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Juan Luis Guerra y 4.40: la fascinante historia del merengue universal y su conspiración cultural 

Antes de su paso por Colombia para el Festival Cordillera 2024, les contamos la fascinante historia del merengue y del lugar político que ocupa en él Juan Luis Guerra. Una historia de secuestro dictatorial, maldiciones y la capacidad de un hombre para conmover.

Juan Luis Guerra durante el concierto de Marc Anthony en New York City
Juan Luis Guerra en el Radio City Music Hall en August 26 de 2016 en New York City.
// Foto por Noam Galai/Getty Images

La historia del merengue en República Dominicana es poco conocida. No muchos saben que fue un género que se apropió un dictador. Tampoco el mensaje de anhelo y esperanza que hay detrás de la música de Juan Luis Guerra. En este texto lo analizamos con detalle.

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El 14 de enero de 1855 escribía en el periódico dominicano El Oasis el mal poeta, pero buen letrista dominicano, Manuel de Jesús Galván, un texto titulado Quejas de la tumba contra el merengue:

“La tumba, que hoy vive desterrada por el torpe merengue aborrecible; que en vil oscuridad yace olvidada, llorando su destino atroz, horrible, ya por fin, penetrada de furor expresa de este modo su dolor. Progenie impura del impuro averno hijo digno del diablo y de una furia, merengue […] te merengueó en sus brazos la lujuria, tú, villano, que insultas al pudor, dame mi cetro, infame usurpador”.

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Las palabras son el ejemplo de una campaña de aversión de un grupo de tradicionalistas de Santo Domingo que veían en el merengue una amenaza capaz de desterrar a la tumba como ritmo nacional.

Algunos días después apareció nuevamente en El Oasis este aviso:

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“El merengue, gran corbeta, de escandalosa y velacho, ha sacado su despacho y parte para Ultramar”.

Esto pasó ya hace bastante años, sin embargo, lo que demuestran estas historias es que el merengue nació como un imparable huracán dispuesto a dejar su tierra de origen para ir a la conquista del mundo.

El merengue fue para muchos un verdadero anticristo, pero para otros representó el lugar de expresión de emociones y situaciones que van desde las penas, las alegrías, el amor (y el desamor) hasta pasar por la crítica social, las aspiraciones y las esperanzas de la clase baja dominicana.

Es así como a finales del siglo XX, sin descuidar los detalles de la prehistoria del merengue, apareció en 1984 Juan Luis Guerra y 4.40.

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“El dominicano universal”, como lo llaman algunos medios, no solo llevó el merengue de su país al mundo del mainstream, sino que además ayudó a revitalizar las energías de un género que por más de 30 años estuvo secuestrado como medio de propaganda de la dictadura Rafael Leónidas Trujillo.

Durante el tiempo que el merengue fue el símbolo del “trujillato” en la República Dominicana, se consideró que el género solo podía reproducirse dentro de los márgenes culturales de la dictadura.

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Usado como herramienta de propaganda política por el régimen de Trujillo, así como un mecanismo para conectar con pobres, negros, mulatos y campesinos, el control sobre el merengue desató la furia de los dioses africanos y liberó sobre la mitad de la isla caribeña el Fukú americanus, mejor conocido como fukú: una enorme maldición y una gran condena a la que tanto le temen los dominicanos.

Pero de aquel demonio que secuestró el merengue e interrumpió la creación original de la clase trabajadora negra y campesina surgieron las fuerzas de emancipación para permitir la redención de carácter ascendente del género, uno en forma de bachata y el otro en la forma del merengue universal de Juan Luis Guerra.

Por un tiempo, ambos encontraron sus caminos separados, el primero dominando sobre los asuntos relacionados con el amor y el sexo, mientras que el segundo se afirmaba mediante la existencia de una humanidad libre. 

La voz del cantante dominicano —y lo que transmite—, fue algo nuevo en el merengue, lo cual es lo mismo que decir que su voz fue algo nuevo en la cultura popular después de la época del trujillato: una voz y un sonido que invocaba un mundo posible de redención colectiva, a la vez sobrenatural y temporal; un universo sagrado que lo abarcaba todo, una comunidad de esperanza.

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Nada similar se había oído anteriormente, y nada similar se ha oído desde entonces.

Permanece porque canciones como “Juana Mecho”, “Feliciana”, “Ella dice”, “Si tú te vas”, “Tú”, “Me enamoro de ella”, “Visa para un sueño” y “Ojalá que llueva café” lograron identificar y capturar el optimismo y la melancolía que circulaba por varios países latinoamericanos devastados por largos periodos de oscuridad a los que llevaron años enteros de dictaduras, guerras y múltiples formas de violencia.

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Bajaba la tiradentes en mi carro rumbo al mar / De pronto un faro intermitente me hizo señas de parar / Mi licencia de conducir me pidió con ojo febril / ¿Qué se le va a hacer? (Va a hacer, va a hacer) / Tomó en sus manos mil papeles, burocracia elemental / Total, que para nada sirve mi registro electoral / «Su licencia de conducir», me dijo / «Ha vencido en el mes de abril» / Acompáñeme, civil / Al destacamento / O resuelva desde aquí / Cómpreme el silencio / Y olvídese de mí

Esto canta Juan Luis Guerra en la canción “Acompáñeme civil” para develar la temible corrupción que se mueve en todos los niveles de los sistemas burocráticos latinoamericanos.

Hoy en día esto suena tan conmovedor y temible como siempre porque, como si se tratara de un loop histórico, los mismos problemas permanecen suspendidos en el tiempo sin encontrar una verdadera solución.

Pero no se confundan, Juan Luis Guerra y 4.40 siempre fue una propuesta comercial que contenía inmerso en su proyecto musical un tipo de conspiración cultural.

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Desde que salió del “Berklee College of Music” de Boston, y luego de grabar su primer álbum en 1984, Soplando, Guerra no habló únicamente los amargos momentos de su país (como lo hizo el merengue de Felix del Rosario).

Juan Luis Guerra en los Dial Awards 2007
El cantante Juan Luis Guerra, que se presentará en Colombia en el Festival Cordillera 2024, durante los Dial Awards 2007 en Tenerife, España.
// Foto de Carlos Alvarez/Getty Images

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Por el contrario, lo que exploró (y explotó) su música fueron las constantes contradicciones latinoamericanas que suscitan, por ejemplo, el optimismo que se desata cuando se cree que las “cosas pueden llegar a mejorar si nos esforzamos” y la realidad que dice que “solo se puede mejorar” si se siguen los ritmos colectivos que predominan en el mundo.

En “Ojalá que llueva café”, el cantante dominicano representa el grito de esperanza repleto de anhelos de un viejo campesino de ochenta años que sueña que algún día la tierra de la que vive le pueda brindar las mejores cosechas para no tener que sufrir tanto.

Mientras que en “Visa para un sueño” nos muestra las pericias que deben hacer millones de migrantes que quieren conseguir la visa estadounidense, la tierra prometida, el lugar donde imaginan que el “progreso” y el “desarrollo” personal se puede conseguir mediante el trabajo y el consumo, ese mismo sueño que sus países de origen les ha negado.

Juan Luis Guerra y 4.40 apareció para transformar el negocio musical y convertir el merengue en un sonido universal y, de esta forma, sacar dinero de esta transformación, pero, Juan Luis cantaba (y canta) no tanto para cambiar el mundo, sino para exponer las contradicciones de la sociedad dominicana y de Latinoamérica, en general.

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“La mejor música pop no refleja eventos, sino que los absorbe”, escribió un crítico musical.

Exactamente esto fue lo que hizo Juan Luis Guerra y 4.40: relacionar ciertos hechos sociales (la necesidad de libertad, paz, amor y democracia) con un sonido para crear símbolos irresistibles.

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Su voz, entonces, lideró un nuevo tipo de libertad de expresión capaz de conmover a millones de personas y hacerlos bailar para imaginar nuevos y diferentes futuros.

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