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Evaluamos el sexismo de las películas de los Óscar ¿Cuáles se rajan?

Le hicimos el test de Bechdel a las nominadas a Mejor película a ver cómo estaban sus índices de sexismo.

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Sexismo en películas del Óscar

Le hicimos el test de Bechdel a las nominadas a Mejor película en los Óscar a ver cómo estaban sus índices de sexismo.

Por: Estefanía Piñeres

Durante el último año, en Hollywood, mucho se ha hablado sobre igualdad de género. Chelsea Handler durante la primera temporada de su programa para Netflix dedicó más de una docena de episodios a discutir temas de empoderamiento femenino y misoginia con el humor incendiario que la caracteriza. Emma Watson, representante de #HeForShe la iniciativa de ONU Mujeres, se ha dedicado a escribir y dictar conferencias alrededor del mundo acerca de lo que significa ser mujer en entornos competitivos y laborales. Robin Wright y Jennifer Lawrence se manifestaron abiertamente sobre las mezquindad de la industria audiovisual más importante del planeta para realizar pagos equitativos a roles femeninos y la generosidad para llamarlas “bratts” (malcriadas) y “divas” al exigirlos.

Además, el 2016 resultó ser un buen año para la representación femenina en el cine y la televisión: un estudio realizado por la Universidad Estatal de San Diego concluyó que este tuvo la mayor participación de mujeres en roles protagónicos en la historia con un 29%, dos puntos más alto que en el 2015. 

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Aun así, incluso Hollywood, el supuesto albergue de los progresistas, parece todavía estar lejos de la igualdad. Para notarlo, solo hay que echar una mirada, un poco más larga que el vistazo entretenido de siempre, a los Premios Óscar de la Academia. De las nueve películas nominadas a la categoría más prestigiosa –Mejor película–, seis de ellas son protagonizadas por hombres y solo dos de ellas pasarían la evaluación de una feminista. 

¿Cuál? 

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El Bechdel Test.

Esta prueba de tres preguntas está diseñada para evaluar que una obra audiovisual (o de otro tipo) cumple con los estándares mínimos para no contribuir con la brecha de género. En resumidas cuentas, para comprobar que no es sexista. Su creación se le atribuye a Liz Wallace, una amiga de Alison Bechdel, la creadora del cómic Unas lesbianas de cuidado (Dykes to watch out for). En la tira cómica The Rule uno de los personajes dice que ella únicamente aceptaría ver una película si cumple con los siguientes requisitos:

1- En la película hay más de un personaje femenino.
2- Esos personajes se hablan la una a la otra en algún momento.
3- Hablan de algo más que no sea un hombre.

Los representantes del género masculino dirán (o mejor, dijeron), luego de fruncir el ceño con expresión de profundo aburrimiento, que el Test es excesivo en su formulación y que la falta de participación femenina en el cine es coyuntural.

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(Suspiro).

Para ver qué tan excesivo es el Test de Bechdel inventé un nuevo método. El Test de Ledhceb, por llamarlo de alguna manera. Lo mismo, pero al revés. Una copia del inicial diseñada para hombres formulando las preguntas del primero en el sentido inverso: 

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1- ¿En la película hay más de un personaje masculino?
2- ¿Esos personajes se hablan el uno al otro en algún momento?
3- ¿Hablan de algo más que no sea una mujer?

Así que, durante un par de semanas, me dediqué a ver las nueve películas nominadas con aquellas seis preguntas en mente para evaluarlas en dos escalas (Bechdel & Ledhceb)  del uno al tres, un punto por cada respuesta afirmativa. El resultado: todas las películas nominadas pasaron (unas con sobredosis de testosterona) el novedoso e innecesario Test de Ledhceb y solo dos de ellas el original. 

La única cinta que aprobó ventajosa la evaluación femenina fue Hidden Figures (Talentos Ocultos), el emocionante relato sobre tres mujeres afroamericanas que, a punta de valentía, sagacidad e inteligencia, se convirtieron en pilares de la NASA. Aún siendo ésta una fantástica demostración, solo hay que leer su nombre para entender qué lugar ocupamos las mujeres en la historia y el cine.

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La La Land –la gran favorita del año– y Lion lograron reproducir la realidad del amor al pie de la letra: cuando uno está enamorado, el resto del mundo desaparece. En las dos películas, las conversaciones con otro que no sea la “media naranja”, especialmente para los personajes femeninos, son casi inexistentes.

De la sobredosis de testosterona se encargaron Hacksaw Ridge y Hell or High Water. En estas peleas de espadas, las mujeres cruzan la pantalla –porque no puede describirse de otra forma– únicamente para ser la madre sumisa o la novia soñada. Poco más se podía esperar de, en el caso de la primera, una película de guerra dirigida por Mel Gibson.

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El thriller psicológico de ciencia ficción, Arrival, narra la historia de una lingüista que abre la puerta a una nueva relación espacio-temporal al establecer conversaciones con seres de otro planeta. Amy Adams interpreta el personaje principal –una mujer inteligente y decidida– que, en oposición al grupo de hombres de guerra y números que la rodea, encuentra la respuesta en la comunicación.

Las aclamadas por la crítica Moonlight y Manchester by the Sea plantean dilemas complejos –homosexualidad y muerte– explorados desde perspectivas inquietantes en universos casi enteramente masculinos (la relación del niño con su padre, del hombre con su amigo, de los hermanos, o del protagonista con su sobrino). En ambas historias, la participación femenina es, aunque profunda, escasa y de segundo plano.

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Fences un drama profundo sobre la situación de la comunidad afroamericana en los años cincuenta, dirigido y protagonizado por Denzel Washington, es el filme con menor puntaje (cero) en la escala de Bechdel. Viola Davis, en una actuación magistral, interpreta el único personaje femenino de la historia que, además de ser poco más que una espectadora en las largas conversaciones sobre fútbol americano, debe convertirse en la madre adoptiva del hijo de su esposo con otra mujer.  

Queda claro que, aunque las chicas estamos dando la pelea por conquistar la pantalla grande (y, hoy en día, aparecemos en todos los afiches), subestimamos la capacidad de la industria cinematográfica para convertirnos en accesorio (un buen par de tetas que, como un buen par de zapatos, hacen que lo demás se vea mejor) o reducirnos a ser madres, esposas o hijas de alguien. Por “alguien” me refiero a un hombre. 

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El cine, entonces, como lo determina el artículo que lo precede, es un “él” que necesita una dosis urgente de estrógeno y progesterona. 

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