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Los Simpson merecen una muerte digna y no otra temporada aburrida

Quizás es momento de que Los Simpson ardan, en vez de apagarse lentamente

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LOS SIMPSON: LA PELÍCULA

¿Recuerdan la nota suicida de Kurt Cobain con la frase “Es mejor arder que apagarse lentamente”?... Pues bueno, es lo que debería pasarle a la serie animada más famosa y longeva de la historia. Su nueva temporada tuvo más bostezos que chistes, y eso es cruel.

Por @chuckygarcia

Cruel para una serie de televisión donde lo hilarante reinaba y a la que lo de “animada” parece no importarle ahora. Un programa que, decirlo es obvio, no dejó títere sin cabeza ni famoso sin mancha; que criticó a la sociedad de una forma tan aguda y a la vez clínica que de sus capítulos se han desprendido frases históricas: de esas que bien valdría la pena citar en los colegios y universidades.

¿Quieren frases para quedar bien con sus seguidores en redes sociales? Pues bueno, Los Simpson siempre han sido una fuente confiable. Aunque últimamente, no.

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Las dos temporadas anteriores fueron aburridas. Y la nueva, la vigésimo séptima, que para Latinoamérica se estrenó el 10 de abril y termina el 12 de junio, va por el mismo camino. Un camino penoso para cualquier simpsonmaníaco, y no porque los capítulos no sean lo que uno espera como fanático: es que no dan ganas ni de terminárselos, y eso sí que es grave.

Claro, difícil mantener por 27 años su diferencial de ser un espacio para filosofar sobre los satélites que usan las cadenas de televisión para espiarnos y saber qué estamos pensando; o su récord de historias en donde si uno parpadeaba se perdía un chiste. Historias de personajes que matoneaban a otros personajes y que cuando se compadecían era para matonearlos de nuevo; pero también de finales tan humanos que le arrancaban a uno lágrimas o por lo menos nos recordaban que en todo caso no somos de piedra y que hasta el malvado Señor Burns lo que busca es felicidad.

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Difícil mantener ese nivel por tantos y tantos años, sin duda, pero entonces sería mejor ponerle punto final y no optar por los bastonazos de ciego.

Los de la cadena Fox (la casa de Los Simpson a quienes Los Simpson también solían meter en su lista negra y darle como a rata en balde) vendieron la temporada que estamos viendo como “impactante”, y para eso anunciaron con bombos y platillos que Homero iba a salir con una veinteañera luego de separar cobijas con Marge, que Patty y Selma iban a dejar de fumar, que Bob Patiño finalmente le iba a dar materile a Bart, o que Milhouse iba a adquirir súper poderes como producto de la radiación. ¿Y? ¿Acaso es necesario que Milhouse tenga súper poderes? ¿O acaso no es el súper poder mayor de la serie haber sido un “artefacto cultural”, como la llaman en el libro Los Simpson y la filosofía (varios autores, 2009), “una de las series televisivas más inteligentes y articuladas (…) Hay en la serie numerosos estratos satíricos, dobles sentidos, alusiones a la alta cultura y a la cultura popular por igual, gags visuales, parodia y humor referencial”.

Pero eso fue antes, no ahora, y el libro –que asegura que Los Simpson son una serie para adultos y que es superficial menospreciarla ya sea por ser una animación o un producto de éxito en masa- cita una frase de Homero que dice que “Las series animadas no tienen significado profundo. Son solo unos dibujos estúpidos para pasar el rato”. Siendo así, todo lo que han dicho estos personajes amarillos sobre nuestra sociedad, la cultura contemporánea o la industria del entretenimiento son solo un carretazo vacuo, insustancial y vago, que durante tres décadas nos ha hecho perder el tiempo.

Pero entonces es preferible seguir perdiendo el tiempo mientras uno ve las repeticiones de los capítulos de las viejas temporadas, de esas temporadas incorrectas de comienzo a fin, que se regodean en los defectos de sus personajes más que en sus virtudes, y que como ciudad –una llamada Springfield- se siente orgullosa de su miseria, la acepta y cada tanto trata de cambiarla aunque sabe que el resultado será peor. Ese localismo hizo de Los Simpson una serie universal, y aunque suene pretencioso decirlo, como cuasi patrimonio mismo de la humanidad debería tener una muerte digna y no otra temporada aburrida, de capítulos donde en realidad no pasa nada y uno extraña hasta que los habitantes de Shelbyville no hayan vuelto a tener parlamento.

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Los nuevos capítulos en definitiva saben a jugo de betabel. O como dice en la Guía para la vida (Bart Simpson, 1993), quizás solo sirvan para “encender una hoguera si tu avión se estrella en los Andes”. Justamente ese tipo de humor fue el que se fue quedando atrás con el paso de las nuevas temporadas, para quedarse en la cómoda zona de las fórmulas, como la de meter a uno que otro famoso en los capítulos o especular cómo son sus protagonistas en el futuro. Si el libro en mención le proponía al lector que lo usara para “aplastar hamburguesas y hacer empanadas” (o liderar un movimiento para “conseguir que lo prohíban”), hoy su espacio en televisión pareciera que no representa nada para nadie, que no le habla a ninguna generación y que dejó que su mordacidad y su acidez se convirtieran en Alka-Seltzer, más aún si se compara con la mala leche al alza de series cercanas como Family Guy o South Park.

Quizás es momento de que Los Simpson ardan, en vez de apagarse lentamente, o de que Matt Groening repase sus páginas doradas, muchas de las cuales fueron consignadas por el propio Groening en la Guía Completa de Los Simpson (editada por Ray Richmond, 1997). Incluso no es necesario que se la lea toda, solo el prólogo: “Si los Simpson es un programa de televisión que te recompensa cuando le prestas atención (como he enseñado en incontables entrevistas), este libro es para esa panda de exaltados y / o muermos que no se detienen y prestan atención. Es una guía completa de todo lo que has visto de ‘Los Simpson’ en la pantalla, llena de detalles sutiles, bromas privadas y frases enojosas (…) Contienen frases memorables, carteles de fondo difíciles de descifrar e, incluso, una recopilación de las famosas bromas que sólo se perciben congelando la imagen. Diablos, esta cosa tiene tanta información que podríamos haberla llamado La Enciclopedia Simpsónica, de no ser porque la gente de marketing creyó que era un título idiota”.

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