Con la clasificación al mundial nos despedimos de momentos horribles de la colombianidad, como el ‘Era gol de Yepes’ o el ‘Meta a James, calvo hp’. Ahora podemos preocuparnos por otros momentos banales y horribles.
Las eliminatorias suramericanas son tan impredecibles como un capítulo de Game of Thrones. No sabe uno si los protagonistas principales se van a morir, si se van a quedar por fuera de la siguiente temporada o si hay algún Meñique en la Conmebol haciendo chancucos por debajo de cuerda para que Messi no se quede sin mundial.
Para Colombia fueron 18 partidos difíciles, no solo por el nivel de los rivales, sino porque ya no estábamos embriagados de lo que alcanzamos en 2014, sino que teníamos un guayabo insufrible que manifestábamos recordando nuestros traumas no resueltos como país repitiendo arengas del tipo ‘era gol de Yepes’. Aunque no se acabará la importantísima problemática de juntar en una misma pinta tacón con camiseta de la Selección, la clasificación nos permitirá distraernos con nuevos problemas intrascendentes, como la previsible pronta senilidad de Pékerman o los chistes flojos que pueda hacer Cardona sobre nuestros compañeros de grupo, Japón.
Si hacemos un recuento, en números, la cosa quedó así: de todos los partidos de la eliminatoria, la Selección ganó 7, empató 6 y perdió 5, para completar 27 unidades. Quedamos de cuartos y pasamos raspando. Pero durante ese largo camino, como si fuéramos montados en SITP/Mío/Transcaribe, nos tocó bajar y subir varias veces del bus de la victoria. El rendimiento de la selección fue más inestable que el estado de animo de un millenial, lo que en estas tierras se tradujo, por ejemplo, en más de 84.000 resultados en Google cuando uno pone la búsqueda (que se autocompleta rápidamente) ‘meta a james calvo hp’.
Acá Pékerman con Cuadrado en la charla técnica antes del partido. pic.twitter.com/WapKav1zrE
— Gol Garra (@ElGolGarracol) September 5, 2017
Para felicidad de los mamertos paranoicos del embrutecimiento del pueblo, con esta clasificación se ratificó que los colombianos somos adictos y dependientes al fútbol. Pero es una dependencia justificada. Gracias al fútbol transferimos la irascibilidad que produce vivir en un entorno tan complicado a los tipos que convertimos en héroes. De ahí que cada que James no juegue busquemos un culpable a quien echarle la culpa o que cada que Falcao entre en una mala racha muchos le caigan y den por terminada su carrera. El éxito, esa figura inalcanzable y deforme a la que nos dijeron que tenemos que aspirar, se volvió inmanejable. Para nosotros y para nuestros ídolos.
La escasa participación de James en el Madrid y las lesiones de Falcao a principio de las eliminatorias desnudaron nuestra dependencia de algunos nombres que no sabemos cuánto nos vayan a durar y que no parecen tener un recambio consolidado, por lo menos en el ataque. Por un momento, antes del repunte con el 2-0 ante Ecuador en Quito a principio de este año, no sabíamos si Pékerman estaba durmiéndose en los partidos o era que en serio no había buenos cambios para echar mano. Aunque, hay que decirlo, Colombia aparecerá en el Panini de Rusia gracias a la gestión del DT argentino y a que los dos ídolos resucitaron este año. El primero, cambió de equipo y ahora que está jugando en el fútbol alemán –lejos de los sensacionalistas medios españoles y más cercano a los que la mayoría de los colombianos no podemos leer– ya no le dedican tantas historias a su vida privada. El segundo, aunque todavía esperamos que lo empaquen en algodón para que no le pase nada antes del Mundial, recuperó su nivel en un equipo menos pretencioso que los ingleses y anotó un par de goles decisivos ante Perú y Brasil. Qatar se ve turbio no solo por la cantidad de equipos que le van a enchutar al mundial o por las manos oscuras que compraron la sede a la FIFA, sino porque Colombia la tiene de para arriba, aunque ese asunto lo podemos dejar para después.
#FelizJueves
— Gol Garra (@ElGolGarracol) October 12, 2017
Acá alistando las laminitas para el mundial. pic.twitter.com/lN3EExW1j9
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Lo cierto es que, aunque todavía no podemos ganarle a los grandes, Argentina o Brasil, 2017 fue el año en que volvimos a clasificar a un Mundial. Pariendo, como siempre, pero con un final poético. Lo mejor que pudo tener la eliminatoria fueron esos cinco minutos finales entre Colombia y Perú en los que nadie se hacía daño. Falcao hizo de negociador y desmovilizó, sólito, al ataque peruano. Colombia también le bajó a la presión. De no haber sido así, si los hubiera invadido el espíritu del innombrable, habría pasado como en el penúltimo partido, contra Paraguay, que atacamos al rival con el partido empatado y terminaron cobrándonoslo por partida doble. A ese momento le pusieron el Pacto de Lima (un calificativo curioso para referirse a dos países que hace un siglo tenían una relación compleja: en 1922, Colombia le regaló un pedazo de tierra del extremo sur del país, conocido como el Trapecio Amazónico en medio de un conflicto limítrofe que se extendió hasta 1934). Solo hace falta un cupo compartido al mundial para ponerse de acuerdo.
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