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'El olvido que seremos' de Fernando Trueba: Recordar que el bien es posible

'El olvido que seremos', la adaptación colombo-española del célebre libro de Héctor Abad Faciolince, es una invitación necesaria a ponerse en la carne de los miles de líderes sociales de nuestro país que diariamente sufren los estragos de una violencia que sigue viva. Lean aquí nuestra reseña.

El olvido que seremos
El olvido que seremos
// Cortesía DGP

Crear una adaptación fílmica de El olvido que seremos, una de las novelas colombianas más populares de las últimas décadas -que es a su vez un relato sobre una de las épocas más traumáticas, y por ende más retratadas de nuestra historia- suena como una tarea delicada, quizás médica, casi quirúrgica.

Una vez se le tuviera sentado en la sala de cine, habría que tratar al paciente con suma delicadeza, haciendo sedaciones, incisiones, catéteres, limpiezas e infiltraciones dentro de una ventana de tiempo limitada para garantizar el éxito.

La operación tendría que repetirse millones de veces -una por cada lector- a sabiendas de que cada organismo, cada orden simbólico en el que la novela de Héctor Abad Faciolince ha habitado, sería diferente. El éxito del procedimiento sería, por ende, escaso. Y sin embargo, el primero de junio del presente año se estrenó El Olvido que Seremos tras haber recibido el premio Goya a mejor película iberoamericana.

Antes de la realización de la película había conciencia sobre la improbabilidad del éxito de esta adaptación. Según cuenta Héctor Abad Faciolince eran tantas las dudas que, durante años, tanto él como las productoras y el director tentativo, Fernando Trueba, rehuyeron a las propuestas para su realización.

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Con el tiempo fue decantando un guión, un presupuesto y un esquema de producción colombo-español para encarar el desafío gracias a Gonzalo Córdoba -presidente de Caracol Televisión-, que hizo encajar las piezas para convencerlos a todos. Abad Faciolince solo tuvo una petición: que Javier Cámara interpretara a su padre.

El resultado es una película visualmente muy cuidada. La cinematografía recuerda por momentos a películas como Roma (2018), que se esfuerzan tanto en la delicadeza de un pasado infantil. El trabajo del director y del reparto brilla especialmente a la hora de invocar con respeto la nostalgia por una novela que ha tocado tantas fibras. Tanto que, hojeando pasajes de la novela original, descubrí que ya no veía las mismas imágenes mentales que surgían de mí cuando leí, gocé y sufrí la historia del amor fraternal entre sus dos protagonistas a mis catorce años.

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En ocasiones la película recrea tan bien escenas como la de la llegada del doctor estadounidense, o la travesura infantil contra la familia Manevich, que mi imaginación se veía complementada magistralmente por lo que veía en pantalla.

Otros momentos, como la escucha de la familia a los mensajes grabados por el padre en exilio, ya habían sido puestos en escena en el presente en el documental Carta a una sombra, de Miguel Salazar y Daniela Abad, y verlos reinterpretados como parte de la vida de una familia en espera de su ser querido me estremecieron, pues retratan una intimidad ligada a la esperanza que en el documental ya había sido arrebatada.

También pasa en ciertas secuencias, como las de la enfermedad y muerte de Martha, que la película languidece en la potencia para transmitir el dolor. En otros, como el clímax del funeral del padre, hay exageración innecesaria o adición de factores dramáticos que pueden resultar inverosímiles y generan distancia entre espectador y película.

No sería justo, sin embargo, juzgar a esta adaptación a la luz del libro -nunca es pertinente tratar de saldar la inconmensurabilidad entre texto y pantalla-. Por más recreación que contenga, la producción de Caracol tiene, de muchas maneras un texto diferente. No solo porque omita unas cosas, incluya otras que son extraídas de otras fuentes o se tome licencias, sino porque parece tener un norte distinto.

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En la entrevista de “Cine en la SER” a propósito de la película, Javier Cámara habló del que para él es el propósito de la película haciendo referencia a la directora china Chloé Zhao, que dedicó el Óscara Mejor Directora por Nomadlanda “cualquiera que tenga la fe y el valor para aferrarse a la bondad que está en sí mismos y en los otros sin importar la dificultad”.

Esta no es una película que busque abarcar el amor entre la figura histórica, bondadosa y determinada del padre y su hijo. Si bien recurre al mismo mecanismo central, no lo hace por las razones que tuvo el autor de la novela, que eran, según ha manifestado en entrevistas y conversatorios, mostrarle a sus hijos quién era su abuelo y por qué era un ser tan amado y admirado por su familia y por la sociedad de Medellín-. El olvido que seremos es una película para recordarnos y recordar a una audiencia internacional, que el bien es posible incluso a pesar de estos tiempos, tan oscuros como aquellos.

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La decisión se hace evidente sobre todo al detenernos en las diferencias entre el Héctor Abad Gómez de tinta y el de luz y sonido. Aunque la actuación de Javier Cámara sea sentida y respetuosa, el guión opta por no recorrer ciertos puntos que complican la relación entre padre e hijo, o recorrerlos para darles otro sentido.

Ello ocurre, por ejemplo, cuando el padre lleva a su hijo a ver la película Muerte en Venecia: para la novela es un guiño a la homosexualidad encubierta del padre -que el hijo parece reprochar-, mientras que para la película se trata de un medio para hacernos conocer la sensibilidad artística del padre. Ninguna es mejor que la otra, pero cada una invita a preguntas diferentes.

Esa apuesta es secundada por el actor principal. El hecho de que el acento español se asome un par de veces en el Abad Gómez de Javier Cámara genera un efecto similar al descrito por una columna de Carolina Sanín al respecto del Pablo Escobar de Wagner Moura en Narcos.

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Sean intencionales los deslices o no -de hecho, Abad Faciolince dijo en entrevista a La W que su padre no tenía un acento paisa marcado-, esas situaciones generan una ruptura con el marco histórico y geopolítico propuesto por la narración. Al poner a un español a interpretar a un paisa -y uno tan recordado-, la película gana terreno en su apuesta por mostrar que la bondad en medio de la adversidad es posible en todos los contextos, así como la admiración por ese legado y el deseo de rendirle tributo, como hacen Trueba y Cámara.

La actuación protagónica es de una caridad tan grande que genera también una añoranza en quien ve la película, que sí es muy similar al sentir del lector del libro: el anhelo de un padre tan amoroso en aspectos en los que el propio pudo ser cruel y la nostalgia por las instancias en las que se ve el cariño del propio padre.

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Trueba -galardonado en 1993 con el Óscar a mejor película extranjera por Belle époque- ha sido siempre reconocido por su trabajo intimista y delicado, pero aquí el énfasis no está puesto en las tensiones de este tipo, sino en la confrontación entre el mundo público del padre y el del hombre cabeza de familia. La película se muestra como evidencia de que se puede actuar con justicia y bondad en ambos universos.

No obstante, volviendo sobre los destellos de acento español de Cámara y la particularidad del personaje de la película, allí puede existir un problema: puede que la película se esfuerce demasiado en presentar a Abad Gómez como un “único e irrepetible”, como un héroe de otro mundo cuya bondad no podemos pretender asimilar.

Es curioso que en diversas entrevistas Trueba se ha mostrado enfático en su desdén a la noción de héroe y a la lectura de Abad Gómez como uno. Su discurso es el de Chloé Zhao, y adiciona que no cree en los héroes en especial en los tiempos de Marvel, sino más bien en los seres humanos.

Pero en la película emergen tres situaciones contrarias a esa intención. Primero, la extrañeza generada por el híbrido paisa-español, que hace que sintamos que Abad Gómez no es de aquí ni de allá, que no es un ser humano cualquiera. En segundo lugar, hay una decisión de reducir conflictos entre padre e hijo a lecciones de madurez para el más joven, borrando los matices del padre. Finalmente, se transforma el reclamo familiar al autocuidado del padre en lo que los griegos llamaban hybris: la caída anunciada de aquél cuya soberbia lo desborda, lo lleva a creerse dios y recibir castigo divino.

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Javier Cámara no hace de Odiseo, sino de Ícaro. El hecho de que no se le dé una voz, una cara, o aunque sea un nombre al perpetuador del magnicidio -en el libro hay al menos sospecha y llamadas telefónicas amenazadoras- hace de este un relato sobre la finitud del hombre, distinto al relato sobre la injusticia de la guerra.

Creo que esta es una película que funciona perfectamente para la audiencia internacional que no está familiarizada con la historia de un hombre maravilloso que marcó la vida de miles de colombianos. Es también excelente para aquellos nostálgicos de las anécdotas del libro, y para quienes lo crucial de la narración es la transmisión de la sensación del cariño del padre, o el dolor por su pérdida. Creo, sin embargo, que para muchos colombianos, enfrentados como estamos a nuestros tiempos de implementación del acuerdo de paz y de esclarecimiento de la verdad, el mensaje puede ser otro: que si alguien de la altura de Abad Gómez no pudo confiar en la bondad del otro sin ser asesinado, mucho menos podremos el resto de nosotros.

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Insisto en la necesidad de verla. No solo para aquellos familiarizados con el libro o con Carta a una sombra, sino porque es una película que también fortalece nuestra curiosidad por lo que pudo ser un mundo en el que Abad Gómez no fuera asesinado, por uno donde no fuera estigmatizado, por uno donde no fuera obstaculizado en su pasional lidia por la salud pública de los colombianos. Es también, sobre todo, un portal a los mundos de las miles de personas señaladas, perseguidas, amenazadas y asesinadas por velar por los otros: una invitación necesaria a ponerse en la carne de los miles de líderes sociales de nuestro país que diariamente sufren los estragos de una violencia que sigue viva hoy.

El olvido que seremos sigue disponible en salas de cine del país.

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