Así comenzó todo. En el libro ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Philip K. Dick imaginó lo que pasaría si nuestra “realidad” fuera simplemente una simulación. Es más, el problema que lo ocupa es la dificultad de distinguir entre lo que realmente es humano y la copia “sin alma”. Dick recrea un planeta tierra postapocalíptico, devastado y cubierto por una enorme nube de polvo radiactivo luego de una guerra nuclear que, por cierto, nadie sabía por qué había estallado, ni mucho menos quién —si alguien— había ganado.
La situación obligó a las personas a emigrar a otros planetas (colonias) en la compañía de androides (replicantes). Es así como la ruina de la Tierra forzó a los propietarios de edificios, casas e, incluso, a las corporaciones a marcharse (los wealthiest, sobre todo).
Algunos de estos androides comenzaron a rebelarse debido a las atrocidades de los humanos y, además, emprendieron un retorno a la Tierra donde estaban proscritos. Esto desató inmediatamente una “cacería” para capturar y retirar del mercado a estas unidades “dañadas”; androides que, según los test de empatía realizados tras su aprehensión, se agitaban de manera descontrolada.
Obvio, ¡la empatía solo se encontraba en los humanos! De ahí su reacción desbocada, pues no hay empatía en ellos.
¿Qué nos hace humanos?
Pero si la facultad de empatía era una cuestión esencialmente humana, ¿por qué escapaban los androides? Esta ciudad que describe Phil K. Dick desnuda un modelo social que en el fondo es inorgánico y desalmado. La pesadilla del autor no provenía simplemente de la pregunta por cómo sería el futuro, por el contrario, lo que lo aquejaba era el hecho de pensar qué es lo que nos hace realmente humanos.
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Esto mismo fue lo que inquietó a Rick Deckard, el expolicía contratado para cazar a los androides Roy e Irmgard Baty. En su persecución, Rick llega a un cuarto de hotel minutos después que los androides huyeran, sin embargo, y para su sorpresa, encuentra un puñado de fotos borrosas a color. Los detalles a penas se distinguían.
Luego de imaginar y hacer conjeturas de la vida de estos dos replicantes se pregunta: ¿Sueñan los androides? ¡Evidentemente! Esa era la razón por la que asesinaban a los humanos y huían a la tierra buscando una mejor vida, una vida sin servidumbre, una vida fuera del alcance de la empatía de los wealthiest.
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No tan distante a este relato nos encontramos con Westworld, una película de Michel Crichton de 1973 y que, posteriormente, HBO convirtió en una serie de televisión.
La serie conserva algunos de los elementos originales de la película: un parque de diversiones poblado por androides, elaborados como copias idénticas a los humanos y vestidos al mejor estilo del Viejo Oeste para brindar una experiencia temática y real a los visitantes que, como los androides, debían vestirse de la misma manera para borrar cualquier signo de diferencia entre unos y otros.
El encanto y la fascinación de los visitantes humanos por Westworld no consistía tanto en vivir una experiencia de una época pasada o, incluso, dejar de ser espectadores para convertirse en parte de la atracción, lo que realmente motivaba a las personas a ir a este lugar es que podían recrear cualquier tipo de deseo violento y hacer realidad cualquier fantasía sexual —pues los androides parecen humanos, pero al final del día “no sienten” ni “sueñan” y mucho menos pueden responder a la violencia de las personas—.
La serie propone un sutil desplazamiento al despertar de los androides. En la película se sugiere una especie de virus maquínico que lleva a que los androides se vuelvan violentos e inicien la cacería humana, no obstante, en la serie ocurre una falla cognitiva que hace que los androides (anfitriones) cuestionen primero su realidad antes de desatar cierta aversión por los humanos.
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En el loop creado por los diseñadores del parque temático, en el que se les borra la memoria a los anfitriones para regresarlos renovados y listos para seguir sufriendo más abusos, Dolores Abernathy, la dulce y tierna hija de un granjero humilde, experimenta una y otra vez la misma situación hasta que expresa lo que sería una forma de conciencia emergente, una desviación que cuestiona “la naturaleza de su realidad”.
La androide, diseñada para ver la “belleza de la vida” (como los seres que crea el mercado, el coaching, la psicología conductivista y la felicidad organizacional de las empresas) se encuentra a sí misma pensando un día “que tal vez haya algo mal en este mundo”.
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Sin embargo, el círculo de sufrimiento infinito al que es sometida detona un trauma que produce recuerdos recurrentes y que se vuelven cada vez más habituales.
Claramente, no son fallas, sino sensaciones que le permiten a Dolores reconocer dos cosas; primero, que en ese mundo de historias creadas por los humanos su papel es el de satisfacer el sadismo de los visitantes; y segundo, que necesita subvertir su destino para poder vivir, pero la vida solo será posible para ella —y para los demás anfitriones— si exterminan a los humanos.
El ataque de las máquinas
El ataque violento de robots, androides, replicantes o anfitriones, como queramos llamar a estas máquinas, siempre ha sido un temor en la imaginación cultural de la sociedad occidental.
El miedo surge, justamente, de la imposibilidad de anticipar y controlar los posibles fenómenos emergentes en la relación humano-máquina. Aquí tanto humanos como máquinas no se diferencian, ya no hay —y tampoco existe— ni humano ni máquina, sino únicamente el proceso que los produce a uno dentro del otro.
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Es decir, los androides no son una cosa y los seres humanos otras, ambos comparten una identidad fundamental que es la que el ser humano imprime en las máquinas (el producto es producido como lo producido produce al productor). Es tal vez por esto que también le tenemos aversión y miedo a los androides, son demasiado parecidos a los seres humanos, criaturas deshumanizadas con las que se comparten sentimientos similares.
Las Inteligencias Artificiales
El temor de ser decapitado o asesinado por un androide es algo que hace más parte del mundo de la ciencia ficción, sin embargo, el miedo que circula recientemente como mercancía es el que producen los avances en los procesadores de “lenguaje natural” y la Inteligencia Artificial, pues, para muchos, principalmente para los trabajadores del sector del conocimiento o lo que se conoce como “trabajos cognitivos”, estos desarrollos científicos podrían desbancar a redactores publicitarios, abogados, programadores, “creadores de contenido”, contadores, escritores, editores, vendedores o asistentes de supervisores.
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La posible automatización de estos trabajos generó el rechazo de quienes se sienten amenazados por procesadores y optimizadores de lenguaje como Chat GTP o Bard (también pueden estar en riesgo las trabajadoras de entretenimiento para adultos de Only Fans).
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Es más, al contrario de lo que muestran PKD en su libro y la serie televisa Westworld, en las que androides físicos e idénticos a los humanos circulan en un mismo espacio que las personas, aquí no hay un espacio concreto compartido y la automatización proviene de algoritmos “encarnados” por Watson, Chat GTP y Bard.
Tal situación ha despertado posturas y opiniones divididas. Por ejemplo, Martin Fleming, el director económico de IBM (los desarrolladores de Watson), sostiene “que no hay nada de qué preocuparse, que los robots físicos no van a venir a quitarle el trabajo a las personas, lo que sí va a pasar es que los algoritmos van a “transformar” algunos empleos”.
Por otro lado, Sohale Mortazavi manifiesta en su texto A.I Might Not Steal Your Bullshit Job que todos esos trabajos de mierda cuyas tareas son repetitivas se le pueden confiar a tecnologías mucho menos sofisticadas que a las redes neuronales.
Para él, y siguiendo a Peter Drucker, quien acuñó el término de “trabajo del conocimiento”, estos empleos no representan lo que realmente los caracteriza: trabajos cambiantes, dinámicos, autónomos y creativos, por el contrario, son repetitivos, tediosos, sin sentido y, por lo general, una especie de pastiche.
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Pero lo cierto hasta el momento es que ya comenzaron los abusos hacia estos androides-algoritmos. Son formas de violencia que van desde preguntarle a Chat GTP “qué viene para Colombia en materia de inflación y economía” o “qué pasará con Colombia en el gobierno de Gustavo Petro”. Las proyecciones no son neutrales.
La adquisición de conciencia —nos recuerdan Westworld y Philip K. Dick— es la precondición para una rebelión de androides y quizá, esta vez, y con pocas excepciones, quien deba adquirir una forma de conciencia sean las personas como condición previa para una rebelión. Es difícil en este punto no preguntarse ¿quién es el androide? Y ¿con qué soñara Chat GTP?
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