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Gyn & Cherry

Guitarras estridentes, bajos redundantes y veloces baterías. El vocalista grita la canción inmerso en un solo coro con los asistentes, los cuales se sumergen en una furia colectiva y se dejan llevar por los ágiles punteos. Con el cerebro rebosante de adrenalina empieza el mosh; el pogo es cosa del pasado. Ahora la energía sobrante se desborda en un brutal baile acrobático. La canción se termina y la banda va al vestidor. Nada de pelo largo, ropa negra o botas punteras; en cambio, cortes capilares asimétricos llenos de color, camisetas pastel y Vans de cuadritos. El rock no ha muerto… solamente ha mutado. La música sufre muchas transforma-ciones, saltos que la alimentan y que son un paso generacional. De la misma manera que Phill Anselmo revolucionó en su tiempo los sonidos del metal con Pantera al salir en escena rapado y con pantalones cortos, hoy son otros los que escandalizan. La escuela que ésta y otras bandas como Biohazard hizo crecer el gusto core de las audiencias, está sufriendo otro cambio igual de poderoso. Los nuevos sonidos del core no han perdido la fuerza en escena ni mucho menos el despliegue de energía, simplemente, el mensaje ha cambiado. Las generaciones actuales priorizan la emotividad sobre el resto, se enamoran y se deprimen y eso lo plasman en sus canciones. El miedo a experimentar está superado; cada banda pone mucho de sus influencias y vivencias en su música, encontrando su propio sonido sin reparo a romper los esquemas establecidos. Esta es tal vez la fórmula de su éxito y lo que hace que a cada concierto lleguen más seguidores a dejarse llevar por la descarga. Pero no solo el hardcore de antaño nutre estos sonidos. El metal y el glam también se hacen sentir en estas producciones, donde simplemente no hay límite. Hay que volar y cualquier experiencia es permitida. Este cambio no es solo musical. Las bandas desean verse bien ahora. El viejo imaginario del rockero sucio y desgreñado se ha desmitificado dando paso a una generación preocupada tanto por su puesta en escena como por su estética.  Cuidar la imagen es ahora una prioridad. Aunque agradar no es lo más importante, sí lo es el sentirse bien. Por eso quienes construyen esta escena están pendientes de la moda y la disfrutan al igual que sus seguidores. Lo mejor, es que la bandera que llevan estos grupos es de tolerancia. La hermandad entre bandas es notable y, como nunca antes en este género, se nota una preocupación por el crecimiento de la industria musical, crecimiento que se da tanto en los toques como en la virtualidad, lugar donde ellos se sienten confortables. El core no mira atrás. Va empujando hacia adelante; ese es su camino. Cuando deban entregar a otras descendencias venideras el poder del género, lo harán felices y seguros de que su generación hizo lo propio y, como ya lo hicieron otros, darán un paso al lado.

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Guitarras estridentes, bajos redundantes y veloces baterías. El vocalista grita la canción inmerso en un solo coro con los asistentes, los cuales se sumergen en una furia colectiva y se dejan llevar por los ágiles punteos. Con el cerebro rebosante de adrenalina empieza el mosh; el pogo es cosa del pasado. Ahora la energía sobrante se desborda en un brutal baile acrobático. La canción se termina y la banda va al vestidor. Nada de pelo largo, ropa negra o botas punteras; en cambio, cortes capilares asimétricos llenos de color, camisetas pastel y Vans de cuadritos. El rock no ha muerto… solamente ha mutado.

La música sufre muchas transforma-ciones, saltos que la alimentan y que son un paso generacional. De la misma manera que Phill Anselmo revolucionó en su tiempo los sonidos del metal con Pantera al salir en escena rapado y con pantalones cortos, hoy son otros los que escandalizan. La escuela que ésta y otras bandas como Biohazard hizo crecer el gusto core de las audiencias, está sufriendo otro cambio igual de poderoso.

Los nuevos sonidos del core no han perdido la fuerza en escena ni mucho menos el despliegue de energía, simplemente, el mensaje ha cambiado. Las generaciones actuales priorizan la emotividad sobre el resto, se enamoran y se deprimen y eso lo plasman en sus canciones. El miedo a experimentar está superado; cada banda pone mucho de sus influencias y vivencias en su música, encontrando su propio sonido sin reparo a romper los esquemas establecidos. Esta es tal vez la fórmula de su éxito y lo que hace que a cada concierto lleguen más seguidores a dejarse llevar por la descarga.
Pero no solo el hardcore de antaño nutre estos sonidos. El metal y el glam también se hacen sentir en estas producciones, donde simplemente no hay límite. Hay que volar y cualquier experiencia es permitida.

Este cambio no es solo musical. Las bandas desean verse bien ahora. El viejo imaginario del rockero sucio y desgreñado se ha desmitificado dando paso a una generación preocupada tanto por su puesta en escena como por su estética.  Cuidar la imagen es ahora una prioridad. Aunque agradar no es lo más importante, sí lo es el sentirse bien. Por eso quienes construyen esta escena están pendientes de la moda y la disfrutan al igual que sus seguidores.
Lo mejor, es que la bandera que llevan estos grupos es de tolerancia. La hermandad entre bandas es notable y, como nunca antes en este género, se nota una preocupación por el crecimiento de la industria musical, crecimiento que se da tanto en los toques como en la virtualidad, lugar donde ellos se sienten confortables.

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El core no mira atrás. Va empujando hacia adelante; ese es su camino. Cuando deban entregar a otras descendencias venideras el poder del género, lo harán felices y seguros de que su generación hizo lo propio y, como ya lo hicieron otros, darán un paso al lado.

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