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¿Dónde estaban los jóvenes en el concierto de U2?

Uno de los conciertos del año en Colombia estuvo repleto de adultos contemporáneos. ¿U2 ya no es una fijación en los jóvenes?

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Ir a un concierto de U2, así como plantar un árbol o escribir un libro, se ha convertido en una de las cosas que hay que hacer antes de morir. ¿Cuál es la gracia de U2? ¿Sí fue tan tremendo como lo pintan?

Por: Juan Pablo Castiblanco Ricaurte @KidCasti // Fotos: Gettyimages y cortesía Ocesa Colombia

Salgamos rápido de lo obvio y del lugar común. Sí, el concierto de U2 fue tremendo a nivel de espectáculo y todo lo que se esperaba de uno de los bastiones más importantes del rock comercial actual (hoy, lanzando sencillos remezclados por Kygo se paran muy lejos de la banda que alguna vez fue una intersección entre el shoegaze y el pop, entre el country, el folk, el gospel y el rock). Sí, tocaron casi todos los hits (faltaron, de los grandes nombres comerciales The Sweetest Thing y City of the Blinding Lights y _inserte acá su solicitud de fanático_), algunas rarezas, novedades y lanzaron las esperadas consignas políticas. Sí, Bono se comportó como el tipo simpático que se esperaba, dijo las dos o tres frases en español que al público colombiano le encantan (¡gracias al dios de los conciertos que no se puso la camiseta de la Selección Colombia, ni un sombrero vueltiao’ ni se envolvió en la bandera tricolor!) y lo dio todo en tarima. Sí, la producción fue de primer nivel. Sí, el sonido estuvo impecable.

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Sí, U2 se dio garra. Así, tal cual. A pesar de que no era una sorpresa para los fanáticos, esa pantalla de casi 15 metros de alto y más ancha que la cancha de fútbol donde cada ocho días jugadores de Santa Fe y Millonarios lanzan desafinados pelotazos, era imponente. Sobre ese paraíso HD y de megapíxeles aparecieron los videos de Anton Corbjin, uno de los nombres claves del videoclip, artífice de piezas icónicas para el propio U2, Depeche Mode, Coldplay o Nirvana. No era la primera vez, sin embargo, que Colombia veía un despliegue de producción así. Hace pocos meses Justin Bieber trajo su parafernalia pirotécnica, y en años recientes se pueden recordar los imponentes montajes, con todo y megapantallas, de Depeche Mode, Roger Waters, Lady Gaga o Madonna en Medellín. Y entonces, ¿cuál es la gracia especial de U2?

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Ir a un concierto de la banda, así como plantar un árbol o escribir un libro, se ha convertido en una de las cosas que hay que hacer antes de morir. En el arte se suele hablar del canon occidental para enlistar las obras en artes plásticas, literatura, filosofía y música que han determinado nuestra cultura. Si se hiciera un canon de la cultura pop, seguro U2 estaría ahí, en los primeros puestos. Lo extraño, sin embargo, es que el de este 7 de octubre en Bogotá en un estadio El Campín a reventar fue un concierto en el que el promedio de edad del público estaba muy cerca de los 40 años. ¿Dónde estaban los jóvenes?

Muy seguramente se debió al poder adquisitivo, pero si uno piensa que agrupaciones como Justin Bieber o Lady Gaga ya han venido por precios similares –entre 200 y 650 mil pesos– ante públicos más “millenials” (evitamos al máximo usar esa palabra pero ya no hubo de otra), hace pensar que U2 caló duro en la generación X, la de los adultos contemporáneos, y no renovó su público por más estrategias innovadoras, digitales, atrevidas, invasivas, que se hayan inventado. Incluso, la comparación es válida si se tiene en cuenta que agrupaciones que también comenzaron entre los 60 y los tempranos 80 como Rolling Stones, Metallica, Iron Maiden, Kiss, Aerosmith, Roger Waters, Paul McCartney o, la propia Madonna, se han presentado en Colombia ante públicos más jóvenes.

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Tal vez es la figura políticamente correcta de Bono que simpatiza pero no emociona; tal vez es que desde el 2000 la influencia musical de U2 se ha ido marchitando lentamente; tal vez es que ahora la atención es efímera y hay mucho para dónde mirar; tal vez es que la gente se saturó ante los intentos de U2 de estar en todo lado; tal vez es que definitivamente el EDM es el nuevo rock. Y ojo, no estamos hablando de una banda de sonido complejo como la de Roger Waters o “pesado” como Maiden o Metallica: estamos ante una de las protagonistas de la música comercial.

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Pero quienes fueron sí estuvieron extasiados. Luego de un anodino e insípido prólogo de Noel Gallagher, que tuvo que recurrir a los clásicos de Oasis para levantar una mediana emoción ante un público ansioso, se prendió el árbol de Josué: lo que todo el mundo iba a ver. La excitación que genera un concierto hoy se puede medir en el número de celulares extendidos al aire para el recuerdo póstumo o la transmisión en vivo. Bono aprovechó eso para el habitual truco de pedirles a los asistentes que iluminaran el escenario con sus luces mientras citó el realismo mágico de García Márquez. Más adelante el cantante y los videos en la colosal pantalla hicieron otras menciones a la sociedad colombiana, con alabanzas a Fernando Botero, James Rodríguez, Catherine Ibargüen, Totó la Momposina, el movimiento de #NiUnaMenos y la exprotagonista del billete de 10.000, Policarpa Salavarrieta.

Musicalmente, el concierto fue un tránsito perfecto entre el sonido cómodo y amable de épicos hits como With or Without You, One, Elevation, Vertigo o Where The Streets Have No Name, con momentos shoegaze que recuerdan que alguna vez fueron sujetos del mítico productor, compositor y letrista de David Bowie, pionero del ambient, experimentador electrónico, Brian Eno. Sí, en algún momento U2 también fue experimentación y riesgo.

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Toda la parafernalia desembocó en un momento muy Bono. Un discurso sobre la necesidad de buscar la paz y perdonar para evitar dolores futuros precedió One. Ahí estaban los símbolos de la “paz de Santos” en full HD, gigantes y definitivos: la palabra paz sobre las palmas de las manos de diferentes personas, la paloma blanca sobre la bandera, el amor sobre todas las cosas.

Y encima de todo, U2. A pesar de que los jóvenes ya no les presten atención.

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