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Las lecciones de un atropellado Sónar Bogotá

Sigur Rós fuera de concurso, un cartel muy carnudo y una experiencia festivalera sazonada por el clima bogotano.

El clima bogotano, especialmente el sobreactuado y dramático de las últimas semanas, hace que cualquier evento a cielo abierto sea una incógnita y un tiro al aire. Los exagerados aguaceros de estos días combinados con soles ardientes repercutieron inevitablemente en la edición 2017 de la franquicia bogotana del festival barcelonés de cultura electrónica Sónar.

Por: Juan Pablo Castiblanco Ricaurte - @KidCasti // Fotos: Daniel Álvarez - @daniel.alvarez9

El exagerado trancón para llegar y el aguacero que cayó antes de los primeros actos, hicieron que la apertura de puertas se dilatara y trastocara toda la programación. Los continuos ajustes en la programación de la semana previa al evento se sumaron a este desfase e hizo difícil saber qué iba a qué hora en las dos tarimas.

Hablemos del cartel. Lo de este año fue de aplaudir: una apuesta arriesgadísima, vanguardista y aguda por poner en el mapa de los conciertos en Colombia una mezcla de sonidos absolutamente frescos, contrarios y exigentes. Con la banda islandesa de post-rock Sigur Rós encabezando el cartel se podía leer cuál iba a ser la línea por donde iba a ir este festival. Pero más que eso, el Sónar Bogotá planteó un interesante diálogo entre los sonidos electrónicos más “tradicionales”, más anclados en la figura del dj, más amarrados a un set extendido como fue el caso de Nina Kraviz, Pantha du Prince o Dubfire, con apuestas eclécticas y más embadurnadas de aires autóctonos. Ahí es donde cobró especial importancia la participación de actos colombianos y latinos como Ghetto Kumbé, Mula, Ela Minus, Mateo Rivano, Julián Mayorga o El Remolón. Visto como un todo, el Sónar Bogotá dibujó un amplio espectro del amplísimo universo del limitado término “música electrónica” que, a final de cuentas, es todo y nada. Lo de este 2 de diciembre permitió apreciar una gama enorme de sonidos que iban desde el post-rock hasta el trap, pasando por los obligados techno, house y chillwave, e incluso abarcando un poco de cumbia y folclor caribeño.

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Sin embargo, y tal vez se le pueda echar la culpa al aguacero, la narrativa y el orden de los actos fue extraña y enredada. En un festival más grande, tipo Estéreo Picnic o Rock Al Parque, se pueden dar mayores licencias entre el orden de la programación, pero en uno más pequeño y compacto como este, se precisaba un orden más armónico que potenciara los sonidos de cada acto. Por ejemplo, la soberbia e íntima presentación de Sigur Rós fue un freno en seco a un ambiente que venía bien prendido por Pantha du Prince o Dubfire, mientras que la mezcla cumbiera y latina de Mateo Rivano parecía fuera de lugar en un momento en el que el techno o el house se estaban tomando las tarimas.

De todas formas lo de Sigur Rós merece un capítulo aparte y puesto de lujo dentro de los conciertos más importantes que se hayan visto en Bogotá. La banda islandesa, comandada por la estremecedora voz de Jónsi Birgisson, presentó una puesta en escena completa, redonda, de esas que no dejan espacio sino a la pura contemplación de lo que pasa en tarima. Poco importó que Jónsi ni siquiera intentara conectarse con el público diciendo alguna de las tradicionales frases demagógicas en español que tanto gustan en estas audiencias; ni siquiera lo intentó en inglés. Cantó y soltó toda su descarga emocional en un show de casi hora y media ante un público hipnotizado que los siguió de principio a fin.

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Queda la sensación que con un par de ajustes logísticos la experiencia del Sónar Bogotá 2017 hubiera sido impecable. Por ejemplo, el reducido número de baños fue un gran lunar para un evento tan grande. Así mismo, fue extraño ver un acto tan importante como Pantha du Prince en una tarima tan escondida y mínima que no le hacía justicia a la dimensión del gran productor y dj alemán, y que hizo que mucha gente no se enterara que sí había venido a Colombia. Por último, este año se trató de abrir un mejor y mayor espacio a exposiciones de arte electrónico, uno de los pilares elementales de la marca Sónar, pero su visibilidad en el evento fue poca o nula. La presencia más visible de este componente de la cultura digital, hará que en futuras ediciones el Sónar Bogotá tenga mucha más relevancia dentro de la escena local.

Al Sónar le deseamos larga vida. Su existencia en el mapa de la música electrónica es imprescindible y necesaria. Su propuesta sigue robusteciendo la oferta sonora de una ciudad cada vez más diversa y enriquecida.

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