Las desviaciones de mi columna
Por: Liss Pereira @lisspereira / Foto: Camila Diaz.
Siendo esto lo más parecido a una columna de opinión que podría hacer, tiene que parecerse a mi columna de verdad, a la que después de varios golpes por dármelas de patinadora y la mala postura que me caracteriza, la dejaron un poco desviada.
En estos días de fútbol como siempre terminamos hablando de violencia, lo que resulta triste y lamentable, pero no podemos ser tan extremistas y exagerados como sabemos ser.
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Corriendo el riesgo de que me llenen el twitter de madrazos y detallitos varios diré que no somos la peor hinchada del mundo, que aunque es más cómodo pensar en que somos cada vez peores, somos la excepción a la frase “todo tiempo pasado fue mejor”. Nosotros sabemos que eso no es cierto, hace 20 años un jugador en un mundial marcó un autogol y lo mataron… eran otros tiempos. Y no sé ustedes pero a mí me alegra vivir en estos.
Podría hacerme polémica opinando en estas líneas que los colombianos somos un pueblo ridículo, hacer alguna mofa, alguna comparación, referirme a nosotros como “chibchombianos” (término que por cierto nunca me pareció chistoso) creerme “de mejor familia” y con derecho de señalar a mis amigos que tomaron hasta las 3 a.m. a pesar de la ley seca. Pero no lo pienso hacer.
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Observando las variables de la violencia futbolística, en nuestro país podríamos atrevernos a pensar que riñas como las que hemos visto , los 9 muertos, los 15 heridos que dejó la celebración del primer triunfo de Colombia ante Grecia, nada tienen que ver con el Mundial o la Selección. Tienen que ver con la piel de oveja que a modo de camiseta se lucen varios delincuentes para justificar la pasión violenta que abanderan.
En este país solemos cambiarle el nombre a las cosas y terminamos suavizándolas. Por ejemplo a quién se le ocurre bautizar a un grupo de delincuentes con el tierno calificativo “el carrusel de”. Si usted busca ese calificativo en google los resultados son:
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El carrusel de las sombras y los niños espantosos pdf.
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Todos los que no tienen que ver con niños son “orgullosamente” colombianos y nada tienen que ver con los caballitos la música y la feria. Aunque pensándolo bien sí, nosotros somos no los caballitos, sino los burritos de trabajo a los que una banda de delincuentes les feriaron los recursos.
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Así mismo bautizamos a otros como “barras bravas” buscando algo que explique por qué un grupo de personas decide atacar y en lamentables casos hasta acabar con la vida de otros.
Creo que son más los pandilleros que coinciden en camiseta, que los hinchas de la camiseta que coinciden en lo pandilleros. No me vengan a decir que la violencia es cosa del fútbol, la violencia es cosas de gente violenta que se aprovecha de la pasión del fútbol para justificar sus acciones.
Los colombianos somos un pueblo emocional, pasional no toleramos que se metan con lo que para nosotros es sagrado, el problema es qué cosas consideramos “sagradas”. Sagrado el caldo de costilla para el guayabo, la camiseta, la mamá. Pero la vida del otro y la propia, la vida como derecho en Colombia no lo es, porque para el ladrón que la toma vale menos que un celular, para un niño de 11 años en Bello Antioquia vale menos que una guayaba, y para muchos que confunden ser hincha con ser asesino vale menos que una camiseta.
Hay algo cierto y es que en toda celebración de colombianos hay excesos tanto de cosas buenas como malas. Por lo que ya es no solo común sino necesario que tengamos que recurrir a estrictas medidas de control de las celebraciones, porque nos excedemos en el consumo de alcohol, en los motivos porque celebramos el triunfo, el empate o la derrota, exceso de fe, exceso de orgullo por las cosas que salen bien.
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Ojalá que podamos aprender a cometer menos acciones negativas y más de esos excesos bonitos de ver como el de sabrosura de Pablo Armero cuando marca un gol y el de un país que se queda cantando el himno aún cuando la grabación se detuvo.