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Rafael Orozco, el cantante de las multitudes

¿Quién era Rafael Orozco y por qué, a pesar de que hace más de dos décadas nos dejó, su leyenda aún hace palpitar al pueblo colombiano? Un homenaje al gran ídolo vallenato. ¡Con sentimiento compadre!

Rafael Orozco
Rafael Orozco
Archivo Revista Shock

¿Quién era Rafael Orozco y por qué, a pesar de que hace más de dos décadas  nos dejó,  su leyenda aún hace palpitar al pueblo colombiano? Un homenaje al gran ídolo vallenato. ¡Con sentimiento compadre!

Por Jenny Cifuentes // @Jenny_Cifu

El 6 de junio de 1992 Rafael Orozco dio su último show en el Hotel  Bolívar de Cúcuta.  Además de sus resonados éxitos,  en el  repertorio incluyó El Testamento, esa canción de Escalona presagio de despedidas que dice: “Oye morenita te vas a quedar muy sola…”, que el Binomio de Oro había grabado un año antes en el álbum De América, el último registro con la voz del cantante.    

Orozco fue asesinado el 11 de junio de 1992 a los 38 años frente a su casa en Barranquilla, un día en el que celebraba con su familia.  Y aunque seis años después, con un expediente lleno de enredos  y misterios  la ley determinó que fue un “crimen pasional”, y que un celoso peligroso lo mandó matar, en el aire circularon muchas versiones sobre los motivos de su muerte. De su trágico final lo cierto e irrefutable fue que todo un país lloró a un ídolo. 

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A un artista que se volvió inmortal por la fuerza de la música, que sigue provocando peregrinaciones de generaciones a su tumba que llegan a pedirle deseos o a conocer su imagen esculpida en mármol; al que aún sus fans le siguen haciendo misas o bautizando a sus hijos con su nombre, y que continúa sonando en la radio, desplegado en la televisión  y en cuanta celebración existe.

Rafa fue el cantante de las multitudes.  Está en el pódium de los grandes vocalistas nacionales, y junto al acordeonero Israel Romero y un combo de tremendos músicos, escribió un gran capítulo del vallenato con la agrupación El Binomio de Oro.

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El man del bigote y el lunar, el Hombre Divertido, el de la “pinta chévere”, hincha del Junior, incansable mamador de gallo, al que  las mujeres le gritaban histéricas y le decían “bollito”, al ponerse la chaqueta y subir a la tarima, se transformaba en astro. Micrófono en mano dominaba las masas como a una hermandad parrandera, y en el chip colombiano se  insertó por siempre, porque como él lo mandó: “La parranda es pa amanecé”.

El cantante de Becerril, un municipio del Cesar, que vendía agua recogida del río Maracas montado en un burro, que empezó como muchos dando serenatas, cantando en fiestas, guerreándosela con esfuerzo con los acordeoneros Julio de la Ossa y Luciano Poveda, y que hizo su primera grabación con el acordeonero Emilio Oviedo en el corazón de los 70 (una época  en la que predominaban artistas comoJorge Oñate, Los Hermanos Zuleta , Bovea y sus Vallenatos y Alfredo Gutiérrez), llegó rompiéndola toda y sacándola del estadio.

Una alternativa al vallenato

El vallenato había nacido campesino y había crecido con  andanzas de  juglares del estilo de Pacho Rada o Lorenzo Morales, quienes  influyeron para que posteriores exponentes siguieran arraigados a la tradición y que  aún  en  la década setentera guardaran patrones folclóricos rurales  en la forma de interpretar una composición.

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En ese panorama, la voz de Rafael contrastó, y ofreció una alternativa moderna en el canto vallenato. Y no era que se alejara del vallenato de verdad,  porque amaba los clásicos (había intentado ser acordeonero  e incluso tocaba guacharaca),  sino que tenía ese no sé qué, ese dejo dulce, fresco, poderoso y sabroso que a la gente se le pegaba como chicle. 

Desde su debut, Rafa fue candela viva, y empezó a meterle mano a la historia del vallenato. En su primer disco (1975) grabó Cariñito de mi Vida una composición de Diomedes Díaz (quien tenía 17 años y aún no era reconocido) en la que con un saludo lo bautizó  como “El Cacique de La Junta” y así se quedó. La canción se volvió un batatazo.  Como  dijo el propio Diomedes sobre Orozco en uno de sus conciertos  “Él fue el que me hizo famoso a mí, un hombre tan sano y puro, debemos guardar en nuestro sentimiento el ejemplo que nos dejó”.

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Como afirmó Ernesto McCausland en uno de sus trabajos: “Orozco fue pionero y gestor del vallenato romántico, del denominado nuevo vallenato”

Luego de otro álbum y de conocerse con el virtuoso acordeonero Israel Romero “El Pollo Isra”, en una fiesta en Barranquilla, se gestó la unión que le daría un revolcón a la música vallenata: El Binomio de Oro (sigla de la Organización Romero Orozco). Ahí explotó la cosa. Se juntó una voz diferente, con una manera original de tocar el acordeón, un combo que sería el canal de comunicación entre las nuevas generaciones y la tradición vallenata.  Una carátula de color verde en la que se leía: El Binomio de Oro  Israel Romero y su conjunto, canta Rafael Orozco fue la imagen de su debut discográfico en LP.

Un disco que tiene himnos eternos en el país como  Momentos de Amor (que incluyó Carlos Vives en sus Clásicos Vol 2), La Creciente, que abre con “Un grande nubarrón se alza en el cielo...” o  La Gustadera, que empezaron a grabar orquestas internacionales, y tiene versiones viejas de  Los Blanco de Venezuela y Los Melódicos. 

El Binomio marcó un nuevo sonido, despegó arrasando con vallenatos de letras bellísimas que derretían enamorados escritas por grandes compositores, y con cortes fiesteros que encendían parranderos. Rafael fue su frontman, el que cantaba con swing y con sentimiento. Como afirmó Ernesto McCausland en uno de sus trabajos: “Orozco fue pionero y gestor del vallenato romántico, del denominado nuevo vallenato”. A mediados de los años setenta, en el interior y muchas zonas de Colombia, el vallenato era para conocedores y en la radio era trabajo de especialistas, el Binomio contagió todas las regiones con su música y los medios no pudieron resistirse. Las emisoras decidieron a traquear sus hits y explotó la Binomiomanía.

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El Binomio marcó un nuevo sonido, despegó arrasando con vallenatos de letras bellísimas que derretían enamorados escritas por grandes compositores, y con cortes fiesteros que encendían parranderos

“La primera etapa del Binomio de Oro fue la más importante, la más sentimental, porque  en ella contagiamos a Colombia el entusiasmo y el amor por el vallenato. Iniciamos con canciones como La Creciente que hicieron que el ritmo se generalizara en el país.  Le abrimos las puertas al vallenato en la nación y en el exterior.  Desde los primeros tiempos con Rafa empezamos a innovar, por ejemplo el corte Dime Pajarito tenía unos parámetros que no se registraban en ese entonces como la guitarra sola con la voz y una cantidad de sonidos no tradicionalistas. 

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Juntos hicimos esa tarea y después, entre otros músicos,  incluimos un bajista extraordinario, José Vásquez, quien ha sido el maestro en Latinoamérica, y contribuyó a definir nuestro sonido. Cuando nos presentábamos con artistas internacionales, El Gran Combo de Puerto Rico, y muchos merengueros, todos iban a la tarima a escuchar el grupo por esa combinación que  implementábamos  entre bajo  y acordeón, que suponía inclusive un parecido al jazz”, dijo Israel Romero.  Ese estilo que le dieron El Pollo Isra, Orozco,  Vásquez y compañía  al género, y que se evidencia hoy en grupos como Carlos Vives y La Provincia, marcó la diferencia. “El Binomio fue revolucionario, experimentó con teclados, cuerdas, etc. pero mantuvo la esencia del vallenato. Uno no puede decir que se inventó nada, todo es una suma de cosas. Por ejemplo yo venía de tocar con Los Hermanos López y Alfredo Gutiérrez, y Rafa e Israel traían su bagaje”. Contó José Vásquez,  apodado por Orozco como “Quévaz”.

Pero no sólo la música hacía enardecer seguidores en los palcos.  El Binomio encandilaba con uniformes y coreografías. Rafael le imprimió elegancia a sus shows y un concepto de empresa a su grupo.

“Quisimos cambiar además del sonido, la imagen del vallenato, y Rafa fue el más interesado en ello, para él era una disciplina. Alternamos con orquestas como la de Wilfrido Vargas, Los Hermanos Rosario, Cuco Valoy, o El Gran Combo y nos influyó la estética que manejaban. Comprábamos el vestuario en boutiques de Barranquilla, o cuando viajábamos a Nueva York, Los Ángeles o Chicago. Rafa ensayaba coreografías con los coristas frente a un espejo pegado a la pared, ellos inventaban los pasos, y también los ayudaban amigas coreógrafas de comparsas barranquilleras”, dijo Quévaz.

El sabor del Binomio de Oro invadió. Tarimas de Panamá, Ecuador, Argentina, Perú, Aruba y Curacao vieron a Rafa diciendo su característico: “rrrrepítemelo Pollo Isra”, y gritando: “huepa, ¡huepajé!”.  

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Venezuela los adoró (tanto, que hubo un dramatizado en televisión en honor a Orozco y al Binomio) y el amor fue recíproco, el grupo hizo un corte llamado Recorriendo Venezuela.

Allí dieron todo tipo de shows: en una ocasión miles de personas vieron a Isra y a Rafael interpretando su Chacunchá montados en una grúa moviéndose a 20 metros de altura. Además, su hit El Higuerón fue como un virus en el 83 y 84, y por meses en el país hermano, dicen que vendió más que Thriller (Michael Jackson) o El Africano (versión Wilfrido Vargas). El grupo ganó entre otros, los premios Ronda de Caracas, Mara y el Guaicaipuro de Oro.

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El éxito los acogió.  El vallenato con ellos retumbó y llegó al Madison Square Garden de Nueva York en 1981 y en 1987 -con transmisión televisiva incluida-. El Binomio puso al ritmo del Valle del Cacique Upar en otras dimensiones, y hasta lo ligó  a la música de figuras internacionales, como Wilfrido Vargas con quien iniciando los 90 grabaron la canción América en Carnaval.

El éxito los acogió.  El vallenato con ellos retumbó y por primera vez llegó al Madison Square Garden de Nueva York en 1987 -con transmisión televisiva incluida-.

Por su carisma, su magnetismo  y su voz, Rafael Orozco se volvió un héroe de la música popular colombiana.  Vestido de soldado de plomo, con trajes dorados  o smoking, y con su movimiento de brazos manejaba  masas y se daba el lujo de decir con propiedad: “Bueno mi gente, ¡se prendió el rumbón!”. Porque  esa era su gente: la que dominó en carnavales (logrando agrupación tres Congos de Oro en el Festival de Orquestas del Carnaval de Barranquilla) y la que compró sus trabajos que se convirtieron en numerosos Discos de Oro y de Platino por millonarias ventas. 

Esa multitud por la que desató sugestivos  titulares de periódicos como: “La noche que el  Coliseo de Barranquilla casi se cae” que remembraba el pico de su carrera, cuando ganó su segundo Congo de Oro y el público en sobrecupo estaba tan enloquecido meciéndose y aclamándolo a gritos que hizo estremecer la estructura del Coliseo, para que contra las normas del evento, regresara a la tarima con los músicos y cantara de nuevo Qué Será de Mí.  La gente que en El Coliseo de Barranquilla presenció con euforia la mayor de sus glorias, y la que en ese mismo escenario con tristeza le dio el último adiós luego de que su cadáver recorriera toda Barranquilla.

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Esa gente que siguió parrandeando con la música del Binomio aplicando la consigna que Rafa cantaba: “Si la cosa está dura, le ponemos sabrosura”.

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