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¿La obsesión por nuestros ídolos deportivos los tiene jodidos?

Nairo, James, Falcao, Chaves y Cía. no han logrado romperla cuando ponemos nuestros ojos sobre ellos.

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Foto. Gettyimages

Colombia es un pueblo necesitado de personajes públicos que le permitan reconciliarse y crear un nuevo país. Sin embargo, cuando la sacan del estadio en el planeta deportivo, caen en las garras de aquellos que no entienden que toda competencia trae triunfos y derrotas.

Por: Héctor Cañón @CanonHurtado

Cuando los colombianos ponemos los ojos sobre alguno de nuestros ídolos deportivos el destinatario de nuestro amor&odio cae en la mala. ¿Será coincidencia o la presión de la hinchada ansiosa de triunfos y de los medios de comunicación sedientos de escándalos, que deleiten y aumenten su audiencia, incide para que algunos de los paisanos que alcanzan la gloria internacional atraviesen baches en su rendimiento y problemas personales, que no les permiten consolidarse en el panorama mundial?

Sin duda, el hincha promedio colombiano es visceral y a la vez mediocre. Solo alienta si llegan los triunfos y cuando sus héroes caen en la mala no le ve problema a cambiarse de bando y despotricar a los cuatro vientos por las redes sociales. Colombia, sin duda, es un pueblo necesitado de ídolos que permitan creer que con fe y trabajo es posible triunfar y que ayuden, desde sus logros, a construir un país capaz de cicatrizar las heridas abiertas de guerras fratricidas. Lo paradójico es que cuando aparecen y logran lo que los deportistas de otras épocas no alcanzaron, las masas usan las redes sociales para exigirles nuevos triunfos y les caen encima sin piedad cuando no logran satisfacer su insaciable anhelo de triunfos.

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Un sector de la prensa deportiva tampoco ayuda al convertirse en un Gran Hermano que le da rienda suelta al chisme, juzga su rendimiento desde la comodidad de las salas de redacción y se entromete en las vidas privadas de unos pelados cuyos únicos pecados son haber nacido con inmensos talentos y haber puesto todo su esfuerzo y dedicación para defender los colores del país en el planeta deportivo.

Bastan algunos ejemplos recientes y un vistazo a nuestra corta lista de triunfos deportivos para pensar que lo peor que les puede pasar a nuestros embajadores es que clavemos nuestras miradas y depositemos nuestros anhelos de gloria en ellos.

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En el Mundial Brasil 2014 esperábamos los rugidos de Falcao y el que se salió con la suya fue James. Después lo convertimos en nuestro mayor ídolo y la mala racha de lesiones, discrepancias con los directores técnicos y problemas personales han llevado a que muchos expertos del planeta fútbol lo califiquen de sobrevalorado. Se separó recientemente de su esposa y los rumores mediáticos de que Helga Lovekaty,  voluptuosa modelo rusa, tiene mucho que ver en la ruptura matrimonial lo deben tener con los pelos de punta.

Otros casos fresquitos son los de los ciclistas Nairo Quintana y Esteban Chaves. En el pasado Tour de Francia las expectativas estaban centradas en Nairoman y el triunfador fue Rigoberto Urán. Y ahora, en la Vuelta a España, las apuestas favorecían al Chavito y quien se trepó con éxito es Miguel Ángel “Superman” López.

Estos tres ejemplos recientes demuestran que cuando nuestros ídolos acaparan la atención del país deportivo, no logran cumplir con las expectativas que hemos depositado en ellos. Y como si caer en la mala fuera poco, aparecen los hinchas folclóricos y energúmenos a ponerles el epitafio. “Al caído caerle”, es nuestra máxima a la hora de enfrentar las derrotas de nuestros héroes. Al Tigre le han dicho “ex futbolista” y “Falcagado”. A los ciclistas no los bajan de segundones.

Al otro lado de los juicios ignorantes y despiadados, nuestros ídolos se ven obligados a apoyarse entre ellos, como lo hizo Falcao con Nairo luego del Tour de Francia:

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Este es un mal histórico, no un fenómeno propio de la inmediatez de las redes sociales. Pacho Maturana, ganador de una Copa Libertadores como técnico de Atlético Nacional (1989) y de una Copa América (2001) en el banquillo de la selección, se le tildó de rosquero, fracasado y negro “hijuetantas” cuando los resultados no jugaron a su favor. Víctor Hugo Aristizábal también está en la lista negra del fanatismo deportivo colombiano, a pesar de que ostenta credenciales envidiables: máximo goleador extranjero en la historia del fútbol brasilero, goleador histórico de Atlético Nacional y botín de oro de una Copa América. Lo llamaron “paquete”, “tronco” y “paisa malparido” cada vez que se le mojó la pólvora.

La gratitud, amigos, no es una de las virtudes de la mayoría de los hinchas nacionales. Apoyar a los ídolos cuando caen en la mala, tampoco. El uruguayo Lucho Suárez fue recibido como héroe de guerra en su país después de que en un arrebato inexplicable mordiera al defensa italiano Giorgio Chiellini en el pasado Mundial de fútbol.

Hasta el Presidente de la República, Pepe Mujica, salió en su defensa. “Son una manga de viejos hijos de puta”, dijo sin sonrojarse frente a los medios de comunicación cuando le preguntaron por los dirigentes de la Fifa y su severa sanción al delantero. Además aclaró que sus paisanos no tenían el hábito de caerles encima a sus héroes cuando se equivocaban.

Un ejemplo a seguir el de los charrúas. Otra de las paradojas en cuanto a la obsesión con nuestros héroes es que los ídolos de la actualidad han logrado lo que no hubiera siquiera soñado el país deportivo de décadas pasadas. Los logros de Lucho Herrera, Fabio Parra y compañía en el ciclismo de los años ochenta y noventa son menores que los de Quintana, Rigo, Gaviria y demás pedalistas de la actualidad. Lo mismo pasa en el fútbol: el Pibe Valderrama, Higuita y el Tino Asprilla, a pesar de ser genios a la hora de patear un balón, tampoco alcanzaron los éxitos de la generación dirigida por el técnico argentino José Néstor Pékerman.

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Además, la obsesión de la fanaticada con los ídolos nacionales no es un asunto deportivo o de machos exclusivamente. Aunque los logros y el reconocimiento internacional de Shakira o Sofía Vergara superan ampliamente los que alcanzaron divas ochenteras como Claudia de Colombia o Amparo Grisales, cada vez que las barranquilleras dan papaya la horda de vengadores salta a atacarlas sin compasión alguna.

Por fortuna, nuestros deportistas de élite tienen el profesionalismo para sobreponerse a las críticas ignorantes y a la presión mediática. Todos, sin excepción, han sabido sortear los baches en el rendimiento y, sin guardar rencores, les ofrecen sus triunfos al país. Además, hay una larga fila de nuevas figuras esperando su momento: Egan Bernal, Yerry Mina, Superman López y Juan Fernando Quintero por mencionar solo algunos casos.

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