como Facebook, Twitter, Instagram y WhatsApp. Por eso, cada vez que hay una falla en estas redes de comunicación la gente entra en pánico, se desespera y siente como si una parte importante de su vida estuviera a punto de morir. Internet nos ha dado la oportunidad de la inmediatez y de vivir “conectados” con un mundo virtual, pero no hay que olvidar que en la vida real hay un montón de cosas por hacer en las que no es necesario tener el celular en la mano. Relájese, no se estrese y vuelva a vivir como si estuviera en los 90 cada vez que se le caen las redes sociales.
Tenemos que admitir que el nuevo negocio son las redes sociales y que entre más seguidores – reales- tenga más dinero u ofertas le pueden llegar. Aquí el problema radica en saber realmente cuánto puede valer un post en su Instagram y cuánto podría cobrar a las marcas que ofrecen cash y no Brand. No queremos desilusionarlo si los resultados no son lo que esperaba, recuerde que de poquito en poquito se va llenando el bolsillito… Crearon una página muy divertida: How Much Are Your Instagram Posts Worth en la que usted podrá poner su @ de Instagram y mirar el costo total de un post, uno solo en su time lime. Solo tiene que escribir su @ y esperar, la información le bota la cifra exacta en dólares. Solo haga la multiplicación o vaya a Google y convierta a pesos a ver cuántos billetes se puede ganar por una foto.
Estar en alguna red social nos hace fastidiosos, así sea para una persona, para muchas o inclusive para nosotros mismos. En esta época en la que todos son influenciadores y le hacen publicidad hasta las arepas de la esquina, se hace más tedioso visitar Instagram y sus derivados. Pero hay unos personajes que exceden todos os códigos de comportamiento, traspasan las fronteras de la intensidad y se vuelven insoportables incluso para los más pacientes. ¿Será usted uno de estos? ¿Hace parte de esa población que vive con el celular en la mano 24 horas del día? ¿Es de los que publica hasta las veces que va al baño? Con este test le ayudaremos a descifrar qué tan molesto es para sus seguidores. Ojalá no los aburra mucho.
Dicen que todo tiempo pasado fue mejor y también dicen que esta es la generación de la soltería. ¿Tendrá que ver una cosa con la otra? Pues al parecer desde que los celulares llegaron a nuestras manos, no solo la cabeza mantiene agachada, sino que además está llena de “videos” (suposiciones, imaginarios, inserte aquí la palabra con la que se sienta más identificado), gracias a los chulos azules, las fotos de “pareja” y el tema de qué tan pública puede ser una relación, llámese como se llame. ¿De cuándo acá todo se convirtió en un “si no hay publicación no hay amor”? Por: @JohanaArroyave Según un estudio de la revista científica Plos One desde que nos levantamos hasta que nos acostamos pasamos cerca de 5 horas pegados al celular y hacemos más de 85 clicks en cada aplicación. Sin embargo, cuando se tiene pareja la interacción con los teléfonos aumenta en un 15% y el nombre de esa persona se convierte en el primer resultado que arroja el motor de búsqueda de todas las redes sociales. En palabras sencillas: pasamos más del 20% de nuestro día revisando si hay wifi mientras esperamos que llegué cualquier notificación en alguna red, que el otro publique algo o lo peor (en algunos), esperando a que le publiquen algo. Lo cierto es que con estudios o sin estudios, está más que claro que todo este tema de las redes sociales se encargó de cagarse nuestras relaciones personales, pues como dice el refrán (ahora modificado por la tecnología), “entre cielo, tierra, Facebook, Twitter e Instagram y las otras 500 más que existen no hay nada oculto”. Estos son algunos ejemplos o mejor, preguntas que nos han hecho o hemos hecho y con las que nos dimos cuenta de cómo estas aplicaciones creadas para acortar distancias, se han encargado de alargarlas por algún like, fav, DM o tag mal puesto: ¿Sí está en línea por qué no me contesta? O ¿Por qué me dejó en visto?: todo era risas y diversión hasta que a Whatsapp se le ocurrió la grandísima idea de ponerle color a los chulos y no dejarnos ignorar tranquilamente a alguien. Ah, pero intente quitar los chulos azules a ver cómo le va. ¿Por qué no pone la relación en Facebook?: tal parece que para algunos la pruebita de amor ya no es el polvo, si no publicar con quién está saliendo y desde cuándo. ¿Por qué le dio like a esa foto, por qué siguió a esa persona?: más que una pregunta esto es una advertencia y de las peligrosas. No solo para el que puso el corazoncito, sino para el dueño de la foto, pues a partir de ahora va a tener un nuevo stalker, solo para corroborar si el coqueteo es mutuo, solo de una parte, continua con el tiempo o paró tras el aviso. ¿Por qué quitó nuestra foto de su perfil?: no importa el nivel de idilio que esté viviendo usted y su pareja, no importa si Romeo y Julieta comen chitos al lado del amor que sienten, si quita la foto de perfil es porque algo pasó, así no pase nada. ¿Por qué no responde los comentarios que le dejo en redes?: y entonces la biblia de las relaciones de pareja dice que si uno no contesta el comentario que le dejó la pareja en alguna foto, muro o DM, es porque está escondiendo la relación y a eso le llaman traición y se paga con sangre. ¿Quién es la/el que sale al lado suyo en la foto que lo etiquetaron?: párese donde se pare en la foto grupal, si no sale al lado de alguien de su mismo sexo (o del sexo opuesto si usted es gay) le van a preguntar quién es, por qué al lado, qué hacían y si su pareja no estaba en esa fiesta o reunión, el tema se puede alargar. ¿Quién es la/el que le deja esos comentarios en Facebook y lo llena de likes?: después de que alguien le escriba en el muro, le deje más de cuatro likes en algún lado o le comente la foto con algo y su pareja lo note, las vinculaciones sexo-romántica-afectivas-matrimoniales se convierten en el tema de la semana. ¿Por qué no me contesta el celular, por qué se fue directo a buzón?: no sé quién los inventó, pero como que los mandamientos de las relaciones dicen que si uno no contesta el celular, rechaza la llamada o el aparato se descargó casualmente, es que está haciendo algo malo. ¿Cuál es la contraseña de tu celular?: cuenta la leyenda que la última pareja que peleó por esto, dio más lora que los del sí y el no del plebiscito. ”Por qué me revisó el celular, eso es abusivo” – Por qué esta coqueteando con ese personaje, mal nacido- “pero por qué se atreve a invadir mi privacidad” - por qué me engaña de esa manera- (Bis x las veces que quiera y aguante). Igual, tenga la contraseña o no, siempre va a pensar que hay algo malo. ¿Por qué no publica fotos estando conmigo?: creo que en los mandamientos de las relaciones también decía que, si no hay publicación de foto con la pareja, no hay amor. Y tal parece que con la tecnología, las redes y todo este boroló de información, el mensaje que se tiene que dar es que a mayor número de publicaciones de fotos con la pareja, mayor es la felicidad. No sé si así intentan convencer al mundo o se intentan convencer ellos de su amor.
Alejandra Medina es una cantante colombo estadounidense que creo a Remi Sira para instaurar su propio universo musical, comenzó cantando covers de jazz y haciendo un tributo a Amy Winehouse. De esa época recuerda que todo el mundo era feliz asistiendo a sus shows, menos ella. A los 19 años entendió que tenía que hacer su propia música, se interesó por la cultura queer, drag y todo el movimiento underground de las grandes capitales y se inspiró en la estética recargada para añadir a Remi la piel que necesitaba para narrar las historias y la fantasía que representa para ella su proyecto musical.“Me gusta componer y producir vieja escuela, eso impregna mucho mi sonido, y siento que estoy dispuesta a ir estéticamente a extremos que muchos no están dispuestos a ir en la moda, la influencia queer es definitiva” afirma Remi.La cantante quiere que su mensaje sea visual más que dar un discurso con su música, cree en la importancia de construir en la estética una vida paralela para ella y para los que la siguen. “Remi es un alter ego y una faceta mía y quiero invitar a otras personas a crear su propio mundo y vivir sus vidas conmigo” cuenta Remi.Su primer sencillo Athena es una canción dedicada a todas esas personas que dudan de las capacidades de las mujeres, y siempre están colocándolas en una dualidad, acerca de la belleza y la inteligencia o la superficialidad y lo intelectual.Su nuevo sencillo Hollywood sign según Remi está inspirada en la época dorada de Hollywood. “Es un retrato musical más que una narrativa, cuando compongo me gusta sumergirme en una fantasía, un mini universo, es sobre la cultura de la fama que hay en Hollywood. Las tragedias, la ambición, la belleza, el glamour, algo que me fascina y me gusta mucho en esta industria, ese delirio que nos da este mundo.Remi quiere comunicarse con su público creando un paralelo entre el escenario y el cine. No la convencen los shows virtuales, porque afirma que no se puede cobrar por un video que ha sido previamente grabado. La cantante planea en el 2021 seguir lanzando canciones y reunirlas en un álbum o EP, por ahora tiene cuatro canciones listas incluidas las dos que ya ha publicado. Sus canciones están producidas por Pedro Rovetto, su escudero, “Nos ha ido súper bien trabajando juntos, nos entendemos y todos losreferentes que tengo los pilla de una, hablamos el mismo lenguaje” concluye Remi.
Aunque hoy, en época de distanciamiento nos parezca increíble, hubo un tiempo en el que en los conciertos (sí, íbamos a conciertos y estábamos muy cerca todos de todos) se formaban círculos de puñetazos, codazos y patadas. Esta es la historia del pogo. ¿Qué es y cómo nació el pogo? El pogo se convirtió en un código tácito en todos los conciertos en los que la música es agresiva y ruidosa. Es un ritual catártico en donde todas las tensiones y frustraciones se liberan. ¿Cómo nació?El antecedente del pogo, como lo conocemos hoy, surgió entre los 50 y 60 con el ska y el skanking, un estilo de baile caracterizado por un movimiento similar a estar corriendo, pero con golpes de puño y patadas más agresivas. Pronto el punk se apropió del skanking. La palabra pogo se refiere específicamente a un movimiento que consiste en saltar arriba y abajo en el mismo sitio. Su nombre viene de lo parecido que es a saltar en un “pogo stick”, un popular juguete usado para saltar que existe desde comienzos del siglo XX.El pogo se convirtió en uno de los pasos insignia del punk, pues la mayoría de conciertos y toques se hacían en bares pequeños, garajes y lugares en los que no había escenario y la banda estaba al mismo nivel del público. Esto implicaba que, para ver mejor, había que saltar.Gracias a la película The Filth and the Fury se popularizó el mito de que Sid Vicious había inventado el pogo. Sin embargo, dado lo básico del movimiento y su conveniencia en los shows, es difícil atribuírselo a una sola persona.El skanking y el pogo evolucionaron en lo que en inglés se llama “moshing”, lo que conocemos normalmente como pogo: una especie de baile en el que varias personas se empujan y golpean. Los primeros registros que se tienen de "moshing" son de finales de los 70 y comienzos de los 80, en los conciertos de la escena hardcore punk. Dentro del mosh también se popularizaron otros movimientos, como el llamado slam dancing, en el que un miembro de la banda se lanza al público.“En el hardcore, la banda y los fans estaban al mismo nivel. Por eso es que lanzarse al escenario estaba bien, porque eras uno con la banda”, explica Steve Blush, autor de American Hardcore en el documental The Social History of the Mosh Pit.Para Steve Martin, antiguo miembro de la banda Agnostic Front, la primera banda en hablar de moshing en el escenario fue Bad Brains, a comienzos de los 80. “Creo que ellos fueron los primeros en darle ese significado porque fueron los primeros en traer esa fusión punk-reggae que llegó al hardcore. Antes de eso, le decían Skanking”, explica Martin en el libro The Violent World of Moshpit Culture, de Joe Ambrose. En 1981 se lanzó el documental The Decline of Western Civilization, que mostró el nacimiento de la escena punk californiana y tuvo algunos de los primeros registros en video de moshing. El departamento de Policía de Los Ángeles escribió una carta para que el documental no volviera a ser mostrado en la ciudad. En Nueva York, un concierto de Black Flag de ese mismo año es recordado como el primero con mosh en la gran manzana.La popularización del pogoEl debut televisivo del mosh en Estados Unidos fue en 1981 con la presentación de la banda Fear, en Saturday Night Live, lo que sin duda lo dio a conocer a una audiencia más amplia. Durante el resto de los 80, el moshing se convirtió en el ritual insigne en la escena underground y pronto los metaleros también empezaron a incorporarlo en sus toques, como lo demuestra el video de Anthrax, Caught In a Mosh.Scott Ian, guitarrista de Anthrax, afirma: “La primera vez que vi moshing en un concierto de metal fue cuando Anthrax tocó en el Ritz en 1985. Definitivamente nosotros lo trajimos al heavy metal. Tengo que tomar algo de responsabilidad por eso”.Aunque el moshing era muy popular en la escena underground, varios factores ayudaron a que se conociera masivamente. El primero fue la creación de Lollpalooza en 1991, que reunió en un gran escenario a púbicos que tradicionalmente se reunían en sitios más pequeños. El segundo fue la llegada del video de Smells Like Teen Spirit, de Nirvana, que se convirtió en uno de los más importantes de la década.La banda Sick of It All a menudo es citada como la creadora de una de las variantes más extremas: el muro de la muerte, en el que el público se divide en 2 para posteriormente unirse en un momento explosivo. Sin embargo, su vocalista afirma que lo replicó de los conciertos de la escena hardcore de los 80.El moshing llegó al grunge y al rock alternativo y continuó su expansión en los noventa. Aunque para quienes están fuera del pogo puede parecer algo caótico, para quienes están adentro existen ciertas reglas implícitas de convivencia: no dar lo que no se está dispuesto a recibir, no empujar a quienes no quieren participar, y ayudar a quien se caiga. Por supuesto, no todos están dispuestos a cumplirlas y las lesiones graves se hicieron frecuentes.Fugazi se hizo conocida por confrontar individualmente desde el escenario a los miembros del público que hicieran moshing. “Mira, los 'slam dancers' tienen una forma de comunicación: la violencia. Así que, para desorientarlos, no les das la violencia, sino que les dices: 'Disculpe, señor'. Eso los aterra. 'Disculpe, señor, ¿podría cortar esa basura?', dijo en una entrevista Ian Mackeye, vocalista de la banda.Lanzada en 1992, la canción The Men’s Movement de Consolidated recopila grabaciones de personas dentro de los moshing con el fin de demostrar su carácter violento.Luego de que 2 personas que murieran tras ser alcanzadas por el mosh pit en conciertos de Smashing Pumpkins, la banda se pronunció al respecto. “Yo y nosotros, públicamente tomamos una posición contra el moshing”, declaró Billy Corgan, vocalista.Los mosh se convirtieron también en fachadas para la discriminación. “Por alguna razón, la música hardcore atrae a muchos neo nazis y supremacistas blancos” declaró en una entrevista Pete Koller, de la banda Sick Of It All. Una vez tocamos en Pensilvania en un barrio de clase trabajadora con Sepultura en el 91 y escaló en un motín. Nos decían: “amantes de los negros, vuelvan a Nueva York”. Koller añade que en una gira del 93 tuvo que meterse en un mosh para evitar que golpearan a un fan mexicano.Layne Staley, vocalista de Alice in Chains, vio cómo un neonazi en Suecia atacaba a quienes estaban en los mosh pits. Tras identificarlo, lo llamó al escenario y le propinó un golpe en la cara frente a todos los asistentes mientras afirmaba "los malditos nazis se mueren". En Colombia, con el primer Rock al Parque también hubo un registro temeroso. La prensa de esa época reportó que los asistentes practicaban un “baile que consiste en empujarse”, y que el colectivo Fuerza de paz estaba ahí para evitar que las cosas “se salieran de control”. Pero el momento en el que el pogo ganó más visibilidad fue en conocido Woodstock 1999, recordado por los desmanes y hasta violaciones por parte del público. El moshing en todas sus variantes y sus fans fueron estigmatizados por los medios.En el 2000, en su programa satírico The Awful Truth, Michael Moore creó un “moshpit portátil” en la parte de atrás de un camión e invitó a los precandidatos presidenciales del momento a unirse, al ritmo de Rage Against the Machine. Solo uno lo hizo, el republicano Alan Kayes. En el debate con los demás candidatos de su partido, ellos hablaron al respecto: “¿Cómo fue estar en el mosh pit?”, le preguntó George W. Bush. Su contendor Gary Bauer lo usó en su contra y se refirió a Rage Against the Machine como "The Machine Rages On" y dijo que el grupo era “anti familia, a favor de policías, y pro terrorista”.Aunque el moshing ya dejó de ser algo novedoso, sigue generando debate. “Creo que, especialmente en Estados Unidos, el moshing se ha convertido en un tipo de bullying. El tipo grande se para en el medio y arrasa con los pequeños que se acerquen. Ya no hacen bien el moshing. Eso apesta porque no se trata de eso. Esas personas deben ser expulsadas. Un mosh correcto es una buena forma de estar en grupo, bailar y hacer lo tuyo”, explica Chris Fehn, baterista de Spliknot en entrevista con Loudwire. Aunque existan asociaciones negativas, lo cierto es que el pogo se mantendrá como el ritual por excelencia de la música más pesada y a punta de puño y "pata" se mantiene como la principal forma de catarsis del rock.
Aunque es frecuente que conozcamos a los pioneros del rock en el Reino Unido, Estados Unidos, México y Argentina, cuando se trata de Colombia a menudo no tenemos claro cuáles fueron esas bandas que iniciaron el movimiento en nuestro país. Llegó el momento de hablar de rock colombiano.Recomendado | “Las mujeres son el futuro del rock latinoamericano”: Gustavo Santaolalla, productor musical argentinoFelipe Arias (historiador e investigador), Jacobo Celnik (periodista musical) y Tania Moreno (ex integrante de la banda Génesis), ratifican que, contrario a lo que muchos piensan, en Colombia sí hay una historia que rescatar de los inicios del rock porque lo que ocurrió en la década de los 60 fue la semilla para que las futuras generaciones recibieran respaldo y apoyo.Para leer | 'Rompan todo': la respuesta del curador de Rock al parque sobre las pocas menciones del festivalFRASES DESTACADAS DE LA CONVERSACIÓN“Hubo un entusiasmo enorme en los 60 con discos, conciertos y eventos, pero de repente se desinfla porque hubo una estampida de músicos. Las disqueras soltaron el rock porque ya no lo consideraban importante a pesar de tanto dinero que recibieron”: Tania Moreno“Acá se tiene un total desinterés por la memoria histórica del rock colombiano, es lamentable. Defino los años 60 como un gran romanticismo por parte de los músicos, que hicieron grandes esfuerzos tocando puertas. Fueron una semilla que dejaron cosas muy valiosas, en los setenta aparecieron bandas muy valiosas y los ochenta fueron más interesantes”: Jacobo Celnik“Celebro que existan iniciativas como el documental Rompan Todo, con todo y las críticas que un sector importante del público ha hecho. Es algo que nos ha puesto a hablar del tema, por un lado, del rock latinoamericano, pero también del rock colombiano y del potencial que tienen los archivos que han documentado esta historia”: Felipe Arias.Para ver | ¿Por qué Bogotá es una ciudad tan metalera?Recomendado: Racismo en Colombia, industria musical y los ecos del Black Lives Matter¡La música nos une!
Desde su creación en 2010, el Festival Centro ha buscado consolidar una oferta de sonidos diferentes, incluyentes y plurales, marcando así el inicio de la programación cultural en Bogotá. Este año, en alianza con Teatro R-101, el Festival cuenta con un cartel de 20 agrupaciones y artistas musicales: 10 del centro de Bogotá, 7 nacionales y distritales y 3 internacionales, además de una completa franja académica.La FUGA orientó sus esfuerzos en la reactivación del sector de las tres localidades del centro, haciendo honor al nombre del Festival. En diciembre, del 2020, escogieron las agrupaciones que harían parte de la franja especial dedicada al centro, la FUGA abrió una convocatoria pública que contó con la participación de más de 80 bandas y agrupaciones. Un grupo de curadores invitados, integrado por Chucky García, Mariangela Rubbini y Juan Sebastián Basto, seleccionó a las agrupaciones Curupira, Lika Nova, Ensamble Baquiano, Hombre de Barro, Flor de Jamaica, Kubango, Mismo Perro, Aldo Zolev, Cescru Enlace y Los Ministriles.La cuota colombiana la completan Frente Cumbiero, LosPetitFellas , Romperayo, El Quinteto Leopoldo Federico, y Dafne Marahuntha, El público infantil también tiene su espacio con el Homenaje a Tita Maya y Cantoalegre, que contará con invitados nacionales e internacionales. Luz Mercedes Maya, más conocida como Tita Maya, es una profesora, compositora y maestra musical que creó la Corporación Cantoalegre y compuso más de 200 canciones infantiles y diversos materiales como libros y cartillas. Y finalmente, como Festival sin fiesta no es festival, La Recontra llega con sus sonidos difíciles de clasificar pero sencillos de gozar, con una rumba muy colombiana.Los invitados internacionales del festival son: Javiera Mena de Chile, La Bruja de Texcoco de México y Escalandrum de Argentina. Javiera Mena ha dado con la fórmula disruptiva para lograr un lugar en el pop bailable de la industria latinoamericana. Por su parte, La Bruja de Texcoco, Octavio Mendoza, es amante de la transfeminidad y de la tradición mexicana; y Escalandrum, creada por Daniel “Pipi” Piazzolla, nieto del famoso Astor Piazzolla, llega con su fusión de jazz, tango y folclore como parte del homenaje a Astor Piazzola en los cien años de su nacimiento.Reconociendo la importancia de los referentes formativos distritales, el Festival también presentará un espacio para visibilizar procesos que adelantan diferentes entidades para fortalecer los talentos de niños, niñas y jóvenes. Por esta razón, se exhibirán en la tarima virtual los resultados del programa Vamos a la Filarmónica, que realiza procesos de formación musical a través de los Centros Filarmónicos Escolares, los Centros Filarmónicos Locales y Hospitalarios y la Orquesta Filarmónica Pre juvenil. También estará presente el programa Crea del Idartes, que busca ampliar las oportunidades para el disfrute y la apropiación de las prácticas artísticas en los diferentes ámbitos comunitarios.Como ya es costumbre, el Festival Centro contará con una agenda académica que abordará la relación de la música con áreas como la filosofía, el cine, el teatro, las artes visuales y la literatura. Dentro de los invitados se encuentran el periodista argentino Tomás Balmaceda, que ha escrito en medios como La Nación, Clarín y Página 12; Juancho Valencia, el líder de la agrupación Puerto Candelaria; el director y dramaturgo Johan Velandia, la artista Carmen Gil y el periodista Jaime Andrés Monsalve, entre otros.
Con la dirección musical de Alejandro Muñoz, Juancho Torres y su Orquesta llevan 26 años rescatando el folclor de la costa Caribe y representando a nivel nacional e internacional la música colombiana. Cada jueves, en Teatro Digital se estrenará un nuevo espectáculo que se podrá ver durante una semana a través de la página y la cuenta oficial de Facebook del Teatro Mayor.A través de esta plataforma, el Teatro Mayor retransmitirá del 21 al 28 de enero la Gala del porro, que tiene como protagonista a Juancho Torres y su Orquesta.Juancho Torres fue un compositor, director y uno de los músicos más representativos del folclor colombiano. Nació en Sincelejo, se formó en Inglaterra y se encargó de construir un legado enfocado en destacar los ritmos del caribe.El pasado noviembre del 2020, el escenario del Teatro Mayor recibió a la agrupación Juancho Torres y su Orquesta en el marco de la Gala del Porro, un evento que homenajea este género musical.Actualmente, la agrupación cuenta con la dirección musical de Alejandro Muñoz Garzón y su directora general es la hija de su fundador, Juliana Torres Berrocal. Con más de 20 años de trayectoria artística, esta orquesta pondrá en escena un repertorio lleno de canciones inolvidables, como Carmen de Bolívar y María Varilla.La programación de la plataforma está dividida en cuatro franjas: Lo nuestro, con presentaciones de los grandes referentes de las músicas colombianas; Grandes espectáculos, que destaca los montajes de gran magnitud que han pasado por la programación del Teatro Mayor; Armonía Sura, que agrupa los grandes conciertos de las orquestas de música clásica más importantes del mundo, y Ventana de América, compuesta por espectáculos de la red de teatros de Ola Ópera Latinoamérica.Adicionalmente, el Teatro Mayor continuará con sus campañas de contenidos digitales de la Teatropedia, un programa de responsabilidad social en alianza con Sura que ofrece contenidos pedagógicos a través de diversas piezas, y la franja #15MINBienestar, en la que los bailarines de la Compañía de Danza del Teatro Mayor ofrecen clases virtuales diarias.