Reseña (con spoilers) del final de una serie que muchos pensaron sin norte, como su protagonista, pero que terminó siendo una obra majestuosa que poco tiene que envidiar de Breaking Bad.
Por: Juan Diego Barrera Sandoval
A través de dos series y una película, Vince Gilligan y Peter Gould han construido un legado narrativo como pocos en este nuevo siglo. Enriquecerlo con la altura y elegancia con la que concluye Better Call Saul es una hazaña artística sobre la cuál vale la pena detenerse. Hablemos entonces sobre el final de la serie y de la saga entera.
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El sentido del universo Breaking Bad
Better Call Saul es, según Gilligan y Gould, el cierre del “Universo Heisenberg”. ¿Qué se ve cuando damos un paso atrás y vemos las historias de Walter White, Jesse Pinkman y Jimmy McGill/Saul Goodman como un todo?
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Cuando se habla de Breaking Bad, se habla de un clásico plagado de premios, y que pocos dudarían poner entre lo más alto de su lista de series favoritas. Dada su amplísima influencia y éxito, el anuncio de una película sobre Jesse Pinkman y un spin-off sobre el estrambótico abogado/cómplice, Saul Goodman, generó todo tipo de dudas. Muchos temían que fueran meramente esfuerzos avariciosos por exprimir las ganancias de la franquicia, manchando el legado de la serie original con algún relleno sin fondo.
Pero lo primero se dio sin lo segundo, en especial con Better Call Saul. La discusión sobre la mesa no es la de las secuelas fallidas y las franquicias que quizá no valía la pena hacer, sino la de obras maestras, ricas y complejas, capaces de competir entre sí, y que son, sobre todo, complementarias.
Breaking Bad exploró hasta la última consecuencia la soberbia. Recorrió cada peldaño de la escalera en espiral que lleva a un hombre cualquiera a los sótanos de un laboratorio de metanfetamina, debajo de los sepulcros improvisados y anónimos de quienes murieron sacrificados por él y otros hombres que se negaron a ser mortales. O eso creyeron, pues la serie también se encarga de mostrar que la soberbia es un motor envenenado con explosivos y destinado a destruir a quienes no se detengan, conviertiéndolos en granos del desierto de Nuevo México o cualquier otro lugar del mundo. Es una serie sobre Ícaro acercándose al sol, y cayendo al mar, con las alas derretidas y una sonrisa, en su ley.
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El Camino fue la película secuela sobre los hechos inmediatamente posteriores al final de Breaking Bad. De la trilogía fue quizás la parte menos elogiada, pero es poderosa y esperanzadora. Su foco es la dignidad: Jesse Pinkman escapó de varios sótanos infernales, incluyendo el luto, las celdas de tortura bajo tierra y las adicciones, y se enfrentó a una última odisea para perdonarse a sí mismo y darse una nueva oportunidad en otro lugar, bajo otro nombre. En el personaje de Aaron Paul pesaba una sentencia que suele ser impuesta con ligereza, pero de manera devastadora, sobre niños problema y criminales, que luego la ven ratificada en el círculo vicioso de sus constantes caídas, asociadas con la falta de fe y confianza de otros, y sí mismo, sobre su persona y sus posibilidades. El Camino es la última prueba de redención que enfrenta Jesse: la de defender su valor como ser humano y madurar para ser independiente, libre de las cadenas de la culpa, el pesar y la condescendencia.
Entonces, hasta ahora, teníamos dos cierres. Primero, Breaking Bad fue la historia de la muerte de un renegado que insistió hasta la última instancia en dictar los términos de su propia vida y final, pasando sobre todo lo demás. Quizás más de uno, si contamos a Hank, Michael y Fring. Segundo, El Camino habló del renacer de alguien que se dio por muerto en vida hasta que vio a la muerte de verdad a los ojos, y recibió un soplo de vida.
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¿Dónde encaja ahí Better Call Saul?
Finalmente, llegamos al cierre de Better Call Saul, protagonizada por Bob Odenkirk, quien también fue productor de la serie.
Esta precuela está enfocada en Jimmy McGill. El detalle es importante: a pesar del título, no es la historia de Saul Goodman. Sí, se cuenta su origen como alter ego y se da vueltas a la reivindicación que busca ese nombre. No obstante, la serie realmente trata sobre Jimmy, su conflicto con la identidad, la pertenencia a un linaje y las expectativas derivadas.
En cuanto a la mayoría de personajes, como Lalo, Howard o Nacho, la serie es un ensayo audaz y sangriento sobre el envenenamiento por orgullo y sus oscuras secuelas. Pero en cuanto a Jimmy es lo opuesto: la falta de orgullo lleva a travesías figuradas y literales por un desierto sin sombra, agua o frutos de la labor propia. Michael lo cruza con él, menos quejumbroso a pesar de su edad, resignado al remordimiento que ha cargado media vida.
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Aunque a veces parezcan el mismo personaje, Jimmy y Saul no son lo mismo. Goodman es una herramienta para enriquecerse y darse a conocer entre criminales de todo tipo, pero sobre todo es el sueño frustrado e imposible de ser enteramente libre de juicio y de culpa. Es un arma de doble filo y un espejismo: el nombre por el que insiste en ser llamado por vergüenza que confunde con orgullo; el “bien, gracias” (que también es una forma de usar el it’s all good, man) con el que respondemos para no admitir nuestro dolor y vulnerabilidad.
Es justo lo que hace en el capítulo final ante Mike y Walter, así como en sus peticiones finales ante la fiscalía: se muestra superficial y materialista para escudarse de la realidad de que lo que busca no es dinero sino aprobación y la sensación de ser imprescindible, como lo fue su hermano. Solo hasta el juicio final cambia todo.
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La historia de Jimmy es la síntesis de las de Walter White y Jesse Pinkman. Como el primero, su terquedad lo lleva continuamente a negociar con la desgracia, la justicia y la muerte, y a saberse capaz de conseguir un trato y salir ileso si así lo quiere. Como Jesse, la limitación que él mismo y los demás han hecho de su persona a un conjunto de caracteres, los de “Slipping Jimmy”, lo llevan a negarse la posibilidad de una vida distinta por sentir que no la merece o que realmente es la que desea su hermano. Como Walter, arrastra a finales fatídicos a los demás. Como Jesse, busca la aprobación de su familia y sus figuras paternas, sin ver que son la causa de su miseria. Chuck fue, al fin y al cabo, el mismo que por celos le cerró el camino de abogado, jamás agradeció su apoyo y le negó el reconocimiento de su madre, que lo buscaba con sus últimas palabras en el lecho de muerte.
Ese deseo queda proyectado en Kim Wexler, sin lugar a dudas uno de los personajes más interesantes de esta y cualquier serie en tiempos recientes. Rhea Seehorn da vida a una abnegada abogada que se apega a las órdenes de sus superiores, así como a las normas del profesionalismo y la etiqueta. Poco a poco queda enamorada de un carismático Jimmy que, entendimos en la última temporada, es la proyección de su madre: capaz de actuar y mentir como ella nunca lo fue para protegerla y apoyarla. Con él, se hunde en el deleite de poder ir, quizás por primera vez, más allá de lo que se supone de un abogado.
Su encuentro fugaz con Jesse Pinkman, además de un gran fan service, es un desarrollo paralelo de ambos personajes, notables por su apego y lealtad. Y en ella vemos la fortaleza que tanto le costó a Pinkman conseguir para romper la idealización y poner límites ante la manipulación.
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Gracias a Kim, el final de la serie tiene gran potencia emotiva. Saul se queda por siempre en el basurero donde se esconde de las consecuencias por última vez, luego de experimentar por primera vez una vida en la que su rebeldía y astucia no fuera reprendida sino admirada. Jimmy surge de los desechos y los diamantes con las manos vacías y en alto, sin oponer resistencia. Luego los (y nos) hace creer a todos que seguirá irremediablemente siendo el mismo, y que su final será fatídico, de “muerte en su ley”, como el de Walter White. Pero con McGill en la cárcel, tras confesar y aceptar su nombre, Wexler encuentra un vacío legal para visitarlo durante su sentencia y hablarle sin juicio alguno.
En ese movimiento, Jimmy gana su más audaz apuesta, el grito de auxilio que significó arriesgarse al odio de Kim con tal de saber si era meritorio de amor a pesar de ser la oveja negra que siempre fue. Y, además, queda libre de Jimmy, que reconoció su valentía para empezar de cero.
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Su llegada a la cárcel es el arribo final al lugar donde es reconocido como algo más que sus errores. A lo largo de la serie, la cárcel significa una muerte en vida para todos los clientes de Jimmy y Kim, y su rol es siempre el de apelar a la emoción y a la humanidad de otros para luchar contra el sesgo estructural de un sistema punitivo hecho para ratificar las jaulas mentales de los propensos a caer en el crimen. El reconocimiento de los presos a Jimmy, coreando “Saul Goodman” y reverenciándolo como al profesor de La sociedad de los poetas muertos es un agradecimiento a esa labor, y un reconocimiento como un igual que Jimmy nunca tuvo, o que no supo aceptar.
El cierre de Better Call Saul es sutil, elegante, y, como su fotografía, gris. Está centrado en la reconciliación consigo mismo y alejado de los finales de Walter y Jesse, de las fantasías de la muerte espectacular y el borrón y cuenta nueva. Por tanto, puede ser decepcionante para algunos por “aburrido”, o puede ser leído como moralismo que idealiza la toma de responsabilidad. Pero implica una síntesis de esos otros cierres y un matiz. Saul debía morir para que Jimmy McGill tuviera, al fin, una vida y un nombre del cuál sentirse orgulloso y responsable: uno que permitió a cientos tener la segunda oportunidad que solo Kim había luchado por ofrecerle a él, y que también debe cargar con haber aportado arena al desierto que dejó Heisenberg a su paso.