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Menos críos, más condones

Los nenes son cute sin duda, pero también cuestan un platal, requieren atención y monopolizan el tiempo de la pareja

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Fotos: PIETER TEN HOOPEN/PLAN INTERNATIONAL-UNFPA

Que haya jóvenes embarazadas no es un problema de “peladitas busconas”, sino de niñas en situación de desigualdad con historial de pobreza, iniquidad y poco acceso a los servicios básicos.

Por Trilce Ortiz

No tengo la menor idea de lo que implica ser mamá. O por lo menos no de primera mano, pero en mi universo cada vez hay más bebés y aparte de la creciente y deliciosa colección de cachetes espichables, lo de ser responsable por la vida de otro ser humano no se ve nada fácil. Los nenes son cute sin duda, pero también cuestan un platal, requieren atención, monopolizan el tiempo de la pareja y entran de plano a joderse -por un buen rato, al menos- la vida sexual de los estrenados papitos.

Si enfrentar la maternidad es fregado para mujeres establecidas económica y emocionalmente, con un nivel decente de madurez y experiencia de vida, no puedo siquiera imaginar lo que será tener un hijo, por ejemplo, a los 14 años. De acuerdo con estadísticas del Fondo de Población de las Naciones Unidas cada año alrededor de dos millones de niñas menores de 15 años dan a luz en el mundo. Para enredar más el asunto, los embarazos infantiles se dan en áreas rurales, pobres y con bajos niveles de educación. Es decir: al caído, caerle.

Antes de extender el dedo para apuntar a las “desvergonzadas” muchachitas es importante detenerse a entender que en la gran mayoría de los casos los embarazos infantiles son el resultado del desconocimiento, la falta de acceso a métodos de planificación familiar, el machismo, las violaciones, y hasta de la iglesia católica.

Cuando estaba terminando mi carrera de comunicación social, una amiga y yo nos inventamos una campaña sobre planificación social que invitaba a las mujeres del barrio Marsella, en Bogotá, a cerrar la fábrica de bebés. La mayoría de ellas llevaba pariendo desde los 13 o 14 años y tenía por lo menos cinco hijos que se cuidaban entre ellos, entre los restos de basura que dejaba el reciclaje, labor a la que se dedicaban los papás. Profamilia había ofrecido ligadura de trompas gratis, pero no era sino que los esposos se metieran y les prohibieran operarse o que el párroco del pueblo les recordara que lo de los métodos de planificación eran obra de satán, para que las mujeres, que habían dicho que sí, cambiaran de opinión, porque esas “no eran cosas de Dios”.

Como dije antes, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. La realidad es que la lista de justificaciones para no usar condón no tiene límite en las hábiles mentes prepúber y se extiende con bastante facilidad a todos los estratos. Que con condón no se siente lo mismo, que si es que no confía lo suficiente, que los condones son caros, que eso es pecado, que eso lo usan las putas, que esa vaina para qué. Lo fregado es la realidad de millones de niñas que dejan de ir al colegio, se friegan sus posibilidades laborales futuras y muchas de ellas, incluso ponen su vida en riesgo. Alrededor de 70,000 niñas entre los 10 y 19 años mueren por complicaciones relacionadas con el embarazo y parto mientras que un millón de niños de madres adolescentes no llegan a celebrar el primer cumpleaños.

El discurso de la iglesia de que la abstinencia es la mejor forma de evitar los embarazos es la abstinencia es tan acertado como inefectivo en la realidad cultural que vivimos. La gente tiene sexo, los adolescentes aún más, porque tienen las hormonas en continua choco fiesta y el consejo de “cerrar las piernas” es tan efectivo para la chica de 13 años, como para la señora madre de cinco o el señor que lleva tirando desde los 11 que lo imparten.

La organización de derechos infantiles y el Fondo de Población de las Naciones Unidas lanzaron la exposición fotográfica #childmothers, que le pone rostro y voz a la realidad de los embarazos infantiles en el mundo. La idea de la exposición es que la gente entienda que no es un problema de “peladitas busconas”, sino de niñas en situación de desigualdad con historial de pobreza, iniquidad y poco acceso a los servicios básicos.
 

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Janet 15, Colombia

Janet y su novio se conocieron en el colegio cuando ella tenía 13, se enamoraron y ella quedó embarazada. “No lo estábamos buscando, simplemente pasó”, contó ella. “Cuando me enteré que estaba embarazada me sentí feliz y triste al mismo tiempo. Feliz por el bebé, pero triste porque sabía que tendría que salirme del colegio”.

En un país como Colombia, donde la mayoría de circunstancias de aborto son ilegales y la culpa religiosa impide siquiera que las mujeres lo consideren una opción, es normal que las abuelas terminen encargándose de sus nietos, mientras las hijas buscan la manera de darles de comer. En el caso de Janet ella regresó a la escuela, pero su novio de 18 años tuvo que buscar trabajo para mantener a su familia.

“Cuando crezca quiero tener mi propio salón de belleza y vivir en mi propia casa con mi hijo y mi novio”, anhela Janet.

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